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La isla fantasma de las «Siete Ciudades» que los conquistadores de América buscaron en el Atlántico

Antillia aparecía dibujada en muchos mapas de los siglos XV y XVI, con información detallada acerca de sus pobladores y de los tesoros que albergaba, pero nunca fue encontrada a pesar de las exploraciones autorizadas por varios monarcas europeos

¿Llegó otro navegante a América ocho años antes que Colón? El misterio del mapa de Piri Reis

Montaje de un galeón del siglo XVI, sobre un mapa de 1489 en el que aparece la isla de la Antillia
Israel Viana

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«Cuando miramos al cielo, imaginamos dioses. Cuando miramos al océano, imaginamos islas», escribía Malachy Tallack hace siete años. Según el autor de 'Islas desconocidas' (Geoplaneta, 2017), «desde que la gente empezó a crear historias, ha estado inventando islas». Y no le faltaba razón. Para los primeros marineros, el océano era un lugar de brumas y desembarcos azarosos, y durante la época de los grandes descubrimientos, los viajeros europeos se lanzaban al mar en busca de nuevas tierras sin saber, en realidad, lo que se iban a encontrar. Todo era misterio.

En el célebre mapa del cartógrafo otomano Piri Reis, por ejemplo, las costas de España, Portugal y África aparecían perfectamente definidas en la parte derecha del documento según los conocimientos actuales, mientras que las de América y la Antártida eran muy inexactas. Esto se debe a que estaba fechado en el año 919 del calendario musulmán, correspondiente a 1513 en el cristiano, y en esa época esas dos últimas regiones no eran, supuestamente, conocidas en Europa. Todavía no habían sido descubiertas por el viejo continente.

Piris indicaba que parte de la información la había obtenido de las fuentes de «los antiguos dioses del mar». Como no sabía lo que se iban a encontrar allí futuros viajeros, en los márgenes incluyó criaturas fantásticas, como reptiles antropomorfos y hombres sin cabeza, algunos semejantes a los que se representaban en la mitología romana, y la frase «hic sunt dracones» («aquí hay dragones»). Esta fórmula, muy usada en otros mapas de la época, era una metáfora de los peligros desconocidos que podrían esperar las futuras exploraciones en esta región que estaban convencidos que existía, pero que todavía habían hallado.

En este sentido, en los primeros mapas del Atlántico también aparecían dibujadas un montón de islas fantásticas que nadie había descubierto, pero que tentaron a muchos exploradores con promesas de criaturas exóticas y civilizaciones perdidas, como es el caso de la famosa Atlántida. Durante siglos, se creyó que estaba más allá de los Pilares de Hércules, es decir, en el Estrecho de Gibraltar. Según Platón, quién citó este territorio por primera vez, era el hogar de un pueblo divino, «famoso por su belleza corporal y la perfección de su virtud».

Kolón, «la descubrió»

Un caso menos conocido, pero igual o más sorprendente, es el de la isla de Antillia, que aparecía en muchos mapas de los siglos XV y XVI, en la época anterior y posterior al descubrimiento de América. Piri Reis también la representó en su 'Libro de las Materias Marinas', un atlas náutico publicado en 1521 que recogía información exhaustiva del Mediterráneo. En su margen incluía un relato de las expediciones emprendidas por «un astrónomo llamado Kolón que salió en busca de la Antillia y la descubrió». En verdad, nunca se demostró que la localizara, pero se siguió creyendo que estaba en algún lugar indeterminado del Atlántico.

Con una forma inusualmente rectangular, la Antilla apareció en otros muchos mapas del siglo XV, cuando los barcos europeos buscaban nuevas rutas por todo el mundo. Según la leyenda española y portuguesa, esta isla se encontraba exactamente al oeste de la Península Ibérica y había sido fundada por un grupo de obispos huidos tras la conquista musulmana en 711. No obstante, hasta setecientos años después no fue representada por primera vez en el conocido mapa de Weimar, conservado en la Biblioteca Gran Ducal de esta ciudad alemana.

Aunque el mapa está fechado en 1424, la mayoría de los historiadores sostienen que podría haberse realizado medio siglo después. El autor, sin embargo, es desconocido, aunque se dice que fue miembro de la familia de cartógrafos Freducci de Ancona. Todos estos datos son difíciles de confirmar, puesto que el documento no se encuentra en muy buen estado y rara vez se fotografía. En él, la legendaria isla está dibujada en el extremo izquierdo y aparece parcialmente cortada en su parte inferior, pero la etiqueta de «Antillia» se lee fácilmente.

El globo de Erdapfel

En el Erdapfel, el globo terráqueo más antiguo que se conserva, fabricado por Martin Behaim en 1492, también se representaba este enclave. Además, este geógrafo alemán que prestó servicios a Portugal, donde radicó prácticamente la mitad de su vida, incluía un texto en el que afirmaba que «la isla de Antillia, conocida como la isla de las Siete Ciudades, estaba habitada por un arzobispo de Oporto, seis obispos y hombres y mujeres cristianos huidos en barco desde España con su ganado, pertenencias y bienes».

El cartógrafo Johann Ruysch publicó en Roma, en 1507, uno de los más importantes planisferios de comienzos del siglo XVI, conocido por ser el segundo mapa impreso de la historia en el que se recogía información del Nuevo Mundo. En él dejó escritos datos tan precisos como estos: «Esta isla de Antillia fue una vez encontrada por los portugueses, pero ahora, cuando se busca, no se puede encontrar. La gente que reside en ella habla el idioma hispano y se cree que huyeron allí ante la invasión bárbara de Hispania, en la época del Rey Roderic [Don Rodrigo], el último en gobernar Hispania en la era de los godos. Aquí hay un arzobispo y otros seis obispos, cada uno de los cuales tiene su propia ciudad. Por eso se la llama la isla de las Siete Ciudades. La gente vive allí de la manera más cristiana, repleta de todas las riquezas de este siglo».

Esta inscripción se reprodujo casi literalmente en el 'Libro de grandezas y cosas memorables de España', publicado por Pedro de Medina en 1548. Este, incluso, se atreve a dar las dimensiones de la isla, que mediría 87 leguas de largo y 28 de ancho y contaría con «muchos buenos puertos y ríos». Según el geógrafo español, estaba situada en la latitud del Estrecho de Gibraltar y los marineros la habían visto desde lejos en numerosas ocasiones, pero desaparecía cuando se acercaban a ella.

La isla que desaparece

Una variante de este relato es la que ofreció también Manuel de Faria e Sousa en el siglo XVI. Era muy rica en información y contaba que el gobernador visigodo de Mérida, cuando se vio asediado por los invasores musulmanes, negoció su rendición y se dirigió a la costa para embarcar con otros exiliados con destino a las Islas Canarias. Sin embargo, no habría llegado a su destino, sino que habría acabado en una isla del Atlántico que estaba «poblada por portugueses y tenía siete ciudades, que algunos imaginan que es la que puede verse desde Madeira, pero que cuando intentan llegar a ella, desaparece».

De estos tentadores relatos surgieron rumores de que en la Antilla había plata e, incluso, oro, lo que animó a Alfonso V y Juan II de Portugal a autorizar sendas expediciones para encontrar y colonizar la isla. Todas, por supuesto, terminaron en fracaso. El primer Rey la mencionó en una carta fechada el 10 de noviembre de 1475, por la que concedió a Fernão Teles «las Siete Ciudades y cualquier otra isla poblada» que pudiera encontrar en el Atlántico occidental. Por su parte, el segundo autorizó a Ferdinand van Olmen a buscar y «descubrir la isla de las Siete Ciudades» en 1486.

El plan de van Olmen consistía en partir con dos carabelas desde Terceira, una de las islas Azores, y equiparlas con provisiones para seis meses, pero no se sabe si la expedición alcanzó su objetivo o si logró regresar a tierras portuguesas. Según Charles Verlinden, un medievalista belga del siglo pasado, debieron emprender el viaje antes del 1 de marzo de 1487, tal y como estaba previsto, pero fracasaron porque era todavía invierno, una estación poco propicia para navegar por esas latitudes, y porque se dirigió demasiado al noroeste. En definitiva, no regresó a las Azores. Para el historiador portugués Damiao Peres, en junio de 1487 se encontraba en Terceira, aunque no sabe si era porque ya había vuelto de su viaje o porque no había partido aún.

Sea como fuere, la isla de Antillia nunca se encontró, pero dio su nombre al archipiélago de las Antillas en el Caribe.

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