No es crimen, es islam
Nadie diga que ha sido un crimen machista más. Ha sido el cumplimiento de un mandato de la fe. Islámica
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Existe un Ministerio de Igualdad: al frente de él, una psicóloga. Existe, en él, una delegación contra la violencia de género: a cargo de una jurista. Existe un Ministerio de Justicia: que regenta una magistrada. Existe, en el vértice de todo, un presidente que de ... nada ha venido haciendo estos años más retórica que de la lucha contra la barbarie impuesta a las mujeres. Existe... Existe, como un escupitajo sobre el rostro de todos, el gélido silencio de estos días. Blindado. Y cruel como pocas veces.
Dos muchachas de Tarrasa -no me corrijan, escribiré ‘Terrassa’ cuando quiera escribir en catalán, como escribo ‘Paris’, sin acento, cuando escribo en francés: no es política, es gramática-. Dos muchachas de Tarrasa, pues. Porque es hijo de una ciudad aquel que en ella habita y en ella construye su vida. Como Anisa y Uruj la habían, con su empeño, construido. Eran muy jóvenes. Y aspiraban vivir como vive cualquiera de las mujeres de su edad en una Europa en la cual los ciudadanos responden en términos iguales ante la Justicia: sin distinción de sexo. Ambas eran adultas: ese punto en el cual una mujer -como un hombre-, en la europea España, puede -y debe- decidir su vida y sus deseos. Por encima de chantajes o desgarros familiares. Una evidencia.
Pero la de Anisa y Uruj, ciudadanas libres de Tarrasa, era una convencional familia musulmana. La geografía de origen -Pakistán, esta vez- es irrelevante: todo musulmán sabe que la ley coránica no admite distinciones nacionales. Porque Ley -y esta vez con mayúscula- hay sólo la que el dictado de Alá en el Corán fundamenta y la ‘sharía’ codifica para todos los creyentes. Y a ninguna legislación mundana -ni democrática ni de ningún tipo- puede plegarse esa norma. Sólo en ella la comunidad de los ‘sumisos’ -eso significa ‘musulmanes’- cobra una identidad que Profeta y Libro garantizan.
El Libro. He tomado el Corán de mi biblioteca. Todos los ciudadanos libres deberíamos estudiar ese código de servidumbre para saber lo que nos aguarda. Y ‘todas’, sobre todo. Sura IV, aleya 34: «Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres, en virtud de la preferencia que Dios les ha concedido sobre ellas y a causa de los gastos que ocasionan para su mantenimiento. Las mujeres virtuosas son pías: preservan en secreto lo que Dios preserva. Amonestadlas cuando sospechéis que son infieles; encerradlas en cuartos aislados y golpeadlas».
Encerradas y golpeadas. Hasta la muerte. Como Anisa y Uruj. Por los varones familiares que, al limpiar con la muerte de las infieles su pureza propia, daban lustre a la pureza de su Dios y de su Libro. Ese Dios y ese Libro que excluye a todos los otros. No, nadie diga que ha sido un crimen machista más. Ha sido el cumplimiento de un mandato de la fe. Islámica. Y no hay silencio institucional que pueda ocultar eso.
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