cambio de guardia
La inconstancia
Putin lo sabe. Y aguarda. Cuando Occidente se hastíe de jugar al buen humanitario, Rusia podrá limpiar Ucrania de ucranianos

Un día habrán los historiadores de estudiar cómo nuestra opulenta sociedad fue desmoronada por un cáncer infalible: la inconstancia. La que nos mutó en títeres de jardín de infancia, tras cuyas espasmódicas agitaciones no hay nada. Salvo el capricho de emociones nuevas. Vivimos en un ... diletante mundo de permanente estreno, en el cual nada sobrevive a la sorpresa de su desempaquetado. Un mundo de ‘primeras veces’, que debe ser alimentado siempre con imágenes nuevas. Porque sólo lo nuevo existe para el infante que devora pantallas, redes. No hay inteligencia que sobreviva a eso.
La guerra acabó por ser parte de esos frenesís inaugurales. Entusiasma el estreno de su primera bofetada sobre televisores, móviles, ordenadores... «Mira, mira, ésta sí es de verdad y al viejo estilo, y a cuatro pasos de casa, y hay tanques hechos chatarra, y civiles fusilados, y un déspota de otro tiempo. Ésta no la teníamos en la colección de cromos. Disfrutemos de ella...».
No, no es que los espectadores se hayan vuelto más perversos. Es que se aburren. Las rebatiñas de parvulario, con las cuales los deleitan sus políticos, no atenúan en un átomo su hastío. Oír desbarrar a Belarra o a Montero, asistir al pase de cursis modelitos de Díaz o a los espasmos mandibulares de Sánchez cada vez que las cosas se le tuercen es, la verdad, muy insuficiente para cubrir los lapsos de intenso aburrimiento que anudan nuestras vidas.
Uno podría leer, claro. Pero eso de leer es un anacronismo con el cual se divertían patéticos vejestorios, hoy en vías de extinguirse. Podría uno ir al cine. Pero eso de ir al cine es un anacronismo al que ceden tan sólo los demasiado mayores. Un libro requiere invertir en él varios montones de horas, tal vez días: ¡quién tiene eso! Una película exige atender a su trama durante, como mínimo, 90 minutos: ¡qué despilfarro!
Hay que acarrear, pues, paletadas de espectáculo hipnótico. Es lo que saben demasiado bien las pantallas. Y no hay espectáculo al que más se adhieran las mentes humanas -sabemos eso desde Freud- que el vómito de cadáver en gran escala. No teníamos uno así sobre Europa desde hace mucho. La Ucrania masacrada por los rusos vino a proporcionárnoslo. Y el espectador europeo se entusiasmó. Pudo incluso dejarse inflamar por los buenos sentimientos. Luego, se fue aburriendo. Cuando definitivamente se haya hartado de esa gran ópera trágica, retornará a entremeses leves: hazañas futbolísticas o pringosos reguetones. Nadie resiste un espectáculo tan intenso como el de la muerte en masa durante mucho tiempo. Se aburrirá el europeo. Y pasará a otra cosa.
Putin lo sabe. Y aguarda. Cuando Occidente se hastíe de jugar al buen humanitario, Rusia podrá limpiar Ucrania de ucranianos. Lo hizo ya Stalin. Espectador de palco, la OTAN no habrá movido un dedo. Y nuestro mundo, seguirá siendo repugnante.
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