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Begoña Ibarrola: «Si tu hijo siempre está contento, tiene un problema»

Hablamos con la psicóloga sobre las emociones y su gestión

Los gritos, el «porque yo lo digo y punto»... «¿Te gustaría que un adulto te hablara como tú lo haces con tus hijos?»

Begoña Ibarrola posa para ABC ernesto agudo
Ana I. Martínez

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Entrevistar a Begoña Ibarrola (Bilbao, 1954) es todo un lujo. Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, es una de las mayores expertas en inteligencia emocional de nuestro país. Tanto que, cuando ella empezó, los conceptos de educación emocional o neuroeducación eran dominados por muy pocos profesionales y unos totales desconocidos por las familias o las escuelas.

Educar en las emociones es, para ella, un pilar básico en la ardua tarea de la paternidad y maternidad, aunque la escuela -en su opinión- también tiene que estar implicada. Tal es su pasión que, a sus casi 70 años, ha sacado nuevo libro, 'El taller de las emociones' (Grijalbo), que se aleja de la pura teoría para animar a familias y educadores a pasar a la práctica y trabajar de verdad la inteligencia emocional.

- ¿Siguen siendo las emociones una asignatura pendiente en las familias?

Creo que hemos mejorado mucho. Desde el año 1990 al 2000, lo que se conoce como la década del cerebro, hubo muchas investigaciones en neurociencia. Fue cuando se empezó a descubrir qué eran las emociones de verdad, cómo se procesaban en el cerebro y, además, se supo que se podían educar, cuando hasta entonces se creía que eran incontrolables.

Y a partir del año 2000 se empiezan a desarrollar programas de educación emocional, a trabajarse todo el tema de competencias emocionales, la inteligencia emocional… O sea, se revaloriza el mundo de las emociones porque se las comprende mejor. Pero de ahí a que la sociedad asuma que, tanto en la familia como en la escuela, éstas tienen que educarse, tiene que pasar un proceso.

Yo llevo 25 años dando formación en este ámbito al profesorado, que se dio cuenta de que necesitaban herramientas, pero en los últimos cinco años he dado más formación a familias. Eso significa que se han percatado de que tienen un déficit, que ellos no han sido educados en este ámbito y empiezan a formarse, leer, etc. Eso no significa que esté instaurado porque, de hecho, en el sistema educativo español, la educación emocional no está instaurada como asignatura, a excepción de Canarias, donde llevan ya siete años. Por tanto, estamos mejor pero aún no se ha instaurado del todo ni en el sistema educativo ni en las familias.

- ¿Cuál es la conexión entre las emociones y el cerebro?

Lo primero que hay que entender es que la emoción es una experiencia psicofisiológica, o sea, afecta a la mente, pero también al cuerpo. De hecho, éste se entera mucho antes porque hay una respuesta fisiológica: cuando sentimos una emoción, al torrente sanguíneo le llegan sustancias químicas diferentes que preparan al cuerpo para responder. Por ejemplo, si tenemos miedo porque alguien grita '¡fuego!' y estamos en un espacio cerrado, la adrenalina se dispara para darnos fuerza, capacidad de reacción y velocidad para huir. Sin embargo, el cuerpo se predispone de manera muy diferente si estamos tristes: baja todo el sistema defensivo, te metes hacia dentro, estás cansada… El cuerpo es el primero en responder porque el cerebro da la orden de que se segreguen una serie de sustancias. Por eso, muchas investigaciones ya están apuntando que una gran parte de las enfermedades psicosomáticas tienen su origen en una mala gestión de emociones.

Ante todo este panorama, el cerebro del niño va madurando. Las emociones las traemos antes de nacer porque ya en el vientre materno estamos expresando las seis básicas: alegría, tristeza, miedo, enfado, sorpresa y asco. Aunque vengamos con ellas, hay que aprender a gestionarlas y el cerebro es clave en ello. Pero también tiene que madurar y la corteza prefrontal no lo hace hasta los 20-22 años. Por eso, un niño con 2 años tiene grandes rabietas y él solo no se puede regular: necesita la ayuda de un adulto que le ayude a entrar en calma, que le legitime la emoción, le ayude a gestionarla.

Con este entrenamiento, a partir de 6-7 años, ya pueden empezar a gestionar sus propias emociones. Así, llegarán a la adolescencia con herramientas para saber, por ejemplo, cómo bajar el nivel de intensidad. Si no se ha hecho este trabajo previo, será peor porque todo el cambio hormonal afecta a las emociones. Por eso, es muy importantes que entiendan desde pequeños lo que les pasa. Y todas las emociones hay que legitimarlas porque todas tienen cosas positivas.

«Gran parte de las enfermedades psicosomáticas tienen su origen en una mala gestión de emociones»

- En el libro incluyes algunas de las emociones primarias y otras secundarias, ¿a qué se debe esta selección?

La alegría, la tristeza, el miedo y el enfado están las primeras en el libro porque son primarias: venimos con ellas en el ADN. Las otras que he elegido son las que, en mi opinión, tienen mucha importancia en el desarrollo infantil. Por ejemplo, los celos: hay niños que los sienten y otros que no. Y quienes los experimentan lo pasan muy mal. He querido ayudar a los padres en situaciones de celos, darles herramientas para que sus hijos superen la vergüenza o les enseñen a sentir curiosidad... Todas ellas son emociones secundarias. Y, por supuesto, a cómo entrar en calma pues es el ancla que permite hacer cambios en el estado interior.

- La calma es la clave en muchas situaciones ¿no? Tanto en adultos como los niños.

Los chinos, antes de que llegara la neurociencia, ya sabían de la importancia de las emociones. Ellos dibujan un cuadrado y escriben en cada esquina 'alegría', 'tristeza', 'miedo' y 'enfado'. Y en el centro, 'calma'. ¿Por qué? Porque cuando tú estás en una emoción demasiado intensa o que dura mucho, lo mejor es irse a la calma, que es la que te regula. Es el ancla que permite comprenderte, darte cuenta de por qué estás sintiendo esa emoción, reflexionar sobre ella y hacer una buena gestión, es decir, puedes salir de ella si no te gusta o no te viene bien, o, por el contrario, vivirla. Por ejemplo, el duelo se puede vivir desde la calma, darse permiso a uno mismo para estar triste. También el enfado. La clave está en que respondiendo desde a calma, las respuestas son distintas.

- ¿Todos tenemos habilidades emocionales o podemos desarrollarlas?

Todos tenemos más facilidad para desarrollar unas habilidades que otras. La personalidad se compone de temperamento y carácter. El primero es genético y la educación es la que forja el carácter. A través de la educación, un niño o una niña, que no son muy empáticos, puedes enseñarles que su empujón es lo que le ha provocado tristeza a ese niño que está llorando y han de consolar. Es decir, se les puede ir preparando para que sean empáticos y se pongan en el lugar del otro. Pero hay niños que desde pequeños son consoladores natos porque son muy observadores.

Por tanto, no partimos del mismo nivel, pero todos podemos desarrollar habilidades emocionales, aunque unas nos van a costar más que otras. El niño que es impulsivo por genética, le va a costar mucho más entrar en calma y regular sus emociones.

- Begoña, ¿qué pasa con la tristeza? Ningún padre, madre, abuela o abuelo... quiere ver al pequeño triste.

Es una de las emociones peor comprendidas. Cuando hacía terapia, me decían: 'Es que quiero que mi hijo siempre esté contento'. ¡No, por favor! Si me dices que tu hijo siempre está contento, tiene un problema: está reprimiendo otras emociones.

Éstas son como el agua, van fluyendo, aparece una, otra… y hay que saberlas manejar, recibir la información que te dan y luego soltarlas. La tristeza da mucha información: hay algo que duele, algo que está pasando en tu vida y que te hace reflexionar. Y es también fuente de creatividad.

Hoy en día ya sé que no está de moda reflexionar, pero yo abogo por ello: la reflexión es básica para hacer muchos cambios en tu vida, para mejorar tu bienestar y para analizar qué quieres y qué no. Tenemos que enseñar a los críos a reflexionar y la tristeza te ayuda a meterte hacia adentro y a conectar contigo mismo. La alegría es todo lo contrario: te saca de ti y te conecta con los demás, lo que está también muy bien.

A nadie le gusta estar triste, pero no la vamos a poder evitar. Hay que entrenar a los críos desde pequeños a que no pasa nada por sentirse tristes. Y es el adulto el que le tiene que acompañar, empatizar con él y darle herramientas porque el consuelo es la conducta que va a ayudar a ese crío a entender que le dan permiso para sentirse triste y que, además, le quieren igual. Hay que ayudarles a salir de ella porque ellos solos no saben.

- Así que despistarles con otra cosa para que dejen de llorar, no es buena idea ¿no?

Indirectamente les enseñas que no es bueno estar triste y que 'no me gusta que expreses la tristeza'. Yo he tenido muchos niños en terapia que la reprimían y eso es la puerta de entrada a la depresión.

Hay que dar respuestas legítimas y poner encima de la mesa la causa para que lo entiendan: 'Estás triste porque tu amigo se ha ido a otro cole. Pero podemos quedar con él los fines de semana para que os sigáis viendo', por ejemplo.

Experimentar tristeza es normal en la vida. ¡Y no pasa nada porque llore! Hay niños que no lloran, que se aíslan, se meten para dentro… y eso es peor. En adolescentes, funciona muy bien lo de acompañarles y decirles 'aquí estoy, puedes contarme que te pasa cuando quieras'. Hay que llamar a la puerta del corazón de los hijos.

«He tenido muchos niños en terapia que reprimían la tristeza y eso es la puerta de entrada a la depresión»

Los padres son los que tienen que tener muy claro que la tristeza no es negativa y que además es una emoción que no van a poder evitar ni ahora ni a lo largo de su vida.

- Con el miedo pasa algo parecido: muchas veces no se les acompaña ni se les entiende.

Sí, pero tiene una característica muy importante que no tiene la tristeza y es que garantiza nuestra supervivencia, nos hace estar alertas, ser prudentes. Lo que pasa es que hay muchos tipos de miedo que van evolucionando con la edad. Y la imaginación cuenta mucho: que si hay un monstruo debajo de la cama, etc..

Por tanto, lo primero legitima. Y haz el espray antimonstruos que pongo en el libro. El adulto tiene que entrar en su imaginario, respetarle y no decirle 'menudas tonterías dices'. Para ellos, lo que imaginan existe. Es mejor seguirles la corriente.

El miedo es una emoción mal comprendida. Los adultos creen que ser valiente es no tener miedo. Y esto es una equivocación: todos somos valientes y todos tenemos miedo. ¡Menos mal que todos tenemos miedo! Todos, en familia, pueden hacer un listado de miedos para que los pequeños vean que los mayores también tienen. Algunos se superan, otros no. Y no pasa nada.

- Begoña, qué hay de cierto cuando se dice 'es que este niño no para', 'es que un llorón', 'es que siempre estás igual', 'siempre montando el circo'. Ese 'siempre' hace mucho daño, ¿verdad?

Las etiquetas no son buenas. En 'Cuentos para educar niños felices', otro de mis libros, hay un capítulo dedicado a la autoestima: 'Kira y las palabras prohibidas'. Y has dicho tú una de ellas: 'siempre'. Es mentira que un niño 'siempre' esté llorando, que 'siempre' monte el circo, que 'siempre' sea un patoso… Ponemos etiquetas que son tremendamente injustas y que el crío, cuando tiene menos de 6 años, se las cree y dañamos su autoestima. A partir de esas edad, es diferente pero si un niño crece con el mensaje de 'no vales nada', 'eres tonto', 'eres torpe', 'eres un llorica'… ya no le sacas de ahí.

Begoña Ibarrola, durante su entrevista con ABC ERNESTO AGUDO

- Es que llevamos un ritmo de vida frenético...

El estrés es el enemigo del autocontrol. No hay muchas leyes en educación emocional, pero hay una muy clara: a mayor nivel de estrés, menor capacidad de autocontrol emocional. Si queremos trabajar, educar bien… tenemos que vigilar los niveles de estrés. Y lo que se ha demostrado es que no es tanto lo que nos pasa, sino la actitud que tomamos frente a las cosas que nos pasan. Eso es lo que nos provoca estrés.

Si llegas muy cansado del trabajo, no quieres que los niños griten o se enfaden, buscas que cenen rápido y se vayan a dormir. Pero así no educas. Tienes que hablar con ellos, preguntarles qué les pasa si lloran y tú, como adulto, tienes que hacer una buena gestión del estrés. Pero para eso tenemos que aprender a entrar en calma.

Tenemos que desarrollar tiempos de reflexión y momentos en los que haya juegos, diálogos, encuentros… en familia, sin tabletas o televisión.

La gestión del tiempo es muy importante para el estrés en los adultos, pero también las creencias. Si tú crees que cuanto más haces, más vales, vas a estar todo el día pringada haciendo cosas. Si tú crees que no puedes hacer ningún cambio en tu vida, el estrés lo tienes garantizado. Tienes que parar y ver. También es muy importante recordar que el estrés es la puerta de entrada a muchas enfermedades psicosomáticas.

Entonces, si queremos estar bien, cuidarnos y tener una buena salud y un buen bienestar general, tenemos que vigilar muchísimo los niveles de estrés. Y hoy lo tenemos muy difícil porque la sociedad va a estresar, lo mismo que los medios de comunicación o los videojuegos. Todo es impacto, Y el cerebro 'se irrita' muchísimo, cosa que antes no pasaba.

Por eso hay que saber frenar y disfrutar de esos tiempos de reflexión, de dedicarse a las aficiones, en pasar tiempo con personas que te hacen sentir bien, tener actividades divertidas, dar paseos…

- ¿Cuál es el mayor regalo que se le puede hacer a un hijo?

Por un lado, el amor incondicional y los límites. Por otro, enseñarles las emociones porque estamos fatal en tolerancia a la frustración, por eso hay tal nivel de suicidios, depresión, estrés y ansiedad, etc.

Les estamos educando en que todo lo pueden conseguir ya y de la manera que quieren y en cuanto reciben un 'no' o les pones un límite, es un drama. Educarles para la felicidad es darles amor incondicional y ello implica que hay cosas que no les puede consentir. El adulto tiene que tener muy claros los límites y las consecuencias.

Una vez puesto en marcha esto, sería educarles a nivel emocional porque enriquece nuestras vidas. Pero no puedes educar la emoción si no has dado un amor incondicional, su no tienes ese vínculo y has creado un apego seguro con tus hijos, si no saben que pueden contar contigo en cualquier momento.

- ¿Qué nos ha pasado con la frustración?

Yo tengo una explicación que puede ser errónea pero, fruto de mi experiencia, creo que hemos pasado de un extremo a otro, es decir, de una educación muy rígida a otra muy permisiva en la que el hijo es el rey de la casa y no se frustra nunca. Hay padres que piensan que a los hijos hay que darles todos los caprichos para que sea feliz. ¡Qué equivocación! Yo estoy viendo a padres con 30 y 40 años que no saben poner límites a los hijos.

Por otro lado, creo que la sociedad del bienestar se ha instaurado en una gran parte de las familias. Es decir, antes el sacrificio, el esfuerzo, estaba más presente en casa, con los críos. Hoy, esa sociedad ha confundido que un niño es más feliz cuanto más le dan lo que pide. Hoy se le regala la bici, el caso, las rodilleras… Antes, tenías que ir ahorrando poco a poco hasta poder comprártela.

Tú tienes que contar, como padre o madre, que a los 2 o 3 años, cada vez que a tu hijo le digas 'no' o le pongas un límite, va a montar un número porque no distingue entre necesidad y capricho. Por eso, tenemos que ponerles límites y tenemos que hacer que se frustran, y explicárselo porque no les hacemos ningún favor a los hijos quitándoles las piedras del camino. No les damos herramientas para que sean ellos quienes se enfrenten a los problemas y sepan cómo.

«Veo a padres con 30 y 40 años que no saben poner límites a los hijos»

Las frustraciones nos van a acompañar toda la vida. Los hijos tienen que entender que hay cosas que no dependen de ellos, que es otra de las actividades del libro. Les hemos hecho creer, y muchos padres de 30 y 40 años también se lo creen, que que controlan todo. Y no es así.

- Y eso quiere decir que buscamos siempre estar felices.

En el fondo es eso. Es una práctica y una búsqueda del hedonismo de que 'todo me tiene que ir bien'. La felicidad no es un derecho, es algo que tú consigues. Para mí, es una actitud interior que tiene que ver con aceptar muchas de las cosas que te pasan con una actitud positiva y optimista y valorar también las cosas buenas, el ser agradecido.

Ahora, las redes sociales creo que están haciendo mucho daño. Los adolescentes perciben, a través de ellas, que a todo el mundo les va muy bien, es feliz… ¡Es falso! Detrás de la pantalla, puede haber dramas. Por eso hay mucha frustración: porque la gente busca la felicidad a toda costa.

- Hemos venido sobreprotegiendo a los hijos pero… ¿cómo serán en unos años las nuevas generaciones?

Hay muchas nuevas generaciones de padres y madres que han crecido conociendo ya lo que es la inteligencia emocional y piden cada vez más información y formación. Pero también es cierto que los adolescentes de hoy son fruto de una superprotección y de no haberles dado herramientas. Espero que las próximas generaciones no sean así. Por eso, creo que en las escuelas debería implantarse la educación emocional y, al mismo tiempo, que las familias se formen para que ambos eduquen en la misma línea.

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Sobre el autor Ana I. Martínez

Periodista. En ABC desde 2012. Redactora de la sección Familia, especializada en tecnología y menores, maternidad y educación. Antes formé parte de las secciones de Actualidad, Tecnología y Redes Sociales.

Ana I. Martínez

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