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La Tercera

Leonor IV de España

Leonor haría bien en nominarse con el ordinal IV, dejando claro que lo es de toda una serie de territorios

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Javier Santamarta del Pozo

No se queden recordando en su memoria alguna Leonor de tiempos pretéritos cuya presencia en la Historia de España pasara desapercibida. Me estoy refiriendo a Leonor de Borbón y Ortiz, Princesa de Asturias, Gerona y Viana. Heredera legítima del trono de España. Y que, en mi opinión, debería de ser proclamada ante Cortes (que no coronada, como es la tradición protodemocrática española desde hace siglos), como Leonor IV, como número regnal. Y voy a justificar el porqué de esta propuesta. Las costumbres se convierten en tradiciones a lo largo de los tiempos, y éstas aparentemente nos hacen prisioneros de las mismas. Pero no es verdad pues, incluso las más aparentemente arraigadas, pueden sufrir transformaciones. En las monarquías, a lo largo de su periplo en las sociedades que las han tenido (y en las que aún quedan) como formas de gobierno, de Estado más bien si nos referimos a Occidente, los reyes han pasado a ostentar un poder supremo, a seguir la norma de que «reinan pero no gobiernan». Pues los gobiernos son aquellos que son elegidos de manera que representen el sentir de un pueblo o una nación en cada momento. La Jefatura del Estado, en estos casos, queda representada por un monarca, pero no por un soberano, pues la soberanía, como es en el caso español, recae en el pueblo.

Tal vez en España tengamos olvidos que, a medio siglo de la muerte del dictador, fuera bueno recordar para dejar atrás una serie de tópicos sobre estos 50 años en democracia. O casi. Pues para llegar a ella se tuvo que luchar con los inmovilistas del régimen, con los que querían la ruptura total tras su muerte, y quienes pensaron que yendo «de la Ley a la Ley», se alcanzaría una democracia plena. Aquí la figura de don Torcuato Fernández-Miranda es tan importante como la del entonces Príncipe de España (un título inexistente, sacado de la manga en la presunta regencia que detentaba Franco en un oficialmente llamado «Reino de España»), el cuál había jurado lealtad a los Principios Fundamentales, las leyes que hacían a modo de Constitución durante el franquismo. La llamada VIII Ley Fundamental, la conocida como Ley para la Reforma Política de 1976, será la clave de todo, ya que le daba al pueblo español la llave para una legitimidad política, tanto al que fue proclamado ante las Cortes un 22 de noviembre de 1975 como Juan Carlos I como a lo que estaba por venir. Y el pueblo habló. Tras ser aprobada por las Cortes aún franquistas, por 425 de los 531 procuradores presentes, el referéndum para avalarla tuvo un 94,17 por ciento a favor, con un 77 por ciento de participación.

Todo esto no es baladí, pues es necesario dejar claro que la monarquía actual debe su legitimidad, por un lado, a la histórica que deviene de las diferentes casas que la conforman, con sus matrimonios y enlaces desde hace siglos, donde encontraremos las casas asturleonesa, de Trastámara, Aragón, Navarra, Barcelona, Habsburgo y Borbón. Por otro, a la que el pueblo español le otorga, no ya en ese referéndum citado y curiosamente olvidado, sino en el posterior a la elecciones democráticas a Cortes de 1977, y al de la Constitución de 1978 resultante, con un apoyo del casi el 89 por ciento de los votantes en Cataluña, y del 70 por ciento en el País Vasco. En el total de España sería del 92 por ciento nada menos. Dejadas las cosas claras sobre la total legalidad del tipo de monarquía constitucional y parlamentaria existente, y habida cuenta de que la única diferencia en derechos y calidad democrática con una república occidental de corte liberal estriba en la elección de la Jefatura del Estado, a veces directa como en la Francia jacobina y unitaria, en otras indirecta y llevada a cabo por los representantes elegidos al Parlamento, como en Alemania, centrémonos en la heredera a la más alta institución del Estado.

Leonor, que ya vimos está intitulada como Princesa de las tres casas resultantes de las diferentes coronas hispanas, haría bien en nominarse con el ordinal IV, dejando claro que lo es de toda una serie de territorios que, tras la pérdida de aquel reino visigodo que asienta las raíces de lo que será España, y tras la restitución llevada a cabo tras las luchas intestinas con y entre los diferentes reinos peninsulares, incluidos obviamente los musulmanes, como el de Granada, que quedará rematado en el centro de la punta del escudo de España. De este modo recordará a Leonor de Castilla, reina de Aragón. Hija de Alfonso VIII, el de las Navas, que era hijo de la reina Blanca Garcés de Pamplona. Casará Leonor con Jaime I, el Conquistador, teniendo que intervenir directamente en los actos de gobierno, ya que no era su marido aún mayor de edad. No fue jamás reina propietaria, aunque sí señora de villas y castillos, como los de Daroca, Barbastro y Cervera, entre otros. Recordará también a Leonor de Aragón, reina de Castilla. Hija de Pedro IV el Ceremonioso, y entregada como prenda de paz entre Aragón y Castilla. Casada con el que será Juan I, serían coronados en este caso, en una entronización tenida el día de Santiago Apóstol. Toda una serie de señales y símbolos para dar a entender la importancia del casorio. La Reina dará a luz a Fernando de Antequera, que acabará siendo el primer rey de la Casa de Trastámara en Aragón. Por último, cronológicamente, Leonor I de Navarra. Hija de reyes y que tendrá una vida de lucha en su lugartenencia, hasta ser proclamada en Cortes como reina efectiva del último reino que se incorporará mediante conquista en lo que será la monarquía española. En lo que será España.

Lo simbólico es importante. Máxime en instituciones donde el ceremonial es parte 'sine qua non' (y no exclusivo a las monarquías, como podemos ver en las tomas del poder en repúblicas como la norteamericana, francesa o italiana). Cuando el Rey Juan Carlos I se hizo nominar de este modo lo hizo para no ofender a su padre, Don Juan, Conde de Barcelona y Jefe de la Casa Real española, cuando fue proclamado Rey su hijo en 1975. Era al Conde de Barcelona al que le correspondería reinar como Juan III. Sin embargo le iba a tocar a su hijo Juan Carlos Alfonso Víctor María, y éste, para evitar una confrontación total con su augusto padre, usó su segundo nombre para evitarlo. Quedando su homenaje póstumo en la postrera (y discutible) reparación de que aparezca con tal regnal en la cripta real de San Lorenzo de El Escorial. Si se ha permitido el que Juan III fuera conocido como Juan Carlos I, y un no proclamado rey sea enterrado de tal manera, ¿no será más legítimo que la Princesa de las Tres Coronas acceda al trono con un mensaje de unidad entre territorios, y de homenaje a tantas mujeres fuertes y poderosas que fueron reinas en estos pagos, que ahora conforman una España de la que deberíamos estar orgullosos?

Así lo creo. El hecho de que las Leonores citadas no hayan sido todas 'reinas propietarias' no empece la propuesta. Ni que la tradición sea seguir los ordinales castellanos. Las tradiciones también pueden ser cambiadas. Mejoradas más bien. Y éste sería el caso. ¿No sería magnífico todo lo que supondría el que las Cortes de España, en solemne sesión conjunta, proclamaran a Leonor IV, reina de España?

'Escrito en la Silla de Felipe II, Rey de las Españas'.

SOBRE EL AUTOR
Javier Santamarta del Pozo

es politólogo y escritor

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