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«Si un niño crece sin ser escuchado su sistema nervioso estará siempre alerta»

Beatriz Cazurro es psicóloga y psicoterapeuta y acaba de publicar «Los niños que fuimos, los padres que seremos»

Tú eres el arquitecto del cerebro de tu hijo

«De padres infantiles, variables, ansiosos o incoherentes... hijos con trastorno de apego inseguro»

«El rol de padre y madre tiene un impacto directo sobre el sistema nervioso, la salud física y el bienestar emocional del niño», apunta esta psicóloga Manu sevillano
Carlota Fominaya

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«Los niños que fuimos, los padres que somos» es un libro que nos habla de la cantidad de experiencias pasadas, creencias y mitos que nos influyen a la hora de ejercer la paternidad y la maternidad y que pueden influir negativamente en el desarrollo de los hijos. Es una obra que puede doler, pero que tiene un final feliz, donde se enseña el camino para acercarnos a ser los padres que los niños precisan.

Empezaremos por el título del capítulo final de su libro. ¿Es que los padres somos responsables de todo?

Creo que es importante que asumamos la responsabilidad de ser padres y madres, porque el rol de padre y madre tiene un impacto directo sobre el sistema nervioso, la salud física y el bienestar emocional del niño. Pero los padres y madres vivimos nuestra vida con un contexto social y cultural que a veces no favorece que podamos asumir esa responsabilidad de la mejor manera posible.

El estrés dificulta mucho las cosas, hace que los padres 'salten' por cualquier cosa…

En ese último capítulo recuerdo que todo lo que supone el buen trato hacia la infancia necesita que nosotros estemos tranquilos y conectados Y cuando el sistema no lo favorece exigirnos a nosotros ser perfectos es imposible. Sé que hay familias que no cuentan con apoyos y por eso apelo a la sociedad. Los padres estamos muy poco sostenidos por no decir nada.

Por contra, recuerdas que el «mal trato» tiene un impacto directo en el sistema nervioso, salud física, bienestar emocional.

Creo que para empezar a construir tenemos que ir dejando cosas fuera. Por eso empiezo nombrando todas las violencias, todas las formas que existen, y que están muy extendidas, normalizadas dentro de lo que es, digamos, educación.

Gritos, golpes… Todo eso es violencia visible hacia el niño pero usted apunta que hoy en día existen numerosos tipos de violencia contra la infancia que están normalizadas en la sociedad y que pasan desapercibidas, invisibles. ¿A cuáles se refiere?

Algo que ocurre mucho con los niños es que se ignoran sus emociones. Estaríamos hablando de que no nos estamos haciendo cargo de nuestra responsabilidad de ayudarles a regular sus emociones. Eso es una negligencia. Por ejemplo, cuando les mandamos a la silla de pensar. Hay un niño pequeño desbordado y en vez de ayudarle a retomar la calma le ignoramos. Tendríamos primero que comprender que está desbordado que su cerebro no está pudiendo hacer otra cosa, mantener la calma y estar presentes. Estar presentes emocionalmente sin perder los nervios y cuando el niño retome la calma explicarle lo que ha ocurrido, lo que ha hecho, que pueda entender: «Me he enfadado, he gritado y he tirado el juguete». Con esto es como ellos aprenden que cuando se desbordan se pueden calcular a largo plazo.

«El abuso emocional es un tipo de violencia muy común y que suele pasar desapercibido»

¿Qué otro tipo de violencia es muy común y suele pasar desapercibida?

Podríamos hablar abuso emocional. Todas las veces que utilizamos a los niños para sentirnos bien. por ejemplo: dame un beso porque yo quiero». «no te enfades que me pongo triste». Cuando lo que estamos haciendo es usarlos. «Déjame coger al bebé porque me gusta». Esto es una gratificación que nosotros recibimos sin tener en cuenta si al pequeño le viene bien, quiere o no. Otra es hacer luz del gas, que es cuando hacemos dudar de la experiencia que el otro está teniendo… Cuando un niño dice: «me has gritado» y le respondes «no he gritado» aunque sí lo has hecho. O cuando dice «estoy triste» y tú le dices «cómo vas a estar triste» si esto es una tontería, en lugar de validar sus emociones y reconocer lo que les pasa es real. Creemos que no se enteran de las cosas o que no sufren, o que no es para tanto, que si sufren, se le pasa.

El adulto y el progenitor que somos hoy, ¿tiene muchísimo que ver con cómo nos trataron a nosotros de niño durante los primeros años de vida?

Los primeros años de vida son determinantes, el daño que se pueda hacer en esos años es más profundo y más difícil de reparar.

Nuestra infancia posee un peso importante en nuestro comportamiento. Si no cubrieron nuestras necesidades, ¿cómo nos va a influir?

Fíjate que, además de pesar en nuestro comportamiento, influye también en nuestra salud física. Crecer sin la seguridad interna de que me pueden escuchar y ayudar, de que me van a entender, me van a proteger… Hace que crezcamos con un sistema nervioso que está siempre en alerta. Eso tiene un impacto en el comportamiento, en la salud mental, y en la salud física…

En el niño todo esto va a influir también. Usted enumera en el libro una lista de síntomas psiquiátricos en el niño que incluyen mal comportamiento, depresión, etc.

Es que muchos de los trastornos depresivos de ansiedad del niño, de la conducta alimentaria, autolesiones, violencia física, todo eso… se deben a hay experiencias adversas en la infancia que se ven al explorar. Incluso en los adultos, ese tipo de sintomatología lleva una historia detrás.

Si el trato, la cercanía, la atención y la seguridad que hemos ofrecido a los niños, ¿cómo podemos redirigirla? Volver a vincularnos con nuestros hijos, ¿es posible?

Creo que cuando nos hemos equivocado. Lo primero que podemos hacer es reconocer el daño y las consecuencias. porque para poder reparar tenemos que entender las consecuencias que ha habido. Creo que también es importante que todo lo que hagamos para conectar después de haber hecho daño es sin esperar un resultado concreto. creo que las expectativas no son buenas compañeras. Se trata de querer hacerlo porque queremos tratarlos bien, independientemente de si nos perdonan o no. Lo primero es ver al otro.

Es mejor partir de revisarnos nosotros, conocernos, bucear en nuestra infancia, y cuando nosotros nos sabemos gestionar y nos conocemos, sale más fácil conectar con los niños. Dejan de hacer falta tantas pautas a seguir.

Pero cuando tenemos una experiencia propia de cómo es sentirnos de una manera y lo que es sentirnos así, puedo empatizar aunque no tenga pautas. Es una cosa experiencial, no es mental.

¿En qué consiste la técnica de enfoque corporal: 'focusing' y cómo puede beneficiar su uso?

El 'focusing' es un protocolo que se ideó para poder acceder a nuestra memoria corporal. Cualquier experiencia que hayamos tenido tiene una huella corporal. Al final se puede convertir en una actitud de escucha para que los niños puedan relacionarse con sus sensaciones y puedan tomar decisiones conociendo su mundo interior en profundidad.

¿Cómo te puede ayudar la neurociencia a recuperar el apego mal construido?

El apego nunca está mal construido. El apego que los niños desarrollan siempre es el mejor que pueden en el contexto en el que están. La neurociencia lo que está ofreciendo es mucha psico educación para poder tener datos que aportar para que entendamos el impacto de nuestros actos y nos ayuda a ver qué tipo de nuevas relaciones o técnicas cambian el funcionamiento de ese sistema nervioso que estaba funcionando de una manera que nos estaba haciendo sentir mal.

¿Lo que nuestros hijos realmente necesitan de nosotros? No somos perfectos, es imposible, ni aún estando informados.

Creo que los niños necesitan presencia, tiempo, permiso para crecer. Necesitan, además, una estructura clara, unos límites claros y un mundo con  relaciones predecibles.

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