La isla fantasma que descubrió Colón y fue sepultada por un volcán
Descubierta en el Caribe en 1493 y bautizada en honor a la virgen de Monserrat, sus escasos habitantes tuvieron una vida más o menos plácida, lejos de los focos, hasta que una erupción reciente la arrasó todo
Este es el verdadero responsable del descubrimiento de América, según Colón

Aunque Cristóbal Colón y sus marinos todavía no lo sabían, su viaje iba a cambiar el mundo para siempre. La historia es bien conocida y comenzó a coger forma el 22 de mayo de 1492, cuando llegó al puesto de Palos de la Frontera, ... en Huelva, una carta de los Reyes Católicos con la orden a los poderes municipales de contribuir con dos embarcaciones a la expedición que se estaba organizando. Durante tres meses, los responsables estuvieron armando las naves y reclutando a la tripulación. Finalmente, la Niña, la Pinta y la Santa María zarparon el 3 de agosto.
Tras convencer del proyecto a los Reyes Católicos y obtener la financiación correspondiente, el objetivo de las embarcaciones era encontrar una nueva ruta comercial que cruzara el Atlántico y llegara a Asia. La causa hay que buscarla, en primer lugar, en la caída de Constantinopla a manos de los otomanos en 1453, que cortaron la vía terrestre desde Europa a Oriente, y en segundo, que la ruta por mar abierta por los portugueses implicaba circunnavegar todo el continente africano, que era un periplo demasiado largo y peligroso.
La llegada a un nuevo continente era algo que Colón jamás imaginó, pero encontrarlo le salvó literalmente la vida a él y a toda su tripulación, porque pensaba que la distancia que tendría que recorrer hasta Asia era menor. Calculó que la distancia hasta Cipango (Japón) era de unas 700 leguas, de manera que cuando superó las 800 sin avistar tierra, sus hombres perdieron la esperanza y empezaron a soñar con regresar a casa. Sin embargo, en la madrugada del 12 de octubre de 1492, el vigía de la Pinta, Rodrigo de Triana, avistó de repente la isla de Guanahaní, en las Bahamas. Fue allí donde tuvieron contacto por primera vez con los indígenas americanos, los taínos.
Colón creyó que habían llegado a alguna isla desconocida al este de la India. Por eso llamó «indios» a los habitantes de América. La bautizó como San Salvador y, tras abastecerse de agua y comida, siguió su periplo por el archipiélago de las Bahamas, en el Caribe. Llegó a Cuba, Haití y Santo Domingo, que fue el final de aquel primer viaje en enero de 1493. Su ambición, sin embargo, no menguó, pues ya tenía en la cabeza el segundo viaje, el que nos interesa para esta historia.
El segundo viaje
El objetivo esta vez era convertir al cristianismo a cuantos indígenas pudieran, con la diferencia de que esta segunda aventura, que partió desde Cádiz el 25 de septiembre de 1493, contó con quince carabelas financiadas también por los Reyes Católicos. «Es discutible si este fin se consiguió o no, pero de lo que no cabe duda es de que fue un éxito absoluto en lo que a la asignación toponímica se refiere», apunta Diego González en 'Historiones de la geografía' (GeoPlaneta, 2025). Efectivamente, durante los meses que pasó en el Caribe, Colón bautizó las islas de Dominica, Santa María de Guadalupe (Guadalupe), Santa María la Antigua (Antigua), Puerto Rico y el archipiélago de las Once Mil Vírgenes, esta última en honor a Santa Úrsula y sus vírgenes.
'Historiones de la geografía'

- Autor: Diego González
- Editorial: GeoPlaneta
- Páginas: 248
- Precio: 19,95 euros
Otra de ellas fue Montserrat, que estaba habitada por nativos del pueblo arawak. En realidad, le puso el nombre de Santa María de Montserrate en homenaje a la célebre virgen catalana y a la montaña del mismo nombre de Barcelona, que ya en aquella época era destino de peregrinación. Esta se alza 1.200 metros sobre el nivel del mar y acabó por convertirse en emplazamiento de un célebre monasterio benedictino. Fue allí, de hecho, donde San Ignacio de Loyola juró dedicarse a la vida contemplativa. Además, el lugar está envuelto desde hace siglos en un halo de misterio en el que se mezclan historias de la Santa Alianza y el Santo Grial.
Según cuenta González en su obra, donde recupera decenas de historias más sobre enclaves curiosos del planeta, el perfil de Montserrat tiene un par de montes que dominan su pequeño territorio. Uno de ellos es un volcán llamado Soufrière Hills con más de mil metros de altitud. Su presencia es bastante imponente si tenemos en cuenta que la isla apenas tiene cien kilómetros cuadrados. A pesar de ello, su cráter no supuso amenaza alguna para los habitantes durante siglos, puesto que apenas tenía actividad sísmica. Era una especie de gigante dormido desde los tiempos en que Colón lo pisó por primera vez a finales del siglo XV.
El gigante dormido
Desde ese hito, lo cierto es que los españoles disfrutaron poco de la isla. En 1632 fue ocupada por los ingleses, que cambiaron su génesis por completo. En primer lugar, comenzaron a importar esclavos africanos, como era habitual en los otros enclaves del Caribe en aquella época, y crearon plantaciones de azúcar y algodón. En 1782, durante la guerra de Independencia de los Estados Unidos, fue invadida brevemente por Francia, pero con el Tratado de Versalles un año después volvió a manos de Gran Bretaña.
La esclavitud se abolió en Montserrat en 1834 y las plantaciones empezaron a ser trabajadas por mano de obra asalariada. Varios miembros de la familia Sturge compraron los terrenos y, en 1869, crearon la Montserrat Company Limited. Para diversificar su negocio, plantaron limoneros. Más tarde crearon una escuela para los trabajadores, pero acabaron vendiendo las tierras a pequeños agricultores. La isla comenzó entonces a caer en el olvido, hasta que, en 1960, el productor de los Beatles, George Martin, abrió allí los estudios AIR y atrajo a numerosos músicos de fama mundial. No había lugar más inspirador para grabar sus discos que aquel tranquilo y exuberante entorno tropical.
En la última década del siglo XX, sin embargo, se produjeron dos hechos trágicos en la isla. El 17 de septiembre de 1989, el huracán Hugo, con vientos de 140 kilómetros por hora, provocó daños en el 90% de los edificios de Montserrat. Uno de los más afectados fue el estudio AIR, que cerró sus puertas para siempre. Lo cierto es que la isla se recuperó de forma considerable en los cuatro años siguientes, pero seis años después sufrió el mayor desastre natural de su historia.
La erupción
El 18 de agosto de 1995, un inquietante sonido sacó de la cama a los cuatro mil habitantes de Plymouth, la capital de Montserrat que había sido fundada por los británicos siglos atrás. Una nube negra emergió de la cima del volcán y la ceniza cubrió los coches y los tejados. «Al cabo de tres días, la situación había empeorado tanto que la mayoría de la población tuvo que ser evacuada al norte de la isla y no pudo regresar hasta dos semanas más tarde», recuerda González.
ABC, por su parte, informaba: «Montserrat, una pequeña isla caribeña bajo dominio colonial de Gran Bretaña, se ha visto forzada a convertirse en tierra de nadie por la virulencia de su volcán. La capital de la isla, situada a dos mil kilómetros de Miami, era ayer una ciudad fantasma. Los habitantes de Plymouth han abandonado su pintoresca ciudad ante la amenaza de las humaredas de ceniza negra. Los científicos que siguen su evolución han confirmado a las autoridades locales la clara posibilidad de una enorme explosión. La isla de Montserrat, pese a su paisaje paradisíaco avistado por Colón en 1493, no es ajena a los castigos naturales».
La debacle
Por si no fuera suficiente, en diciembre de ese año se repitió el desastre y la evacuación, esta vez, duró un mes. En abril de 1996, se produjo una erupción mucho más violenta, con flujos piroclásticos deslizándose ladera abajo en dirección a la capital. Los cuatro mil vecinos se vieron obligados de nuevo a abandonar sus casas, pero jamás regresaron. A lo largo de las semanas siguientes, la intensidad se incrementó y, en junio, se registró la explosión más larga y potente, generando una nube piroclástica que cubrió todo Plymouth y su aeropuerto con dos metros de lava y ceniza. Esta vez murieron 19 personas.
Según el autor de 'Historiones de la geografía', dos terceras partes de la ciudad dejaron de ser habitables y todos los negocios, el puerto y los edificios del Gobierno quedaron enterrados en material incandescente. Siete mil personas de las 10.000 que vivían en la isla perdieron su casa. El Gobierno británico, administrador de Montserrat, acudió rápidamente al rescate con un destructor para rescatar a los refugiados y, durante los dos años siguientes, se convirtió en una isla fantasma. A finales de 1997, apenas mil personas resistían allí tras el decreto que había transformado el 70% del territorio en zona de exclusión obligatoria.
«Los pocos habitantes que quedan en la isla creen inevitable que, después de dos años de actividad volcánica incesante, su actual capital, que ha sido abandonada y no es habitable, sea reconstruida totalmente», aclaraba este diario. En realidad, además de Plymouth, otros 26 pueblos de Montserrat fueron abandonados. Desde entonces, cuatro han vuelto a tener habitantes, pero muchos menos que antes de que el volcán lo arrasara todo. A día de hoy, una nueva capital y un nuevo puerto se están construyendo al norte, donde la lava no pueda destruirlos.
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