Los resineros del siglo XXI
Viejos oficios se rescatan como oportunidad de trabajo frente a la crisis y el traje y el maletín desaparecen para convertirse en unos pantalones viejos y una pica

La crisis está cambiando lo que hasta hace unos años era el modelo más común de trabajo. Ya no hay grandes oficinas llenas de empleados trajeados cogiendo el teléfono, escribiendo a ordenador, paseando con sus maletines a visitar otra oficina de las mismas características. La crisis ha fomentado el trabajo desde casa, el autoempleo, las denominadas «chapuzas» y, por supuesto, los autónomos. Y en muchas ocasiones ha hecho que empedernidos cosmopolitas hayan tenido que renunciar al aire acondicionado por la brisa del monte. Así, durante los últimos tiempos se han recuperado oficios casi perdidos, como el de resinero, un trabajo en auge en esta época de crisis.
« Nunca imaginé que acabaría trabajando de resinero. Siempre me ha gustado el campo, pero como afición, no como modo de vida». Nando Ruiz trabajó doce años como fotógrafo y cámara en diversos medios de comunicación de Guadalajara.
Tras verse en el paro y un negocio propio que no llegó a funcionar, escuchó sobre unos nuevos cursos que impartía la Diputación . Enseñaban cómo ser resinero . «Sabía que de los pinos se sacaba la resina y que se utilizaba para muchas cosas, pero poco más», asegura Nando. Esos cursos nacieron gracias a que Lucía Enjuto, diputada delegada de Desarrollo Rural, Agricultura y Medioambiente y además alcaldesa de Mazarete, se enteró de que el oficio se estaba rescatando con éxito en provincias limítrofes a Guadalajara. «En Segovia había aumentado el número de resineros. Además había sido uno de los principales oficios de Mazarete , tanto que aquí hay una antigua resinera. Creímos que este oficio podría abrir muchas puertas a la gente que está en paro».
Una treintena de personas respondieron a la llamada de la Diputación, que ofertaba un curso de varios días para aprender a ser resinero. Uno de los que probó suerte y además decidió convertirlo en su modo de vida fue Nando . «Nos enseñaron no sólo cómo se trabaja, sino también las características de la resina y todo lo que se puede hacer con ella».
Cosas como la forma en que se obtienen la colofonia y el aguarrás de la resina y, de ahí, cómo se utilizan para adhesivos, cosméticos e incluso alimentos. Y con esa mochila de enseñanzas, otros siete compañeros de curso de Nando también se pusieron a trabajar como resineros, principalmente en dos zonas de la provincia: en la Sierra Norte, donde antiguamente y hasta los años 80 se había trabajado en los pinares de la zona ; y en la zona de Iniéstola, donde trabaja Nando y la propia alcaldesa del municipio, que después de trabajar durante años en Madrid, volvió a este pequeño pueblo igual que Nando.
La soledad del resinero
«Este trabajo es duro físicamente, sobre todo al principio. Pero lo que peor se lleva es la soledad», asegura Nando. Por el contrario, explica que lo que más le gusta de su nueva faceta es ser su propio jefe y que él mismo se administra el tiempo. « Trabajamos durante ocho o nueve meses. Los dos primeros son para la desrroñe -extraer algunas partes de la corteza del pino-; después vienen la pica y la remasa -extracción de la partir de pequeños cortes que se le realiza al cada árbol y que se repiten cada doce días-. Estamos mínimo unas 8 o 9 horas sin parar, allí no puedes estar viendo a los pájaros pasar», asegura.
Este año los nuevos resineros han conseguido sacar dos kilos de resina por cada árbol y el año que viene, según les han contado viejos resineros, sacarán más producción, porque los pinos tienden a dar más resina como modo de autodefensa. «Es un negocio en auge, porque antes importábamos la resina de China, pero ese país ahora solo se autoabastece, no la vende . Por lo que las empresas nacionales necesitan de resineros, y esperamos que suba el precio. Te da para vivir, y, tal y como está el panorama laboral, este trabajo es más estable que uno de oficina». explica.
Segundo curso
Pero además de resinero, Nando se ha convertido en profesor, ya que ha impartido la teoría en el segundo curso que la Diputación ha llevado a cabo en otoño de este año. « Es una pequeña introducción para enseñarles qué hace un resinero , utilizando nuestros vídeos y fotografías de cómo hemos trabajado y contarles nuestras experiencias y dudas una vez sobre el terreno». Esta vez se ha duplicado el número de alumnos e incluso algunos antes de acabar el curso ya tenían una zona de pinar reservada.
«Estamos muy contentos porque se han interesado muchísimo por las clases. Ahora son ellos los que deben echar las cuentas y ver las posibilidades de trabajar en esto», comenta Lucía Enjuto . Los 60 participantes tienen en común ser parados de larga duración y vivir o poseer domicilio cerca de las zonas de pinares. «Hay desde jóvenes a gente más mayores, padres e hijos, hermanos… en la mayoría de los casos están en una situación muy difícil y ven la resina como una posibilidad de trabajo». Una posibilidad que la mayoría ni se planteó hace unos años, pero que ahora parece una oportunidad real de trabajo.
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