Coronavirus Galicia
Adiós al Covid en las residencias gallegas
No hay mejor campaña para la vacuna que los geriátricos, sin contagios de usuarios desde el 1 de abril
La flexibilización de los protocolos, con más margen para visitas, mejora el ánimo de los ancianos tras un año duro

« No hay ningún usuario ni ningún trabajador contagiado en las residencias de Galicia ». Este breve y tranquilizador mensaje se ha convertido en la tónica de los boletines diarios de la Consellería de Política Social desde que el 16 de abril negativizó el ... último trabajador infectado por Covid . Desde medio mes antes, desde el día 1, no se registran contagios entre los usuarios. El último fallecimiento data del 22 de marzo. Adiós al virus en los centros sociosanitarios, epítome de los efectos devastadores de la pandemia durante los primeros meses. Y ahora, tras más de un año de aquel marzo de 2020, de infausto recuerdo, convertidos en espacios ‘Covid free’. Un giro de 180 grados que se explica con una palabra: vacunas.
Según los últimos datos facilitados desde el gabinete que dirige Fabiola García, el 93% de los usuarios de geriátricos están vacunados frente al coronavirus con la pauta completa —frente al 91,3% de media nacional—; y la cifra no es mayor porque hay que descontar tanto las nuevas incorporaciones a los centros como aquellos usuarios que «en su momento renunciaron a la vacuna», explican desde Política Social. Aunque los contagios no son imposibles a pesar del antídoto —queda a modo de recordatorio, como ejemplo, el caso de Xinzo de Limia—, la relación causa-efecto es evidente. No hay mejor campaña para promocionar los efectos de la vacunación que constatar cómo las infecciones han ido descendiendo a medida que avanzaba la inoculación del suero de Pfizer; hasta llegar a cero casos.
Eso sí: este escenario, impensable hace unos meses, no da carta blanca para relajarse. « Seguimos siendo cuidadosos al máximo. Continuamos con las mismas medidas », subraya Pilar Herrero, directora de la residencia Volta do Castro, en Santiago. ABC puede dar fe. Nada más acceder desde la calle, toma de temperatura, seguida de dispensación de gel hidroalcohólico y entrega de una mascarilla adicional, a colocar sobre la que ya se traía. En el salón polivalente del centro ya están las mesas preparadas para que los usuarios puedan conversar con sus visitas. La vacunación, unida a la estabilidad de la pandemia en Galicia, ha permitido flexibilizar los protocolos de seguridad. En estos momentos, los residentes pueden salir tres veces a la semana, en períodos de hasta cuatro horas, y recibir tres visitas semanales de cualquier persona (con cita previa y siempre individual).
Sin ansiedad
«Tenemos una sensación de calma», admite Herrero, que reconoce que el ambiente está «muchísimo más sosegado» tras completarse la vacunación y relajarse las medidas —aquí no afecta la reducción de casos porque en Volta do Castro no se llegó a infectar ningún usuario—. «Estamos trabajando igual, pero sin la ansiedad de estar permanentemente viendo si una persona ha dejado de comer o le ha subido un grado la temperatura o, si tiene un problema intestinal, si ya será una causa Covid», amplía la directora de la residencia compostelana, con capacidad para 150 residentes, dependientes y grandes dependientes, y una plantilla de 162 trabajadores con refuerzo de personal de limpieza por la pandemia. «El cambio básico es la sensación de ellos de cercanía», comenta sobre los beneficios de haber retomado las visitas, con encuentros cara a cara que nunca podrá igualar una fría videollamada. «Sí les notamos [ese estado de ánimo diferente]. Y nos sorprendemos muchísimo de, aunque sea con miradas y sonrisas, cómo responden al cambio de situación », celebra.
Dan las once de la mañana y José Ramón (87 años) y Dolores (81) se sitúan ante la entrada para esperar la llegada de su hijo Abel, con el que podrán reunirse durante una hora . Los minutos previos han estado posando para el fotógrafo —cuatro de sus instantáneas decoran un mural consagrado a la pandemia—. Ingresaron unos siete u ocho meses antes de que irrumpiera el Covid; él lo hizo por ella, aquejada de una movilidad muy reducida. Los tres se encaminan hacia la cafetería —donde el centro también permite que los residentes se vean con sus visitas—. «Es otra guerra que tenemos», cuenta Abel. Su padre aboga por la sala contigua, pero «a mi madre le gusta siempre su café aquí».
Del matrimonio, él es el más precavido. «No me quieren dejar salir», revela su hijo. Incluso vacunados. « Sobre todo por el bicho ese que anda fuera. No salí nada ni tengo pensado salir en cuanto esto no merme todavía », aclara el aludido. «Con la vacuna hay cierta tranquilidad, pero no salgo de todas formas, porque le tengo miedo», zanja. Dolores, que se declara «tranquila y feliz», sí saldría. Le frena su estado de salud. «Si pudiera movilizarme, sí, pero así no. Ahí es donde tenemos la guerra siempre», cuenta mientras remueve su café. «Se encuentran muy seguros y protegidos aquí dentro. Yo lo respeto», concede Abel. Apunta que todo es «mucho mejor» ahora que pueden retomar el contacto con su único hijo —padre, a su vez, de su única nieta—. Que sea al aire libre es secundario. «A partir del verano, a ver si quieren empezar a salir...». «Lo que tenías antes era miedo. [Ahora] estás tranquila y feliz, y nada más. ¿Cómo vive la gente que está sin vacunar? », se pregunta Dolores.
Otros usuarios sí salen, y ahí quedan fuera del control de las residencias, que nunca fueron búnkeres —los profesionales tienen su propia vida fuera— y mucho menos lo serán ahora, vacunación mediante. Es un riesgo que se asume con naturalidad. «Al salir no sabemos tampoco con qué parte de la familia se van a encontrar. Confiamos también en que los propios familiares son los primeros interesados, como nosotros, en mantener la responsabilidad y el cuidado necesario », detalla Pilar Herrero.
Volver a bailar
Una anécdota ilustra a la perfección la ‘nueva normalidad’ en las residencias de la tercera edad. La cuenta por teléfono Maite Caneda, directora de la residencia pontevedresa de Campolongo: « El único problema que tengo ahora es que quieren volver a bailar y no sé cómo lo voy a hacer (ríe). Quieren otra vez que vuelvan las fiestas. Cuando me dicen: ‘Ay, directora, ¿va a volver a traer música?’. ‘Tiene que ser cuando podamos’. Quieren volver a lo de antes... Tienen esperanza en volver a lo de antes».
De momento, disfrutan con lo que les permiten. Como Mercedes, una «cachonda mental», como la definen sus compañeros, de casi 90 años. « Yo a donde hay aglomeración no voy, pero a los furanchitos al aire libre me encanta ir. A tomar un vinito, un choricito frito », se recrea. «Si nos quieren poner otra [vacuna] de repuesto, yo la admito», bromea. Josefa, 85 años, confiesa que «en el pecho me pesaba una cosa así» y «ahora me encuentro muy bien». Juan Antonio, que frisa los 91, anda más preocupado por sus vértigos: «La vacuna es para otra cosa. Tomo 16 pastillas y para el sintrom». «Nos sentimos más integrados en la vida cotidiana de la sociedad. Antes las residencias parecía que eran siempre un mundo aparte», retoma Caneda, que confiesa sentir «orgullo, satisfacción y tranquilidad» ahora que las residencias son la envidia de todos. Herrero expresa en voz alta un deseo: acabar la pandemia sin mayores infectados . Sería, admite, una «maravilla».
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