lente de aumento
Adolescencia, qué miedo
El peligro está en esa habitación que le decoraste, que llenó de fotos de sus ídolos. El peligro está en ese ordenador desde el que se fabula una vida de avatar
Tu verborrea no gana guerras
Una televisión de parte, una tele de mierda
Un desasosiego, un alivio también porque lo peor en casa ya ha pasado. Los hijos de uno son fronterizos, cruzaron la muga de la adolescencia con unas redes de bajura, incipientes, que todavía no habían mostrado su peor cara. Son de una época en ... la que todavía se encerraban en su cuarto para ocultar sus trastadas, no para inventarse una biografía de avatar.
Son, sí, de un tiempo en el que necesitabas piernas para escapar de tus orcos o los puños para enfrentarlos. Hijos de una era en la que te preocupaba cómo salías pintón a la calle y no cuan ducho eras en el Pantone de filtros para convertir tu rostro, tu cuerpo, en el espejo valleinclanesco que te devuelve una imagen aspiracional, una condena de deseos solo cumplidos en el universo de tus anhelos.
Eran felices, con sus esquivas, sus dribles, sus chulerías, sus fiascos y sus logros. Y sí, fuimos unos padres pesadísimos, intrusivos, fiscalizadores, punitivos y muy machacones con dos o tres mantras que, ya casados, son objeto de sus burlas: «Sois responsables de vuestros actos», «serás y no siempre lo que te esfuerces en ser», «escucha a los demás para decidir», «respeta, no humilles, comparte y, a veces, prueba a callarte». Y el que más les sacaba de quicio cuando les acortábamos el verano y les mandábamos a trabajar: «El dinero no crece en los árboles».
Pero 'Adolescencia' nos muestra una realidad para la que ni padres ni hijos estábamos preparados, una jungla tupida, tan atractiva como feroz y falaz que te tienta con lo que puedes ser pero te ahorra el esfuerzo de intentarlo en el mundo donde en realidad sufres, te dueles, mueres. Un mundo donde puedes ser un galán, una diva, huir de ti mismo hasta vengarte de aquellos que te han encerrado en tu cuarto. Porque el cuarto, qué último capítulo de esta magnífica serie, no es tu fortín sino el burladero, y desde ahí entras en el teclado y ajustas cuentas virtuales, aplaudes o castigas, humillas o ensalzas, mientes o te sinceras... vives la vida que la vida allá afuera te niega.
Ahí, ajenos, los padres no se enteran ni del NO-DO, intentan aferrarse al control parental, casi un oxímoron cuando son muchas horas sin interactuar con tu prole, a la que dejas aparcada en el colegio, tremendo también el capítulo escolar de 'Adolescencia', creyendo que es zona segura, un blindaje contra todos los peligros que acechan al otro lado.
La realidad es que el peligro está en esa habitación que decoraste, que llenaste con sus póster preferidos, ese coche de metal, los retratos de unos tiempos que encapsulaste. Allí donde solo entras para gritarle que ordene la leonera, que nada de comer en la habitación, que la próxima vez se la limpia él y que la cama se hace por la mañanita. Lo que ves revuelto no es eso, es un espejismo de lo que anda, muy adentro, todavía más desordenado. Ellos, que eran nuestros. Ellos, que dejaron de serlo y ni nos enteramos. Qué miedo.
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