Tiempo recobrado
Talleyrand
Talleyrand sobrevive a cualquier situación

Leyendo «Memorias de ultratumba», de Chateaubriand, me sorprende un capítulo escrito en 1838, semanas después de la muerte de Talleyrand. Su autor, que se había exiliado a Estados Unidos tras estallar la Revolución Francesa, arremete con una dureza, rayana en la saña, contra el aristócrata, ... clérigo y diplomático que había servido a distintos regímenes durante más de cuatro décadas.
Dice de él que era incompetente, mediocre, ignorante, desleal y vanidoso. Señala que se equivocó siempre, pero que tuvo la habilidad de atribuirse unos aciertos de los que carecía. Por ejemplo, afirma que Talleyrand se jactaba de haber aconsejado a Napoleón que no invadiera España, lo cual era falso. Para demostrarlo, reproduce una carta suya en la que recomienda al emperador que cruce los Pirineos y tome el control de la Península.
Apunta que era un perezoso que se pasaba la tarde jugando a las cartas, que carecía de conversación y que su único talento era vestir impecablemente y halagar a sus adversarios antes de acabar con ellos.
Para entender esta inquina, hay que señalar que el autor de «Memorias de ultratumba» siempre se mantuvo fiel a la monarquía borbónica, a la que sirvió como embajador y ministro desde la derrota de Napoléon en Waterloo hasta la llegada de Luis Felipe de Orléans. Por el contrario, Talleyrand estudió en el seminario de Saint Sulpice, obtuvo el título de Teología en la Sorbona y, tras una meteórica carrera, fue nombrado obispo de Autun. Formó parte de los Estados Generales en representación de la Iglesia y luego apoyó la Revolución y las leyes de la Convención. En esa época, había renunciado a sus hábitos religiosos.
Huyó del país en la época del Terror y luego volvió para convertirse en estrecho colaborador de Napoleón como ministro de Exteriores y cerebro de su política exterior. Rompió con él antes de su declive y fue primer ministro en el Gobierno de Luis XVIII tras la caída del general corso.
Representó a Francia en el Congreso de Viena, fue purgado por los realistas y ejerció diversos cargos menores hasta que apostó por la entronización de Luis Felipe en 1830, que le visitó en su lecho de muerte.
Existe la leyenda de que Chateaubriand vio un día en la Corte a Talleyrand con su rival Fouché y dijo: «Ahí va el vicio apoyado en el brazo de la traición». Talleyrand, desheredado por su padre, era cojo y deforme, a lo que se achacaba su ambición.
Resulta dudoso que fuera tan incapaz como aseguraba Chateaubriand, que sin duda era un hombre más decente que el príncipe enriquecido y ennoblecido por Napoleón. A éste también le odiaba al considerarle un tirano, como su amiga Madame de Staël.
Talleyrand es el paradigma del político que flota como un corcho y sobrevive a cualquier situación. Cambia de principios como de camisa y se mimetiza con el entorno. Y tiene la habilidad de servir al poder sin el menor recato. Hay cerca de nosotros algún dirigente político con tan pocos escrúpulos como el príncipe de Benevento.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete