Editorial
España en el Mar Rojo
La situación es lo suficientemente crítica como para que Europa asuma la defensa de sus propios intereses. La indecisión de España no deja de inquietar a nuestros socios
Los ataques promovidos por los hutíes en el mar Rojo están generando un enorme impacto económico para el comercio europeo, lo que se suma al riesgo que entrañan para la escalada del conflicto violento en Oriente Próximo. El coste de trasladar una mercancía entre Europa y Asia se ha encarecido 4,5 veces y las navieras están optando por evitar el canal de Suez, lo que obliga a trazar una nueva ruta comercial por el cabo de Buena Esperanza, bordeando el sur de África. El saldo final es una pérdida de entre 15 y 20 días en el traslado de una misma mercancía. El perjuicio para España es singularmente grave ya que nuestra red portuaria es la cuarta más relevante en la ruta comercial que pasa por el canal de Suez, sólo superada por Países Bajos, Egipto y Estados Unidos. Sólo por este motivo, nuestro país debería asumir una posición de liderazgo y de lealtad con sus aliados en la protección de un territorio geopolíticamente determinante y en el que, además, se dirimen intereses comerciales prioritarios para España.
Sin embargo, la vaguedad con la que España se está desenvolviendo en esta cuestión no deja de inquietar a nuestros socios estratégicos. En EE.UU. existe un desconcierto creciente con respecto a nuestra política exterior, marcada por una indefinición constante y por una falta de concreción a la hora de fijar posición. En demasiadas ocasiones, las tensiones dentro del Ejecutivo proyectan contradicciones muy poco tranquilizadoras. En lo que respecta al mar Rojo, aunque en diciembre España levantó el veto a la UE para no participar en la misión de defensa de la zona, el Gobierno optó por no implicarse militarmente y por no respaldar de un modo proactivo la custodia del comercio que atraviesa el mar Rojo. El próximo lunes se celebrará un Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la UE donde se dirimirá la posición europea con respecto a la intervención en la zona. Todavía no existe un acuerdo ya que, en el marco de la Unión, existen posiciones más proclives a participar de forma conjunta con EE.UU. y Reino Unido, como defiende Holanda, y actitudes intermedias como la de Francia, que suscribiría una intervención de protección y escolta de los buques comerciales pero sin protagonizar ataques al territorio yemení.
La situación es lo suficientemente crítica como para que Europa asuma en primera persona la defensa de su agenda, cooperando de forma leal con EE.UU. pero fijando, al mismo tiempo, estándares propios en la forma y en el grado de la intervención. Una potencial victoria electoral de Donald Trump aminoraría la presencia exterior de los Estados Unidos de América y las potencias europeas deberían aprender a proteger sus intereses políticos, económicos y geoestratégicos en el ámbito internacional de forma autónoma. En ese contexto, España no debería titubear y haría bien en presentarse ante sus socios como un aliado confiable y transparente. La estabilidad del mar Rojo es, además, una cuestión de interés nacional que debería afrontarse con suma prioridad. Nuestra actitud errática en política exterior no sólo es un signo de debilidad, sino que es una actitud que genera una fundada desconfianza entre nuestros aliados. Del mismo modo, nuestro Gobierno debe exigirse una mayor transparencia y una mejor rendición de cuentas ante las Cámaras en lo que atañe a la política exterior, máxime cuando intereses directos de nuestro país pueden estar poniéndose en juego en un contexto de conflictividad creciente e imprevisible como es el mar Rojo.
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