La reforma audiovisual
ÁNGEL Acebes, el pimpampum que utiliza el PP para consuelo de los propios y desahogo de los adversarios, asume su papel con tal precisión y brillantez que, más que pensar, metaboliza. Sus dichos y reacciones ante los disparates con que suele obsequiarnos el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no son la consecuencia de una ideología -el PP no tiene ideología-, sino la reacción orgánica de quien ha sabido asumir -¿a perpetuidad?- un papel relevante en las filas de la oposición.
Un ejemplo: el Gobierno, tras mucho pasear la burra de la reforma audiovisual, la más vieja promesa de Zapatero, la presenta en sociedad un ratito antes de que todos nos vayamos de vacaciones. En realidad, «la reforma» sólo tiene de tal el etiquetado y el hecho de que, en su día, veinte canales digitales lleguen a cubrir el territorio nacional, no es un augurio de pluralismo. En razón de lo que se arrastra y de lo que se innova, esos canales están condenados, como los que hoy se disputan las audiencias, a padecer el «efecto xeros», a ser fotocopia los unos de los otros en un marco de competencia desleal marcada por la iniciativa pública.
Según Acebes, la reforma audiovisual que pretende el PSOE constituye una «extraordinaria cacicada». Tiene razón el secretario general del PP cuando afirma, en clara alusión al imperio de Jesús Polanco, que «el Gobierno está beneficiando claramente a sus amigos». Puestos al abuso, ¿no será más explicable la conducta de Zapatero al favorecer a sus amigos que la de José María Aznar, a quien sus complejos le llevaron a ayudar a sus enemigos? Descodificar el Canal + para convertirlo en abierto es una canonjía de orden menor que la inyección de Vía Digital en el entonces anoréxico Canal Satélite para conformar Sogecable, la gran aportación de los populares al desarrollo del mercado audiovisual español.
En cualquier caso, lo que más nos afecta como ciudadanos es la parte de la reforma que afecta a las televisiones públicas y, muy especialmente, a RTVE. Hay que esperar a ver otras paridas gubernamentales sobre la cuestión, como la Ley General Audiovisual y la creación del Consejo de Medios Audiovisuales; pero lo que ya puede anticiparse, ante lo diáfano de los síntomas, es que todo seguirá igual. El Estado se queda con la deuda de RTVE -¡7.500 millones de euros!-, algo que era inexorable, y, a falta de reformas menores que posibiliten la gran reforma, el contador seguirá marcando al ritmo tradicional. Tampoco puede pedírsele al PSOE, supuestamente en la izquierda, una reforma liberal a la que no se atrevió en sus ocho años de gloria el equipo del PP, en el que siempre estuvo, por cierto, el mismo Ángel Acebes que ahora se rasga las vestiduras porque los socialistas quieren compensar «con propaganda su inutilidad para resolver los problemas de los ciudadanos».
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