Esbozos y rasguños
Sin alma, sin cerebro
Lejos de haber juntado filas tras el varapalo del Barça y el sainete ofrecido con el Balón de Oro, el Madrid jugó aún más disuelto, desmadejado y roto
Pastiche de oro
Nadie podía imaginar que el Real Madrid, a comienzos de noviembre, estuviera dando estas señales tan preocupantes de agotamiento físico y mental. Transita por el campo como un zombi. Es una versión familiar, reconocible desde cierta distancia, pero al mismo tiempo desconocida por completo. A ... Ancelotti se le están iluminando todas las luces de advertencia del salpicadero del coche y ya no sabe qué demonios tocar y cambiar para intentar arrancarlo. Incluso ya se le encienden esos testigos que uno no sabe realmente ni qué significan y que nunca antes había visto parpadear. Es un fallo general del sistema. Un colapso.
Porque este Madrid, ahora mismo, no tiene ni alma ni cerebro. Un buen ejemplo del estado anímico del equipo lo representa Tchouameni, superado totalmente por el momento: ni es contundente, ni ofrece claridad, ni corta, ni se cruza, ni templa. Todo un despropósito al que le cayó una sonora pitada tras fallar en los dos goles del Milán y que se quedó en la caseta al descanso junto a un Valverde al que ya se le ha reventado uno de los neumáticos, tal y como era de esperar. Pero los demás compañeros no estuvieron mucho mejor en la segunda parte. Todo lo contrario. Algo similar a lo ocurrido ante el Barça. Bellingham parece Tom Hanks en 'Náufrago', pero solo si la pelota de voleibol también le hubiera dado la espalda. Anda enfadado consigo mismo, errático, fundido y enfurruñado. Y con Mbappé ya más de uno ha empezado a apretar el botón del pánico con una de las preguntas más duras del fútbol: «¿Esto era todo?».
Sí se pudo ver de todo en el Bernabéu (y nada demasiado bueno): pitos a los propios jugadores, aficionados abandonando el estadio, una mujer con la camiseta de Mbappé gritando a Mbappé. Y Morata marcando un gol a placer tras haber sido espoleado con el cántico «Morata, qué malo eres». Confusión y desconexión. Caos y desilusión.
Lejos de haber juntado filas tras el varapalo del Barça y el sainete ofrecido con el Balón de Oro, el Madrid jugó aún más disuelto, desmadejado y roto. Frágil como un cuerpo aquejado de osteoporosis y que se rompe la cadera creyendo que ha sido por una caída cuando en realidad es justo al revés: se cae porque algo se ha roto, solo que todavía no se ha dado cuenta. A este Madrid le falta densidad ósea y no tiene yogures con calcio en la nevera.
La solución para revertir la situación ahora mismo no parece ni fácil ni bonita. Sobre todo para un Ancelotti que tanto respeta las jerarquías. Pero el equipo necesita reencontrarse consigo mismo. Sacar el carrito de 'electroshock' y dar una descarga. Sacudir el árbol aunque salgan avispas y caigan castañas. Porque esta versión espectral del Madrid se hace un selfi frente al espejo del baño y no aparece nadie en el reflejo, como en el imposible cuadro del cuarto de baño de Antonio López. Este Madrid, hoy por hoy, no tiene ni alma ni cerebro. Es un muerto andante.