Archipiélago Putin: el territorio ártico sometido a la codicia del Kremlin
Rusia salpica de bases el Gran Norte con la intención de controlar sus recursos naturales y estratégicos
Marzo de 2017. El presidente ruso, Vladímir Putin, visita la Tierra de Francisco José, un archipiélago ruso formado por 191 islas cubiertas de hielo situado a una latitud de 80ºN, en el océano Glacial Ártico, al noroeste de Nueva Zembla y al ... este del archipiélago noruego de las Svalbard. Una porción del «país de la muerte blanca», como definió a esta región el legendario explorador ruso Valerian Albanov. La desolación habita este territorio de 16.134 kilómetros cuadrados salpicado de algunas bases militares y científicas. Al líder –adusto, brioso, abrigado con una soberbia parka roja que le protege de los puñales del frío– le acompañan dos de sus fieles: el entonces primer ministro, Dmitri Medvédev (actualmente vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, grapado su destino siempre al del jefe), y el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú. La ocasión es especial: la inauguración de la base Arkticheski Trilistnik (el Trébol Ártico), un complejo de 14.000 metros cuadrados que parece una estación espacial, con una dotación de 150 hombres adiestrados para la guerra con su 'outfit' de camuflaje y Kalashnikov blancos, trineos tirados por perros o renos, una pista calefactada para una flotilla de cazas MiG-31 y bombarderos Su-34, vehículos blindados y la última tecnología en paneles de control y radares.
Expansión rusa
La mirada de Putin hace juego con el entorno helado cuando, henchido por el momento histórico, pronuncia estas palabras: «Hemos vuelto. Podemos afirmar con absoluta certeza que nuestro poder y nuestras oportunidades crecerán con la expansión rusa en el Ártico. De esta región depende nuestro futuro. Debemos oponernos a las amenazas de la OTAN a nuestras puertas, estamos aquí para proteger a nuestras familias y riquezas. Este es territorio ruso; a diferencia de otros, no construimos bases en países extranjeros. Debemos garantizar la seguridad de las nuevas rutas polares y de las plantas de extracción. Estamos aquí para afirmar la soberanía rusa en este mar». Desde entonces, la remota Tierra de Francisco José es conocida como 'archipiélago Putin'.
El evento fue recogido por el periodista italiano Marzio G. Mian en un libro demoledor: 'Ártico. La batalla por el Gran Norte' (Ariel, 2019), en realidad un reportaje de doscientas páginas que «desvela la hipocresía y la arrogancia de nuestra civilización» -según explica el propio autor- y que es difícil que deje indiferente a alguien. Más después de lo que ha ocurrido en Europa en 2022. Aquellas palabras y actitud de Putin, trasladadas al mundo que vivimos un lustro después, nos resultan familiares. El mandatario ruso tiene ahora los ojos puestos en Ucrania, pero su ambición va más allá. El Ártico, ese confín misterioso para los europeos, escenario de epopeya y tragedia, se ha convertido en el tablero de operaciones de una geopolítica codiciosa, animada por la configuración de una nueva cartografía: el Gran Norte ya no es una región helada resistente a los exploradores, un vacío, un mar que separa en vez de unir sus bordes costeros, un anti-Mediterráneo desde el punto de vista de la historia de las relaciones humanas, como lo describe el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón.

Pretensiones territoriales
sobre el Ártico
CLAVE
Reclamación rusa
Reclamación estadounidense
Reclamación canadiense
Reclamación danesa
Sin reclamar
Futuro campo de gas
Futuro campo de petróleo
Mar de Bering
Nueva ruta marítima
EE.UU.
Océano
Ártico
Línea de
200 millas
Mar de
Láptev
Plataforma
Tsentralmo Olginskaya 1
Polo
Norte
CANADÁ
RUSIA
Península de Yamal
Cadena de
Lomonósov
Base
Arkticheski Trilistnik
en la Tierra de Francisco José
Nueva Zembla
Snowflake
Futura
estación
GROENLANDIA
(Dinamarca)
Mar de
Barents
Región de Janti-Mansi
Nueva ruta marítima
ISLANDIA
Mar de
Noruega
Fuente IBRU (Durham University) y elaboración propia / ABC

Pretensiones
territoriales
sobre el Ártico
CLAVE
Reclamación rusa
Reclamación estadounidense
Reclamación canadiense
Reclamación danesa
Sin reclamar
Futuro campo de gas
Futuro campo de petróleo
Mar de Bering
Nueva ruta marítima
EE.UU.
RUSIA
Océano
Ártico
Línea de
200 millas
Mar de
Láptev
Plataforma
Tsentralmo
Olginskaya 1
Polo
Norte
CANADÁ
Snowflake
Futura
estación
Cadena de
Lomonósov
GROENLANDIA
(Dinamarca)
Base
Arkticheski Trilistnik
en la Tierra de Francisco José
Mar de
Barents
Nueva ruta marítima
ISLANDIA
Mar de
Noruega
Fuente IBRU (Durham University) y elaboración propia / ABC
La superficie del océano helado era de 8 millones de kilómetros cuadrados en 1970. Medio siglo después se ha reducido más de la mitad. Este derretimiento facilita el acceso a un botín asombroso: el 40 por 100 de las reservas mundiales de combustible fósil (el 30 por 100 de todos los recursos naturales) se encuentra ahora al alcance de Estados Unidos, China, Noruega... y, por supuesto, Rusia. La estación científica IAS Snowflake que Moscú construirá en el extremo norte de los Urales se centrará en estudiar las oportunidades que el cambio climático podría proporcionar en cuanto a la explotación de los recursos en el Ártico.
No hace tanto, Groenlandia era la Luna. Y, de repente, sus yacimientos de uranio y tierras raras –elementos químicos esenciales para los teléfonos móviles, la fibra óptica y la tecnología militar– podrían convertirla en un Congo boreal. Gerentes de empresas mineras opinan, cínicamente, que si la isla quiere la independencia de Dinamarca «no tiene más remedio que abrir esta caja fuerte de los cojones» (este argumento está ampliamente desarrollado en la última temporada de la serie 'Borgen'). El deshielo ha abierto nuevas rutas comerciales y turísticas –el antaño temible paso del Noroeste ya está en el catálogo de algunas compañías de cruceros– y dejado al descubierto caladeros de pesca.
Autarquía tecnológica
Los analistas internacionales advierten de que la guerra en Ucrania no debería distraer la atención de Occidente sobre el frente ártico, un capítulo de la trama que se desarrolla de forma paralela, tanto en su vertiente económica como militar. La plataforma Tsentralno-Olginskaya 1, la más septentrional del Ártico ruso, en el mar de Láptev, perfora desde hace un lustro a 5.000 metros bajo el hielo con una tecnología capaz de taladrar la roca submarina para succionar los 10.000 millones de toneladas de petróleo que el área guarda como un tesoro. Las sanciones de la época de la invasión rusa de Crimea, corregidas y aumentadas en estos tiempos de zozobra, no han hecho mella en este frente. La retirada del apoyo occidental a los grandes gigantes energéticos de la economía postsoviética –Gazprom, Rosneft y Novatek– ha perjudicado más a firmas como la estadounidense Exxon Mobil, cuyos contratos han quedado en papel mojado, que a las antes citadas.
«En lugar de estrangular los oleoductos, las sanciones han permitido a Rusia dar pasos de gigante en el sector, al adquirir una autarquía tecnológica capaz de generar beneficios», explica Marzio G. Mian en su ensayo. «Somos como una avalancha», confesó al periodista italiano Serguéi Vakulenko, del departamento de estrategia e innovación de Gazprom. En los 600 pozos que controlan fueron capaces de extraer, en el periodo 2013-2016, el doble que todos los países de la OPEP juntos. De hecho, hay una suerte de Arabia Saudí en el Gran Norte: Janti-Mansi, en Siberia occidental, una región del tamaño de Francia cuya producción de crudo alcanza algunos años los 240 millones de toneladas. De aquellos polvos, estos lodos: nadie duda de que Moscú está ganando la batalla energética derivada de la crisis ucraniana.
Casi toda la producción del gas ruso procede del Ártico, con una reserva de 43 trillones de metros cúbicos y un potencial de 73 trillones extraíbles. El 85 por 100 se extrae en la península de Yamal, al noroeste de Siberia, donde se ha construido un gigantesco puerto que ha costado casi 30.000 millones de euros (12.000 millones han sido desembolsados por China).
La escalada militarista en la región ha sido investigada por el periodista noruego Thomas Nilsen, editor del digital 'The Barents Observer', que se ha convertido en un medio de referencia para explicar los movimientos de Rusia en la región. Nilsen no es el tipo más popular en el Kremlin, que lo tiene en su punto de mira. Ha investigado, por ejemplo, la península de Kola, donde hay cuatro bases que almacenan arsenal atómico a las puertas de Noruega y Finlandia, con depósitos secretos que no aparecen en los mapas. Las prisas de Suecia y Finlandia por entrar en la OTAN, que lleva años desplegando efectivos en el norte de Europa, parecen plenamente justificadas. «El mundo quiere morder algo de nosotros, pero vamos a arrancarles los dientes a todos», advirtió Putin en la reunión del Consejo Ártico celebrada hace un año en Reikiavik.
Mientras se desprenden icebergs desde el casquete glacial («Estallidos y rugidos desgarran el silencio y anuncian el colapso de paredes enteras, farallones que se abisman provocando pequeños tsunamis y la excitación de miles de aves», describe poéticamente Mian), Rusia se pertrecha para la 'guerra blanca', tal vez la próxima en estallar antes de que las brasas ucranianas terminen de apagarse.
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