tiempo recobrado
'Sic transit gloria mundi'
Vargas Llosa ya es un fantasma que vagó por este mundo, todavía el nuestro. Podemos encontrar su espíritu en las páginas de sus libros
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La última voluntad de Mario Vargas Llosa era ser incinerado sin ceremonia social o religiosa alguna. Cuando el lector recorra estas líneas, sus restos serán cenizas. 'Sic transit gloria mundi'. Así pasa la gloria del mundo. Todos, los genios y los hombres corrientes, los ... buenos y los malos, acaban sumidos en la nada.
Vargas Llosa ha tenido la muerte que deseaba: una corta agonía y escribiendo hasta el último momento. Gustaba de decir que lo peor era morir en vida. La fortuna le deparó una larga existencia, colmada de vivencias, y el éxito literario, producto de su talento.
Los libros del escritor peruano serán leídos durante muchas décadas, pero esa inmortalidad parece un escaso consuelo ante el poder devastador de la muerte. Se lo lleva todo: la identidad, los recuerdos, la conciencia única de existir.
En una larga conversación con él, en su casa de Madrid bloqueada por el temporal en enero de 2021, evocamos los versos de Villon sobre las nieves de antaño. Y ello nos llevó al París de Sartre, de Juliette Gréco, de Saint Sulpice y de los jardines de Luxemburgo. Los dos fuimos conscientes de que nada había sobrevivido del mundo que habíamos conocido.
Vargas Llosa había olvidado el nombre de la librería que habíamos frecuentado en la rue de Saint Severin, cuyo dueño se negaba a avisar a la Policía cuando alguien intentaba sustraer algún volumen. Era La Joie de Lire, cerrada hace décadas. «Jamás robé un libro pese a que no tenía dinero», enfatizó.
Es una anécdota sin trascendencia, pero que sirve para reflejar esa colección de momentos que hilvana toda vida humana. Condenados a la falta de esencia, como Mario creía, son las decisiones, los actos y los recuerdos los que llenan el vacío de existir. Vivir es luchar contra una nada que siempre acaba ganando, Sartre 'dixit'.
Vargas Llosa ya es un fantasma que vagó por este mundo, todavía el nuestro. Podemos encontrar su espíritu en las páginas de sus libros, pero su ausencia es un recordatorio de la vanidad de la gloria y la fugacidad del éxito. Su muerte nos apabulla en la medida que testimonia ese poder de la nada, esa fragilidad de la carne que nos devora.
Le escuché decir en una ocasión que sólo se puede amar de verdad cuando se conocen los defectos y las miserias de la otra persona. Si fue un gran escritor es porque conocía la naturaleza humana. Afirmó que escribir era un acto de rebelión contra la realidad y contra Dios. Sabía que la batalla estaba perdida, pero luchó porque el hombre es lo que hace con lo que otros hicieron de él. Frente a sus libros, restan sus cenizas, el vacío, la demostración de que el ser es un proyecto inútil. La vida comienza al otro lado de la desesperación. Vargas ya ha cruzado esa frontera en la que toda contradicción se desvanece en el sinsentido de la nada.
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