ANÁLISIS
Mas, el ‘president’ que se topó con la fuerza del Estado ante la mentira
Artur Mas engañó a los independentistas más exacerbados para retrasar ‘sine die’ la consulta del 9 de noviembre de 2014 Acabó cediendo para conservar el poder, pero se encontró de frente al Estado de derecho y sus leyes

«Cada Estado tiene su maquinaria preparada para los que van a tocarle los huevos, y España tiene el Tribunal de Cuentas », me contó Soraya Sáenz de Santamaría mucho antes del 1 de octubre de 2017. De hecho, se refería a la segunda de ... las consultas sobre la independencia, que tuvo lugar el 9 de noviembre de 2014. El entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas , había anticipado las elecciones para el otoño de 2012, creyendo que obtendría los seis diputados que le faltaban para la mayoría absoluta (68). Todo lo contrario, perdió 12, uno menos de los que ganó Esquerra, que aceptó apoyar la investidura del líder convergente a cambio de que se comprometiera a poner fecha y pregunta para la convocatoria de un referendo sobre la independencia.
Mas no quería este referendo, ni mucho menos comprometerse con una fecha. Pero Junqueras le dijo que era el precio si quería continuar siendo el presidente. Mas ganó todo el tiempo que pudo, intentó todas las trampas conceptuales y de lenguaje habidas y por haber, pero al final no tuvo más remedio que fijar la consulta, no tanto para continuar asegurarse aquella legislatura como para ser capaz de ganarle las siguientes elecciones a Junqueras, que había tomado la delantera en todas las encuestas.
Mas no quería la independencia, ni mucho menos saltarse la Ley, y trató de pactar con el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cualquier fórmula que a la vez mantuviera la apariencia de referendo de cara a sus votantes más exacerbados, y a la vez vaciara el acto de contenido político y jurídico, para evitar la ilegalidad y la confrontación abierta con el Estado. Dicho de un modo muy real, aunque parezca muy surrealista, lo que Mas buscaba era la complicidad del Gobierno para tomarles el pelo a los independentistas.
La solución llegó a finales de octubre: «La consulta se celebrará, con papeletas y urnas, tal como el pueblo me ha pedido , y en la fecha y con la pregunta a la que nos comprometimos», anunció el presidente en conferencia de prensa solemne desde el Palacio de la Generalitat, dejando claro a continuación, según lo pactado con el Gobierno para que tolerara la jornada, que no se trataba de un referendo sino de un simulacro, y que no lo organizaba la Generalitat sino voluntarios dirigidos por las organizaciones ANC y Omnium Cultural, y que el «verdadero referendo» serían unas elecciones autonómicas en clave plebiscitaria, que él se comprometía a convocar en menos de un año si los partidos independentistas se comprometían a presentarse bajo una sola candidatura.
Lo que también habían pactado los emisarios de Rajoy (Pedro Arriola), Sánchez (J. Enrique Serrano) y Mas (Joan Rigol) fue que Mas tuviera un perfil discreto durante la jornada y que ningún cargo de la Generalitat proclamara los resultados como si fueran oficiales. Ésta era la consulta descafeinada, vaciada y tolerada por el Gobierno con que Mas pretendía enredar a Esquerra, y al grueso de votantes independentistas, para continuar siendo presidente de la Generalitat, que siempre fue su único interés, y no la independencia.
Mas se tomó el 9 de noviembre de 2014 como el primer acto de campaña de las elecciones autonómicas –«de carácter plebiscitario»– que tenía previsto convocar al año próximo. Fue a votar e hizo la comedia desafiante de decir: «He votado y aquí estoy, por si quieren venir a buscarme», y a última hora de la tarde fue la Generalitat, a través de la vicepresidenta Joana Ortega, quien dio a conocer los datos de participación y los resultados.
Rajoy puso al día siguiente en marcha la maquinaria judicial y administrativa del Estado no tanto porque se hubiera celebrado un referendo ilegal –que no tuvo lugar– sino porque Mas, por alardear ante Esquerra y ante los votantes más radicalizados, había clamorosamente faltado a parte de lo que se había comprometido para que el Gobierno pudiera tolerar aquella consulta sin demasiado ruido ni consecuencias. Rajoy puso en marcha, en definitiva, lo que semanas antes me había advertido Soraya, que es «la maquinaria que cada Estado tiene preparada para quienes van a tocarle los huevos».
Lo que el Tribunal de Cuentas le reclama hoy a Artur Mas es el dinero que malversó en la organización de unas actividades manifiestamente ilegales. El Gobierno estuvo dispuesto en su momento a no entrar en detalles, pero la pantomima del presidente de la Generalitat volvió insostenible el mirar hacia otra parte.
Lo que los independentistas, sobre todo de buena fe, tienen que considerar, ahora que les reclaman aportaciones a la «caja de solidaridad» para pagar las cuantiosas multas, es que Mas no intentó acercarles a la independencia sino engañarles, y que pactó con el Gobierno el modo más sibilino, cínico y folklorizante de hacerlo, y que su actuación el 9 de noviembre, haciendo la parodia del héroe, fue una burla a Rajoy, pero también a los independentistas que creyeron que estaban votando algo serio, cuando el propio Mas se había ocupado de desactivarlo y desmantelarlo a sus espaldas.
El independentismo no pierde porque la independencia sea imposible. Es muy difícil, pero no imposible. El independentismo pierde porque nunca paga el precio, porque no sabe lo que defiende, y confunde a los farsantes con los héroes. Un independentismo maduro, enfocado y serio sería el que inhabilitaría a Mas para la política y le exigiera no sólo los 5 millones del Tribunal de Cuentas, sino el triple de dinero.
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