Artes&Letras / HIjos del Olvido
Teófilo Hernando Ortega: el artista del bien recetar
El médico segoviano fue discípulo de Ramón y Cajal y amigo de Marañón, junto a quien codirigió ‘Manual de Medicina Interna’, de relevancia internacional

¿Puede haber alguien en toda la historia universal reciente a quien le quepa el honor de haber sido discípulo de un Premio Nobel y maestro de otro? ¿Qué posibilidades habría, además, de que esa persona fuera el enlace entre los dos únicos galardonados españoles ... con tan nórdica distinción en la modalidad de Medicina, es decir, Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa? Pues quizá sólo una. No, quizá no, sólo una. Y lleva el nombre del segoviano de Torreadrada, Teófilo Hernando Ortega.
La Fundación Gregorio Marañón (que hoy se llama Fundación Ortega y Gasset - Gregorio Marañón) conserva entre sus magníficos archivos fotográficos una muy realista instantánea que inmortaliza la autopsia que el doctor Gustavo Pittaluga le practica a un cadáver -afortunadamente muerto, que diría el castizo-. Al modo de la famosísima ‘Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp’ de Rembrandt, en torno al finado se disponen una serie de galenos curiosos entre los que son reconocibles las figuras de Marañón y del protagonista de este ‘Hijos del olvido’.
Marañón y Hernando fueron ambos discípulos de Ramón y Cajal , compañeros de carrera y, sin embargo, amigos. Muy amigos, se podría decir, hasta el punto de llegar a codirigir el ‘Manual de Medicina Interna’ (1916), primer tratado sobre la disciplina, de vuelo internacional, llevado a cabo por autores españoles. Marañón y Hernando, junto a Pérez de Ayala, Gabriel Miró, Clara Campoamor, Azaña o el propio Ortega que, con sus ‘Meditaciones del Quijote’ daría carta de naturaleza a la llamada Generación del 14 , eran el faro intelectual que alumbraba el momento. Una generación menos conocida y apesadumbrada que la inmediatamente anterior, la del 98; y también menos ‘bon vivant’ y colorista que la justamente posterior, la del 27. Una generación frontispiciada por la frase orteguiana de «España es el problema, Europa la solución». Una generación mucho más abierta en cuanto a componentes, pues si la del 98 lo fue de pensadores, narradores y unos cuantos poetas, y la del 27 casi en exclusiva de estos últimos, la del 14 arracimó filósofos, políticos, novelista, mujeres y hasta científicos. Una generación que pretendió acercar España a Europa de la mano de la democracia, el pensamiento, la ciencia y la cultura.
Y a ella se adscribe el doctor Hernando, un brillante alumno de Medicina cuyo expediente le valdría una beca en Estrasburgo , que cambiaría su vida, pero también los planes de estudio de todas las facultades de Medicina españolas. Una pensionada en el Instituto Farmacología creado por el prestigioso doctor Oswald Schmiedeberg en la década de 1870, y en la que se formaría la flor y nata de la farmacología mundial . Allí compartiría estudios Hernando con el también médico, teólogo, misionero y organista Albert Schweitzer (por cierto, Premio Nobel de la Paz en 1952. El Nobel anduvo siempre más cerca de Hernando que el mar de la orilla). De Schweitzer se cuenta que era tal su maestría al órgano que una vez, después de un concierto multitudinario ofrecido en España al que asistió el rey Alfonso XIII, el monarca le preguntó si era difícil tocar el órgano, a lo que el alemán respondió, ingenioso y coñón: «casi tanto como gobernar España, majestad» -y eso sin conocer la de hoy-.
Hernando volvería de Estrasburgo -tras completar formación en patología digestiva en Alemania y Austria-, convencido de que la farmacología, a pesar de las reticencias de muchos de sus colegas, debía formar parte intrínseca de la educación de cualquier médico. Y a ello encomendó buena parte de su vida. Fue médico de la Beneficencia en Madrid , y logró por oposición varias plazas docentes, incluida la de Catedrático de Terapéutica y Arte de Recetar -qué nombre más bello y sugerente, ¿no creen?- de la Facultad de Medicina en la Universidad Central. Y sobre ese «arte de recetar» conviene aclarar que existe un fenómeno denominado ‘yatrogenia’, que el DRAE define como la alteración, especialmente negativa, del estado del paciente producida por el médico (ahí se entiende bien el sinónimo médico de ‘matasanos’). Y combatir esa desagradable alteración ‘paciente’ fue una cruzada en la vida de nuestro insigne doctor.
Se cuenta, incluso, que por su valía le fueron ofrecidos durante la Segunda República varios ministerios e, incluso, la Presidencia del Gobierno. Cargos que Hernando rechazó, dado su natural carácter humilde y discreto. Tan discreto que, después de 95 años de intensa vida y ejemplar desempeño de su vocación, por toda disposición testamentaria dejó escrito que en su lápida sólo figurara su nombre y una palabra: médico. Así sea. Así fue.
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