«Con todo lo que yo hago por ti»: las frases que nunca debes decir a tu adolescente
Carmen Esteban Hernández, psicóloga y autora de «¡Bienvenida adolesc(i)encia!», ofrece las claves para lograr una comunicación eficaz con los hijos

Quienes tengan hijos pequeños estarán acostumbrados a frases tipo «Uf, no te quejes. Ya verás. Espérate a que sea adolescente», «Si es así ahora, ¡menuda es la que te espera!», «Se les pone un pavo que son inaguantables».
«Todas estas afirmaciones, lejos de ayudarnos a sentirnos seguros en la crianza y educación de los adolescentes, nos producen miedos, inseguridades y prejuicios», recuerda en su libro Carmen Esteban Hernández, psicóloga y autora de «¡Bienvenida adolesc(i)encia!» (Oberon). «Parece que los padres debemos llevar un casco y armadura para sobrevivir a la adolescencia, pero la realidad es que no es una cuestión de supervivencia, sino de desarrollo, acompañamiento y mucha comprensión», recuerda la experta.
- Carmen, explícanos el título del libro porque la realidad es que muy pocas familias celebran la llegada de la adolescencia...
Para mi es una etapa estigmatizada a nivel social. La gente de alrededor nos la pinta como «ojo, cuidado, que luego será peor». De forma inconsciente, nos ponen en situación de alerta y eso hace que lo vivamos como una etapa negativa. Yo, sin embargo, teniendo en cuenta los cambios neurológicos que se producen, de conducta y emocionales, esta etapa tiene una explicación. ¡La adolescencia es alucinante! Sabiendo esto, podremos acompañarles de una forma más efectiva y respetuosa, viéndolo desde un enfoque positivo. Es una etapa llena de oportunidades, aprendizajes, emoción… La adolescencia es el momento en el que los jóvenes desarrollan el autoconcepto, desaprenden cosas que en la infancia quizás les hicieron daño y aprenden otras nuevas.
- Explicas en el libro que es una etapa en la que también se producen cambios neurológicos importantes. Sin embargo, los padres creen que es justo un momento en el que les faltan neuronas.
A mi me gusta explicarlo con la metáfora de una mudanza. Cuando te vas a mudar, primero sacas todo lo que tienes y lo dejas desperdigado por la casa, es una desorganización brutal. Y empiezas a tirar lo que no quieres llevarte al nuevo hogar. Eso es lo que se produce en la adolescencia: el podado neuronal. Es decir, el cerebro adolescente poda muchas cosas, sobre todo lo que tiene que ver con la infancia porque ya no le valen de nada.
En la segunda etapa de la mudanza, todo se organiza en cajas, es decir, empiezas a ordenar. Eso es lo que también hace el cerebro del adolescente: detecta lo que le gusta, quienes son sus amigos, quiénes no, cuáles son sus aficiones… Y es importante que mantenga los hobbies y conductas saludables que tenía en la infancia. En este sentido, hay que tener cuidado con quitarles lo que más les gusta, es decir, castigarles sin baloncesto si no saca buenas notas. El deporte es algo saludable y si lo ha podado, ya no lo retomará. Muchos adolescentes dejan a un lado esas conductas saludables que tenían en la infancia. Es importante mantener este tipo de hábitos porque da estabilidad a ese cerebro que está dejando de ser un niño para convertirse en un adulto.
«Es importante que mantengan los hobbies y conductas saludables de la infancia»
- ¿Y la última parte de la mudanza?
Cuando ya estás en tu casa nueva pero que te hacen falta cosas nuevas. Es decir, nuevas conexiones neuronales, nuevos aprendizajes, es el momento de reforzar esas cosas nuevas que acabo de aprender… Por eso, toman decisiones arriesgadas, prueban a hacer cosas a ver si sus iguales refuerzan o no la conducta, etc. Es vital que familias y educadores reflexionemos sobre cómo podemos ayudarles a que mantengan esas conductas positivas y el cerebro elimine las que no lo son. Es lo que se conoce como sistema de recompensa. Todas aquellas conductas que estén reforzadas, especialmente por sus iguales, se van a mantener. Aún así, familias y educadores también han de reforzarlas porque aunque parezca que no nos tienen en cuenta, inconscientemente sí. Nuestro rol es como si fuésemos el suelo: nos pisotean una y otra vez pero les damos estabilidad.
- La adolescencia es un momento para desaprender también y es algo que muchos adultos no entienden.
Claro, por eso muchas familias dicen, «no reconozco a mi hijo. Era muy cariñoso, le gustaba que le acompañase al cole… y hoy es todo lo contrario». Desaprenden lo que era propio de la infancia porque ya no son niños: lo que aprendieron en esa etapa anterior ya no les vale para esta nueva.
- Aún así, es fundamental que la familia esté presente. De hecho, hablas que son como un faro que alumbra este nueva camino. Aunque hay adultos que piensan que ni faro, ni nada porque al final «el niño hace lo que le da la gana».
Cierto, la identidad es en la etapa de la adolescencia toda una revolución. Y la están desarrollando de cara a la edad adulta. Ahora, ya no son lo que les han dicho que eran, lo que tenían que hacer… Los adolescentes buscan ser independientes. Por eso responden «es que me da igual lo que digas», «tu no sabes de lo que hablo», «no tienes ni idea», etc. ¡Se quieren diferenciar de todo! Pero esto no excluye a los adultos, quienes tienen un rol importante. Y me gusta lo del faro porque aunque no está constantemente guiando al barco, sí le alumbra para ayudarle en momentos de oscuridad. Y este es el rol de los padres. Pero ellos son los que ya cogen su timón, no como en la infancia. Todo esto no implica que no se pongan límites.
- Entonces, ¿cómo comunicarse con ellos de forma efectiva?
Los adolescentes y los adultos hablamos el mismo idioma pero no nos comunicamos desde el mismo lenguaje. Es decir, los adultos tenemos que bajarnos a su nivel de comunicación. Para mi, es muy importante que en una conversación con ellos, los adultos hablen lo mismo o, mejor, menos que ellos. Y esto no suele suceder porque el adulto es el que interroga, impone, interrumpe, no para de hacer comparaciones o de dar sermones. Incluso se hace la víctima con declaraciones tipo «con todo lo que hago por ti». Así no vamos a conseguir una comunicación efectiva con ellos: su cerebro no está a ese nivel de comunicación.
Por tanto, elijamos el momento adecuado. No es después de un examen que ha suspendido cuando tenemos que recriminarle lo mal que lo ha hecho. A ti tampoco te gustaría que te hicieran lo mismo en el trabajo ¿no? Podemos preguntarle cuándo quiere que hablemos sobre sus estudios y darle alternativas: ¿hoy o mañana? También es importante la empatía, comprender las cosas desde su punto de vista porque se nos olvida que hemos sido adolescentes. Ellos tienen unas prioridades (por ejemplo, tener las últimas zapatillas de moda) y nosotros otras. Y sus preocupaciones hay que validarlas y entenderlas, por mucho que nos parezcan tonterías. Así, cuando realmente surja un verdadero problema, te pedirán ayuda porque has trabajado durante mucho tiempo esa confianza mutua. Si no la tienen, no te contarán nada.
«El adulto interroga, impone, interrumpe, da sermones...»
- A un adolescente, ¿se le pueden prohibir cosas? Hay veces que los progenitores no ven otra salida para que «haga caso» o «escarmiente».
Hay diferentes estilos parentales. Por un lado, el autoritario, el «porque yo lo digo y punto»: normas a través del control. Esto funciona muy a corto plazo, cuando los hijos no han desarrollado la autonomía. Pero en la adolescencia esto no funciona porque tu hijo, que ya no es un niño, da un portazo y se va.
Luego está el estilo permisivo, contrario al anterior, que supervisan poco el comportamiento de sus hijos: «prefiero comprarle yo el alcohol a que se lo compre él». ¿Qué riesgos implica? Pues que los niños nos tienen que ver como un referente y tenemos una responsabilidad sobre ellos, con normas y límites.
También está el democrático, es decir, el que consigue marcar límites, que son necesarios, pero de una forma democrática, mediante la comunicación y el diálogo. No es lo mismo decir a tu hijo «en esta casa está prohibido fumar. Punto» a decir «mira, no quiero que fumes en casa porque es perjudicial para ti y nosotros te queremos».
El cuarto estilo, y último, es el negligente: aquel que carece de límites y afectividad. Son padres que desconectan de la crianza de sus hijos: «que haga lo que quiera. Si quiere fumar, que fume».
Por tanto, con un adolescente hay que negociar, hablar, saber marcar los límites… Todo eso es mejor que prohibir. Ojo, hay ciertas cosas que no se negocian con ellos, como el alcohol o el tabaco, pero otras como la hora de llegada a casa, sí.
- ¿Cómo afecta a una pareja tener un adolescente en casa?
Influye por varios motivos. Porque durante la infancia, uno de los grandes errores que suele cometerse es olvidarse de la pareja y centrarse en la crianza. Cuando llega la adolescencia, momento en el que el niño pide más espacio, la pareja empieza a pasar más tiempo juntos y hay quienes se encuentran ante un desconocido.
Por tanto, a nivel preventivo, hay que cuidar los espacios de pareja durante la crianza en la infancia. Si no se hace, se corre el peligro de que, además de ese duelo por que el pasan los progenitores de aceptar que «han perdido» a su niño pequeño, ese que tú controlabas, que criabas y que te obliga ahora a adaptarte a una nueva etapa, se le une la crisis de la pareja. Y los conflictos y desafíos de los adolescentes son más difíciles de gestionar cuando la pareja no está a una.
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Es muy importante que entre ambos haya mucha comunicación y no se plieguen ante el adolescente. Por eso, es muy importante pedir ayuda externa si lo vemos necesario. Preguntar a la familia o consultar con los amigos no es siempre la mejor medida porque de una manera u otra están vinculados. Y al final, es como todo: si te duele una muela, vas al dentista ¿no? Pues si tienes un problema con tu hijo, con tu adolescente o con tu marido, habrá que pedir ayuda al psicólogo o con un experto en crianza. En definitiva, con un profesional.
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