CAMBIO DE GUARDIA
Rusia antisemita
Lavrov debería saber que no es prudente sacar a escena el antisemitismo cuando uno está hablando en ruso

Un arrebato estúpido ha llevado al ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, a proferir esta triste ofensa, no contra un país, sino contra un pueblo. Colérico porque el Estado de Israel hubiera asumido idéntica tarea a la de las demás democracias en defensa de la ... Ucrania invadida, Lavrov cedió a la tentación más obscena: hacer al pueblo judío responsable de su propio exterminio. Para erigir a Rusia en su heroica salvadora. Lavrov: «Zelenski dice que cómo va a ser nazi el régimen de Ucrania, si él es judío. Pero, que yo sepa, también Hitler tenía sangre judía... Israel ignora que los soldados del Ejército Rojo fueron los verdaderos justos que detuvieron el Holocausto y salvaron al mundo judío». Dos tesis. Por igual grotescas: a) Hitler sería de sangre judía; b) Rusia salvó a los judíos del exterminio.
a) La leyenda de un Hitler de linaje judío se gesta durante las guerras internas del DAP -luego NSDAP- nazi entre 1919 y 1921, cuando el ascenso del plebeyo cabo chusquero era visto con muy malos ojos por las instancias más ‘nobles’ del partido. Etiquetarlo de «mestizo judío» parecía letal. El bulo partía de un trauma, para Hitler obsesivo: la bastardía paterna fue siempre mal llevada por aquel enamorado de la pureza de sangre. En el lugar del desconocido genitor de Alois Hiedler (luego, Hitler), bastaba con poner a un perverso ricachón judío. Adolf sobrevivió al golpe bajo. Pero la herida fóbica se enquistó.
b) ¿Era radicalmente antirrusa la judeofobia nazi de la cual habla Lavrov? Es dudoso. En el ‘Mein Kampf’ de 1925 (II/11), Hitler atestigua lo contrario, al dar como su fundamento antisemita un panfleto ruso del año 1900: «Hasta qué punto toda la existencia del pueblo judío descansa sobre la mentira queda demostrado de manera incomparable y segura por ‘Los Protocolos de los Sabios de Sión’… A quien examina la evolución histórica de los últimos cien años desde la perspectiva que ese libro expresa, los sollozos de la prensa judía se le hacen de inmediato comprensibles».
Stalin adaptaría su espontánea judeofobia a las oscilantes relaciones que mantiene con la Alemania nazi. Tras el tratado Molotov-Ribbentrop de 1939, que asentaba el reparto europeo entre ambas potencias, Moscú da orden de confinar a sus judíos en la ‘Yiddishland’ que fuera alzada, desde 1934, en el confín de la Rusia asiática. La depuración de judíos dentro del partido -ya clave para eliminar a Trotsky de la sucesión de Lenin- se intensifica entonces. Solo la ruptura del pacto y la invasión de Rusia por Hitler lo forzarán a darle un golpe al péndulo, en beneficio de nuevas alianzas. Pero, acabada la guerra, el antijudaísmo retornará en sucesivas oleadas. Como esa soldadura del nacionalismo ruso que fue siempre.
Lavrov debería saber que no es prudente sacar a escena el antisemitismo cuando uno está hablando en ruso.
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