CÓRDOBA ENTRE LÍNEAS
Juan José Jurado: «La vida es, en el fondo, perdonar y hacer el bien»
Estuvo durante siete años al frente de la hermandad de los Dolores, a la que su padre lo apuntó al nacer. «Las cofradías son un poliedro integrador», asegura
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A Juan José Jurado, exhermano mayor de Los Dolores y registrador de la propiedad con treinta y ocho años de ejercicio, no le gustaban los cruceros, pero en uno que le llevó a San Petesburgo se topó por causalidad con un libro que le cambió su forma de vivir su fe. «Me metí en la biblioteca del barco y encontré con 'El regreso del hijo pródigo: meditaciones ante un cuadro de Rembrandt', de Nouwen, con el que pasé el viaje de ida, y cuando llegamos a la ciudad me dije, 'hombre, si aquí está el Museo Hermitage, y ahí está el cuadro. Cuando lo vi… No me cansé de mirarlo: todo lo que representa... El padre con su manto púrpura, con sus dos manos, una masculina y otra femenina. Es maravilloso». Una reproducción cuadro del holandés basado en una de las parábolas más conocidas del Nuevo Testamento cuelga en su despacho profesional desde que regresó de Rusia.
-El Evangelio de hoy [por el del pasado miércoles, cuando se hizo esta entrevista] habla sobre los siervos y la libertad. Y entre las reflexiones de Nouwen en ese libro que cita hay una que se me quedó grabada cuando lo leí hace unos meses: que nadie puede privar a un hombre de su derecho inalienable a decidir por su propia voluntad en una situación dada, por crítica o extrema que sea.
-La libertad es algo íntimo. Ahí tiene a Aleksandr Solzhenitsyn por ejemplo, o a grandes cardenales húngaros. Dios te deja libre, la esclavitud la creamos nosotros. Una persona que está sufriendo mucho también puede ser libre.

«A los ocho años empecé a frecuentar la hermandad de Los Dolores, que estaba llena de personas mayores y vi un respeto profundo», continúa Jurado al inicio de la conversación con ABC.
-¿Respeto profundo a qué?
-A lo que representaba la Virgen. Tenga en cuenta que en esa época en la que yo empecé a frecuentar la hermandad estaba recién aprobado el Concilio Vaticano II, y las hermandades habían quedado en tierra de nadie, porque la Iglesia las había proyectado de otra manera. Yo tenía mis inquietudes religiosas: yo pasé mi crisis de fe en la hermandad. Poco a poco empezó a entrar gente joven… Los costaleros, por ejemplo. Cuando había una discusión los mayores siempre nos decían: 'Aquí estamos por la Virgen y la Virgen no quiere que discutamos'. Era escuchar ese razonamiento y aquello se disipaba por mucho que hubiera diferencias entre hermanos. No se me olvidará en la vida que teniendo quince años recién cumplidos se celebraron los Dolores Gloriosos, que en realidad es el día de la Virgen, en septiembre, e iba yo a verla y me encontré con Fernando Fernández de Córdoba, que entonces era el hermano mayor, me paró y me dijo: 'Juanjo, ¿tú tienes inconveniente en venir a ayudarnos a ponerle el manto a la Virgen?'. Me acuerdo de que era el manto de las palomas, y aquello fue impresionante: como era el más joven de cuantos estábamos me dijeron que me metiera debajo de la Virgen y que sostuviera el manto, que es un manto que si cae bien cae muy bien, pero si no queda regular. A mí me temblaban las piernas por tener a la Virgen tan cerca.
-¿Le siguen temblando?
-Yo me emociono mucho con la Virgen.
-¿Por qué?
-Por los años. No es nostalgia. El año pasado escribí un artículo que se titulaba 'Los ojos de la Virgen', y Paco Carrasco, poeta y mejor persona, académico correspondiente, le hizo un poema a la Virgen que era precioso, que decía que 'alguien miró a los ojos de la Virgen para buscar las orillas de su infancia'. Para mí, los ojos son cada vez más mis referencias de la Virgen.
-¿Qué ve cuando la mira a los ojos, entonces?
-Lo mucho que yo le debo al Señor para lo poco que yo le puedo haber ofrecido. Le doy gracias por la familia que tengo, por los amigos que tengo. Le pido que me quite la soberbia, porque aquí el que más y el que menos te enseña siempre. Siempre que he tenido dudas en mi fe, que me he visto desalentado, o preocupado por algo la Virgen siempre me ha disipado las dudas, me ha dado ánimos y consuelo.
«Cuando miro a los ojos a la Virgen veo lo mucho que le debo al Señor para lo poco que yo le puedo haber ofrecido»
-Usted es un hombre de leyes. ¿Cómo concilia la razón con la fe?
-Me acuerdo de mi crisis de fe, que pasé cuanto tenía unos catorce años, en el sentido de que yo estaba incardinado en una hermandad. Luego me di cuenta de que la fe y la razón no son incompatibles. Las hermandades son un poliedro, ya que en ellas confluyen la fe, el arte, la religiosidad, la tradición y hasta la economía, y además en ellas están los distintos estratos y capas sociales y las distintas ideologías.
-Son integradoras, entonces.
-El Papa Francisco, cuando era arzobispo, tenía una frase que decía que la sabiduría del amor de Dios no depende directamente de la ilustración, sino que la espiritualidad puede estar encarnada en la cultura popular.
-Qué le consuela más, ¿la ley o la fe?
-La ley positiva regula las relaciones humanas, pero por encima de esa ley existe una ley natural que está en la conciencia, que la tiene incluso aquella persona que no cree, que es agnóstica, pero que en su conciencia posee una ética profunda de hacer el bien y no obrar el mal. Esa rectitud de conciencia lleva al acercamiento a la creación y a la voluntad de Dios. En el fondo, todo en la vida se resume en una cosa: en que cuando dejemos este mundo hayamos hecho de él un sitio mejor. La vida es perdonar y hacer el bien.
-¿Sin la duda no hay fe?
-Yo creo que la duda va unida a la fe. Muchas veces nos movemos en el misterio de Dios. El dolor es un misterio. La primera que sufrió fue la Virgen.
-Le leo un pequeño fragmento del pregón de Semana Santa de este año de Juan José Primo Jurado: «La Virgen de los Dolores parece aspirar todo el dolor de los cordobeses y convertirlo en aroma de gozo».
-Sí, sí. El dolor de la Virgen es un dolor de amor. Ella glorifica tu dolor. Ésa es la ventaja de ser mariano. Las personas que quieren mucho sufren, porque les duele el querer.
-¿En la Biblia está todo?
-En la palabra de Dios está todo. El católico cree que Jesucristo es el hijo de Dios hecho hombre. Que existió como personaje histórico nadie lo puede discutir, pero el creyente va mucho más allá. Él asumió nuestra condición humana, y como dice San Pablo se rebaja a la condición de siervo: 'He venido para servir, no para ser servido', dice. El misterio es difícil de entender, claro, porque nosotros tendemos a aprehender a Dios desde nuestra razón.
-Y eso se nos escapa, ¿no?
-Se escapa. Leibniz decía que Dios es un océano del que sólo hemos obtenido algunas gotas. Todos los días son Viernes Santo.
-¿Por qué?
-Porque todos los días hay sufrimiento en el mundo.

-La piedra angular de un creyente es la fe en la Resurrección.
-Totalmente. Lo dijo San Pablo: 'Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe'. ¿Que nos identificamos más con la Pasión, especialmente en Andalucía? Pues sí. Estamos hablando de un pueblo que ha sido sufrido: es su génesis. La Resurrección se representa muy poco en Semana Santa en comparación con la Pasión. Pero hay que tener en cuenta que detrás de la imagen de un crucificado hay una Resurrección. La imagen que lo representa muy bien en El Cachorro.
-Ya estamos con Sevilla...
-Sí. Bueno, es que la Resurrección de Cristo está en la propia cruz, como manifestación. Eso divide la Historia, diría más, no es que la divida, es que la marca. He puesto de ejemplo El Cachorro como he podido hablar de la Expiración de aquí de Córdoba. Ginés Liébana era medio pariente mío, y él decía: 'En mi pueblo no me entienden. Yo soy partidario de que en la noche de Pascua hay que poner la imagen del Resucitado lleno de algodones, y a las doce en punto de la noche encendemos unos ventiladores para que aquello eclosione'.
-Qué pasa en Córdoba a partir del Domingo de Ramos.
-El preludio de todo es el Viernes de Dolores, que es el Viernes de Córdoba entera. Cuando llega el Domingo de Ramos es curioso, porque parece que el corazón latiese emocionado y aumenten las pulsaciones: empieza a expresarse un sentimiento de exteriorización. Todo influye. No es nostalgia, pero volvemos a ser niños. Es como lo que escribió de Luis Cernuda: 'Nostalgia no, es el tiempo del tiempo de los niños'. Cristianamente es el aire de la luminosidad, exterior e interior: es la manifestación de lo humano y de lo terreno, y de cómo pasa a ser algo trascendente que se eleva.
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