EN OBSERVACIÓN
Las sobrinas de Pedro, siete y aforadas
La cama más cara de la historia de la corrupción está en La Moncloa
Según van saliendo del internado las sobrinas putativas de José Luis Ábalos, cuyas conversaciones sociolaborales sacian la demanda de los consumidores de comidilla de la UCO –salsa picantona, avalada con la A en la escala Nutriscore– la oposición al Gobierno eleva el tono de ... la mofa y pierde las formas para ponerse a la altura, muy baja ya, de un gatuperio que cuesta narrar y entender extramuros de la barra americana en la que desarrolló su actividad noctámbula la Faffe, aquel organismo andaluz que a tarjetazo limpio, sucio de perico, se encargó de resignificar lo que en los años noventa se conoció como 'cultura de club'. «Le hemos pagado los polvos a un ministro con dinero de todos los españoles», ha llegado a decir todo un consejero madrileño, con la soltura y la impudicia a las que obligan las circunstancias del vodevil con que el PSOE se suma a los fastos del cincuenta aniversario de la muerte de Franco y la llegada a España de las libertades. El descorche, las putiplistas, las noches de Costa Fleming, la música instrumental de Alfonso Santisteban, la jauría de Ozores desencadenada, como Django, y el 'remake' de 'Los energéticos', con gas ruso. Está Urtasun preparando un ciclo retrospectivo o prospectivo en la Filmoteca Nacional. Ha de andarse con ojo Xi Jinping con la letra pequeña del reciente acuerdo de cooperación cinematográfica firmado con Pedro Sánchez y ser consciente del daño estructural que cierto tipo de películas, aquí de muslo y pechuga, puede llegar a infligir a un régimen autoritario. Gato negro, gato blanco, lo importante es que no cace sobrinas. Mejor caparlo.
Todo este revuelo por el presunto pago salarial o en especie recibido por las parientas carnales y apolíticas de Ábalos responde a la secular afición del público, ya soterrada por nuestro último cine de academia, a las escenas de alcoba y 'négligé'. Corrupción, dicen las beatonas, cuando son cuatro perras, aquí en su novena acepción del DRAE, de lo que estamos hablando. Corrupción, dice el nuevo regeneracionismo, cuando todas y todos los que son caben en un autobús de línea, con billete bonificado por Puente, y en el pasillo de un parador de turismo. Desarrollismo. Calderilla en pesetas.
Corrupción es una palabra mayúscula. Sin abandonar la sección de hogar que frecuentaba la parentela de Ábalos, sin dejar aquella cama cuyo colchón ordenó cambiar como gesto fundacional del sanchismo, el presidente del Gobierno practica su amor confeso por Begoña en un tálamo cuyo alquiler, como el apartamento de la sobrina Jésica, pagan los contribuyentes a través de las partidas que le hacen firmar sus siete sobrinas, que son los diputados de Junts a los que Míriam Nogueras pone cara de zona tensionada. La corrupción no es un pisito de solteras y una insignificante paga mensual de Tragsa o Ineco, sino los miles de millones de euros que en los dos últimos ejercicios hemos apalabrado o abonado para que Sánchez –y no Ábalos– se encame y se tape. Se cumple ahora un año de la publicación de la carta que Sánchez dedicó a Begoña, amor rematado en la cama más cara de la historia universal de la corrupción.
Perito en lunas y saunas, Begoña palpa bajo las sábanas y tira de la voz popular. «Por siete votos –susurra– tienes el culo roto». España toda le remienda el siete.
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