LA BOMBA NAVARRO
Presume Pepe Navarro de tener mala memoria, imprescindible para dar cobijo al rencor, pero es mucho peor la capacidad retentiva de las cadenas, que no escarmientan. Salvo contra Cuatro -y arrieritos somos- apenas hay emisora contra la que no se haya peleado, reconciliado y vuelto a pelear. Lo suyo es la pasión, y montar el Cristo, aunque ayer sacara del armario la careta de póker y la gabardina de la diplomacia.
Es obvio que no se puede culpar siempre al mismo bando. Quizá estemos ante un genio incomprendido. Repasando el documental de Scorsese sobre Bob Dylan -nunca es demasiado-, se observa al artista de Minnesota batallar contra público, productores y críticos con la misma fiereza. Harto de todos, en un momento dado le dice a un amigo: «Tío, la semana que viene me compraré un Dylan nuevo, y a ver cuánto dura». ¿Es este un Navarro nuevo? Más le vale a TVE.
Su carrera también abarca varias décadas, incluye la producción de algún disco e incluso el lanzamiento de un superéxito, «Un limón y medio limón». Ha hecho tantas cosas que la mala memoria es una vacuna necesaria. ¿Acaso recuerda alguien la comedia «Papá», serie dirigida y producida por el comunicador? No fue en la prehistoria, sino en el siglo XXI, cuando la emitió Antena 3. La nostalgia es benévola y aquí el personal recuerda a Crispín Klander, Pepelu y compañía, pero la biografía incluye el exilio en Vía Digital, las querellas criminales, las niñas de Alcácer...
Pepe Navarro es como una cerilla. Algo arde en algún lado cuando se acerca a la pantalla, ya sea en su programa, en el de la competencia o en la conciencia de los que conservan ese sentimiento en vías de extinción. Ahora llega a la televisión pública más débil de la historia en España, una vez desmantelado el lema «Otra televisión es posible». Quizá frene la caída de audiencia, pero que no les estalle en las manos.
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