Joe y Bibi: una relación de amor y odio de décadas, ante su gran prueba
La amistad entre Netanyahu, cuestionado dentro y fuera de Israel, y Biden, quien se juega su reelección en horas bajas, afronta su mayor reto desde que se conocieran a comienzos de la década de los 80
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«Bibi, no estoy de acuerdo ni en una maldita cosa de las que dices, pero te quiero». Bibi es Benjamín Netanyahu –ese es su apodo– y quien lo dice es Joe Biden. La frase es una dedicatoria que el ahora presidente de EE.UU. ... escribió hace mucho en una foto para el primer ministro de Israel. Lo contó Biden en 2014, en uno de los muchos momentos de tensión de una relación de amor y odio, de respeto y exasperación, de alianza y enfrentamiento, que se alarga durante más de cuatro décadas. La guerra de Israel en Gaza, en pleno inicio de una operación terrestre muy compleja, en medio de una crisis humanitaria para la población palestina y en la antesala de la campaña de reelección de Biden, está tensando la cuerda más que nunca.
Se conocieron a comienzos de la década de 1980. Biden era un senador, a la vez, joven y veterano, de apenas cuarenta años, pero con una década de experiencia en la Cámara Alta de EE.UU. Netanyahu había pasado parte de su infancia –su padre, el historiador Benzion Netanyahu, experto en la historia de los judíos en España, daba clases en una universidad de Filadelfia– y de su juventud –estudió en el MIT de Boston– en EE.UU. Tras sus primeras incursiones en política en Israel, fue enviado en 1982 a Washington como segundo del entonces embajador, Moshe Arens.
Inclinación internacional
Biden siempre tuvo una gran inclinación por los grandes asuntos internacionales. Una de las razones por la que, con mucha osadía, pasó de ser concejal de un distrito de Delaware a senador con solo treinta años era su pasión por los grandes asuntos de la política exterior, no por el sistema local de recogida de basuras. Israel ha sido una cuestión central para él y nunca ocultó su defensa del estado judío, en la línea convencional defendida tanto por republicanos como demócratas en EE.UU.
«Mi padre me dijo que no era necesario que yo fuera judío para ser sionista, y lo soy», dijo en una ocasión. «Israel es esencial para la seguridad de los judíos de todo el mundo».
Tras sus primeros encuentros en Washington, Biden y Netanyahu escalaron de forma paralela en la política y en la diplomacia de ambos países. Netanyahu fue nombrado en 1984 embajador de Israel ante la ONU, en su sede en Nueva York. Biden, convertido en un peso pesado del Senado, alcanzó la posición más alta de su partido en el Comité de Relaciones Exteriores en 1997. Para entonces, Netanyahu ya se había convertido en primer ministro de Israel el año anterior y nunca dejaría de estar en la primera plana de la política israelí.
Biden siempre ha defendido –y lo ha repetido estos días– que la relación de EE.UU. e Israel es inquebrantable. La suya con Bibi también lo es, pese a todas las diferencias y tensiones. Las primeras son esenciales; ambos tienen una concepción diferente del problema en Oriente Medio: Biden apuesta por la solución de los dos estados, israelí y palestino, mientras que Netanyahu es el exponente de la línea dura sionista, que reniega de dar soberanía completa a los segundos.
Las segundas son abundantes y periódicas. En 2010, con Biden como vicepresidente bajo Barack Obama, encargado de asuntos de perfil internacional, su amigo Bibi le humilló: en medio de una visita a Israel, el primer ministro anunció nuevos asentamientos en el este de Jerusalén, una piedra en el camino a las negociaciones de paz que buscaba EE.UU.
Uno de los peores momentos fue en 2014, cuando Netanyahu atacó con fuerza el acuerdo nuclear con Irán impulsado por la Administración Obama. Al año siguiente, Biden se lo afeó con su ausencia en el discurso del primer ministro israelí ante el Congreso de EE.UU.
«Seguimos siendo colegas», aseguró Biden en medio de aquella crisis. «Somos amigos cercanos, nos hablamos con honestidad, de forma directa. Nos queremos y nos volvemos locos el uno al otro».
Figura incómoda
Netanyahu ya se había convertido para entonces en una figura incómoda para muchos en EE.UU. James Baker, el que fuera jefe de la diplomacia de George H. W. Bush entre 1989 y 1992, le prohibió la entrada en el Departamento de Estado. Madeleine Albright, con el mismo cargo bajo Bill Clinton, le calificó como «el Newt Gingrich de Israel», en referencia, poco amable, al republicano que presidió la Cámara de Representantes a mediados de la década de 1990.
Pese a todos los roces, Biden siempre se apoyó en su vieja amistad con Bibi, al que conoce mejor que nadie, para mantener la relación. Incluso cuando esta se deterioró más que nunca este año, con la reforma judicial del Gobierno de Netanyahu que exasperó a Biden y que evitó un encuentro con el recién elegido primer ministro israelí durante meses. Ahora, con Netanyahu cuestionado dentro y fuera de Israel por los ataques de Hamás y su respuesta militar, y con un Biden que se juega su reelección en horas bajas, la amistad pasa por su mayor prueba.
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