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El color de la mañana: Chiflidos espirituales

Nunca ha habido más excepciones que reglas generales, a pesar de que el historiador Lord Acton pensase en el siglo XIX británico que jamás había habido un gran hombre que no fuese mala persona, y nadie recuerda que haya ardido del todo la pira de las soledades y los dolores perdidos por el monte.

A casi todo el mundo le gusta silbar al compás de tres por cuatro, valses, rancheras, javas; cuando la melodía se pega a las piernas nace el baile, la conciencia se alegra y el espíritu se entrega a los placeres ingenuos, inmediatos y sencillísimos como la florecilla del campo en la que liba la guerrera avispa, esa minúscula hiena que vuela.

La mañana, antes de teñirse de color pastel, es negra como la boca del lobo, la noche más cerrada es la que precede al alba, cuando la luna se aleja con su timidez y el sol todavía no se anuncia con su descaro.

Domingo Méndez del Higo y Valdefrades, el mendigo galante, es un caballero de la Tabla Redonda que no tiene donde caerse muerto. Don Claudio Serafín le dijo a su amigo don Eduardito de la Musa y Taruk Rajá, que es como se firmaba en el catastro:

-¿Vamos a cagarle la puerta al canónigo Paxarín? Después nos tomamos un par de necoritas y luego nos vamos a jugar al tute a un burdel, Isabel la Católica les llamaba burdeles, que es muy sana costumbre del pensamiento; hoy es más temprano que ayer, hoy tenemos tiempo para todo.

Hay remotos paisajes en el Reino de Zamora en los que las mujeres tienen nombres muy raros, peculiares y caprichosos. Doña Hipotenusa le dijo a doña Astucia, profesora en partos y estudiosa de las cualidades curativas de la valeriana, o sea la prima de doña Inmundicia Resquebrajada:

-Le voy a arrimar a usía ilustrísima semejante lapo que la voy a vestir de húsar de Pavía, porque para que todo el mundo se entere, a mí no me toma el pelo ni Santa Rita de Casia, la celestial patrona de los imposibles.

Hay costumbres generalizadas que llegan a confundirse con la ley e incluso a formar parte de la ley, y también hay usos que, aun con el tiempo a sus espaldas, no van mucho más allá de originar una servidumbre de paso.

Don Domingo, el muerto de hambre gimnástico y caballeresco, se hacía llamar a veces don Eduardito de la Musa y Taruk Rajá y presumía de acertar a irse para el otro mundo sin descomponer un solo músculo de la cara.

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