Cabeza fría
Otro tic antieuropeo de Vox
Estamos en guerra: debilitar el proyecto democrático de la Unión implica favorecer los intereses de Putin
La temeridad de jugar con las pensiones
No juguemos con el Rey
Hasta la guerra de Ucrania, uno podía ser antieuropeo y no por eso ser sospechoso de prorruso. O, a la inversa, ser contrario a Putin pero no por ello ser proeuropeo. Los ingleses que votaron a favor del Brexit tenían sus motivos, equivocados o ... no, y estaban relacionados básicamente con no querer aceptar órdenes de Bruselas. No había rastro de inclinación hacia la figura de Vladímir Putin. Y muchos rusos que luchan ahora contra su dictador quieren vivir en una democracia que respete los derechos humanos, pero eso no quiere decir que quieran ser parte de la UE y someterse a Bruselas.
Si algo hemos aprendido los europeos de Putin es que sus ansias expansionistas no se colman dejando que consiga lo que quiere. Al contrario. El dictador ruso tiene un plan muy claro en su cabeza, el de conseguir que su país vuelva a tener las fronteras de la Unión Soviética, y cada objetivo que logra es una casilla que avanza dentro de esa gran misión de extender el autoritarismo en el Viejo Continente. La mayor amenaza para sus planes es la Unión Europea porque para Rusia es plausible pensar en ir absorbiendo país a país si están aislados. Cuando se le complica la estrategia, como hemos visto en Ucrania, es cuando la Unión entra en juego como un único país y con el apoyo, por supuesto, de Estados Unidos. Esta es la razón por la que ya no se puede militar en el antieuropeísmo sin ser sospechoso de prorruso. En tanto que Bruselas es el principal obstáculo para que Putin consiga sus objetivos, todo lo que sea debilitar el proyecto democrático del Viejo Continente implica fortalecer al dictador. Hay que elegir un bando.
Y es aquí donde Vox intenta disimular un apoyo a los intereses rusos bajo la máscara de la crítica a la UE. El partido de Santiago Abascal condena con voz muy alta la invasión de Ucrania, pero al mismo tiempo se alinea con posiciones que favorecen los objetivos de Putin. En sus votaciones en política exterior es más que frecuente.
Esta semana hemos tenido un nuevo ejemplo con la votación en el Consejo de Europa –ajeno a la UE– sobre Georgia, otro objetivo del dictador. La misión que envió esta institución concluyó que el nuevo Gobierno de ese país no ganó las elecciones en un clima libre sino intimidatorio y que está recortando los derechos democráticos. Además, todos tenemos en la cabeza la brutalidad policial desplegada contra los manifestantes que salieron a la calle para protestar contra la paralización del proceso de integración en la UE. Pero Vox votó en contra de presionar para que se libere a los presos políticos y se repitan las elecciones. El partido de Abascal argumenta, básicamente, que no hubo fraude en los comicios y que lo antidemocrático es no respetar que el nuevo líder no quiera ingresar en la UE. Es decir, atacar a la democracia en nombre de la propia democracia.
Llegado el momento de adoptar «mentalidad de guerra», como pide el jefe de la OTAN, para salvar la democracia en Europa no hay argumento que pueda justificar apoyar los intereses del bando contrario.
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