Ricardo Zamora, en la batalla legal contra Franco: «El separatismo del F. C. Barcelona me asfixiaba y hui»
ABC accede en exclusiva al recurso presentado por el guardameta del Real Madrid, para que la dictadura le retirara la dura sanción que le había impuesto tras la Guerra Civil, a pesar de haber estado preso en una cárcel republicana y casi morir en las matanzas de Paracuellos
Las increíbles dos vidas del anarquista que casi mata a Franco cuatro días antes de la Guerra Civil

«Comencé mi vida profesional en el F. C. Barcelona, en un tiempo en el que el ambiente político aprisionaba y regía todas las actividades. En Cataluña estaba duramente influido por la ambición separatista. Mis sentimientos profundamente españoles, de unidad y grandeza de la patria, me hicieron salir de ese ambiente que me asfixiaba y pasar al Club Deportivo Español, donde mi afinidad con sus sentimientos patrios era evidente», escribía Ricardo Zamora en agosto de 1940.
Fue uno de los argumentos esgrimidos por el guardameta catalán en el recurso presentado ante la Federación Española de Fútbol (FEF), para intentar que la dictadura le levantara una sanción de tres años por no viajar, durante la Guerra Civil, a la zona franquista. Seis folios llenos de detalles sobre su vida que no habían visto la luz hasta hoy. Los ha conseguido ABC en exclusiva, junto a otros documentos, de mano de los descendientes de un alto cargo del régimen de Franco que intentó interceder por la estrella en su momento, después de que esta pasara varios meses en una prisión republicana y huyera después de las bombas al exilio.
«De aquella salida mía del Barcelona [en 1922] –continuaba Zamora en el siguiente párrafo– se hizo eco la prensa por el sentido político de mi marcha. Un sentido que no solamente no traté de eludir, sino que quedó reflejado en una carta que toda la prensa publicó, en uno de cuyos párrafos yo decía: 'Me marcho después de una excursión de tres años por el extranjero, aludiendo al Barcelona, a la tierra de mis amores, en referencia al Español, identificado con mi idea de la patria'». Para que quedara claro, subrayó la expresión «por el extranjero», que incluía dentro de un apartado que el futbolista denominó «Antecedentes de mi actuación pública antes del Movimiento Nacional».
No obstante, en aquel ambiente de represión que siguió a la victoria de Franco, las palabras del guardameta no deben interpretarse de manera precipitada, porque su ideología había sido siempre una incógnita. ¿Era de izquierda o de derechas? ¿Estaba siendo sincero o simplemente trataba de sobrevivir y salvar su carrera, como tantos otros españoles en aquel momento? «Es tan grave la sanción impuesta que, aparte del dolor que representa estar apartado de la única actividad que me produce medios económicos para vivir, supone moralmente un dolor más intenso, ya que, siempre vigía de los principios del Glorioso Alzamiento Nacional, en el momento en que estos se constituyen como las directrices del nuevo estado, es cuando llega mi durísima postergación», insistía.

Zamora, contra el nazismo
Lo cierto es que en los meses previos al estallido de la guerra, Zamora alimentó la confusión en lo que respecta a sus ideas políticas. Y, siendo el equivalente al Messi o Cristiano Ronaldo de la época, era imposible que la prensa y la radio no hablaran de él a diario. Para muchos era monárquico y católico porque escribía una columna en el diario conservador 'Ya'. En febrero de 1936, sin embargo, cuando los jugadores de Alemania hicieron el saludo nazi al inicio de un partido contra España en el Estadio de Montjuic, él levantó el puño con actitud desafiante al sonar el himno republicano.
El 21 de junio, en cambio, durante la celebración en Valencia de la Copa de la República que logró ante el Barcelona –el mismo día que dijo adiós a su carrera como jugador con aquella impresionante parada a Josep Escolà–, Zamora concluyó su discurso como capitán con un «¡Viva Valencia, el Madrid y España». En ese momento, un periodista le gritó «¡y viva la República también!», pero el guardameta no se sumó. Permaneció impasible. Es como si no estuviera adscrito a ninguna ideología, o a todas a la vez, en una indefinición que le trajo problemas por partida doble, ya que fue perseguido y encarcelado por ambos bandos durante la guerra, antes de que le impusieran la sanción que amenazó su carrera como entrenador.
En principio, Zamora no tenía nada que temer en julio de 1936. Seis años antes, el Real Madrid había pagado 150.000 pesetas por su fichaje, una cifra desorbitada que tardó años en ser superada. Allá donde iba era tratado como una estrella por todos los españoles, votaran al partido que votoran. En julio de 1936, con 35 años, seguía siendo el gran héroe de la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920. Sin embargo, cometió un error. Al regresar de la final, el clima de inseguridad y violencia era tan grande que sus compañeros aprovecharon el permiso del club para marcharse de Madrid, pero Zamora decidió quedarse, intentando pasar desapercibido en medio del polvorín.

Las sacas de Paracuellos
Los enfrentamientos en las calles desembocaron en el asesinato del teniente socialista José Castillo y el diputado conservador José Calvo Sotelo el 12 y 13 de julio, respectivamente. Al estallar la guerra el día 18, Zamora comenzó a ser hostigado por los republicanos y decidió refugiarse en casas de amigos, pero fue detenido por un grupo de milicianos. Años después, su hijo recordó aquellas jornadas: «Venían a casa y se llevaban copas y medallas. Incluso su coche. Una vez en la cárcel Modelo, un miliciano recitaba cada día varios nombres que se llevaban y no volvían. A mi padre lo citaron varias veces y se llevó sustos tremendos. Lo que ocurría es que los comisarios encargados de la lista lo incluían solo para conocerlo».
Así sobrevivió el capitán del Madrid a las sacas de presos que, entre noviembre y diciembre, causaron miles de muertes en Paracuellos. Varios historiadores han indagado sobre la identidad del miliciano que lo salvó. Ramón Gómez de la Serna publicó una crónica en el periódico argentino 'La Nación' en la que mencionaba al poeta Pedro Luis Gálvez: «La aparición de Gálvez en las cárceles es una ráfaga de espanto. Se dirige a los presos en actitud estrepitosa y tono grandilocuente. Juega con las pistolas como un malabarista. De vez en cuando salva a un hombre. Una mañana se presentó en La Modelo y salió a un balcón del patio con un preso del brazo y pronunció a gritos: 'He aquí a Zamora, el gran jugador internacional. Es mi amigo y muchas veces me dio de comer. Está preso aquí y es una injusticia. Que nadie le toque un pelo. Os lo prohíbo'. Luego lo besó y lo abrazó mientras gritaba '¡Zamora Zamora!', ante los presos atónitos».
A mediados de noviembre fue puesto en libertad, quizá ayudado por el partido amistoso que disputaron las selecciones de Valencia y Cataluña para pedir su liberación y las cartas de jugadores extranjeros que llegaron a la sede de la FIFA. Ante el temor a ser asesinado, se refugió con familia en la embajada de Argentina. «Ricardo se planteó salir, pensando que lo respetarían por su popularidad, pero lo disuadimos. Le habrían matado seguro», contó después uno de los refugiados que acompañó a la familia Zamora en la delegación.

La salida de España
En febrero de 1937, el guardameta fue escoltado hasta Alicante por una dotación muy numerosa de motoristas de la Guardia de Asalto, y de ahí embarcó hacia Marsella, para ir después por carretera a París y a Niza. En esta última ciudad estuvo hasta diciembre de 1938, alargando su carrera como jugador dos temporadas más en el club de la ciudad. Allí coincidió con José Samitier, su compañero en el Madrid y el Barcelona. Al principio de su estancia, circuló la noticia de su asesinato por los republicanos. El diario francés L'Auto llegó a informar de ello: «La noticia nos ha llegado tan abrupta como seca: Ricardo Zamora ya no está. Fue probablemente el mejor portero de los últimos diez años. Se ganó su reputación en los campos de todo el mundo y seguía siendo el mejor portero de España, a pesar de tener más de treinta años». En Valladolid, incluso, se celebró una misa funeral en su honor y Queipo de Llano condenó su muerte en uno de sus feroces discursos radiofónicos.
Cuando las autoridades franquistas supieron que Zamora estaba en Niza, le invitaron a regresar, pero en su recurso explicaba por qué no lo hizo: «El agregado de la Embajada, Edgardo Pérez Quesada, nos advirtió de que su Gobierno había dado la palabra al Gobierno rojo de que los evacuados no pasarían a zona nacional. No le di importancia, ante mi ansia de pasar a la zona española limpia de aquel ambiente podrido y criminal. Sin embargo, el señor Quesada me advirtió a mí particularmente que tuviese cuidado, bajo firma de un documento, porque dada mi popularidad, si se conociera mi paso a la zona nacional, perjudicaría a otros españoles que esperaban con ansia su liberación».
Zamora regresó finalmente a España en agosto de 1938. Una ley del primer Gobierno de Franco en Burgos establecía que los huidos de la República que quisieran ingresar en la zona franquista, solo disponían de dos meses. A Franco no le sentó bien que hubiera tardado más de un año. Tampoco olvidaba el homenaje que le hizo, en 1934, el presidente republicano Niceto Alcalá-Zamora y las declaraciones del futbolista en París, publicadas por el diario 'Sport' el 2 de abril de 1937: «Jamás iré a Burgos. Decid en España que no soy un fascista». Fue detenido tras disputar un partido benéfico en San Sebastián y encarcelado esta vez por el bando contrario, pero liberado unos días después para evitar una polémica internacional. Entonces vino la sanción.
En la carpeta antigua que contiene el recurso aparece escrito a lápiz: «Verano de 1940. Moscardó se negó a levantarle la sanción». Así ocurrió, por lo menos, en un principio, como constata un telegrama de disculpa que le envió a Zamora por no haber podido ayudarle y una carta del general Moscardó, jefe de la Casa Militar del Jefe del Estado, en la que expone sus razones: «Afirmar que la suspensión le inhabilita a perpetuidad dista mucho de la realidad. En último caso es bien leve comparada con la inhabilitación absoluta y eterna que han sufrido tantos deportistas que, al contrario, no vacilaron en pasar a la España nacional y entregar su vida en el frente».
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