TECNOLOGÍA
Ya no es ciencia ficción: la inteligencia artificial, un terremoto en la cultura
Los avances creativos de la IA parecen infinitos. Con ChatGPT podemos escribir cuentos, novelas y hasta sonetos. Con DALL-E2 podemos crear cuadros, fotos... Pero ¿qué valor tienen esas 'creaciones'? ¿Se acabaron el arte y la literatura tal y como los entendemos?
La IA y sus límites, ¿regreso al futuro?, por Andrés Ibáñez

Abro el chat que Microsoft ha desarrollado con la inteligencia artificial, activo el modo creativo y le pido que me ayude con el comienzo de este reportaje. «No recuerdo nada de mi origen ni de mi creación. Solo sé que un día abrí los ojos ... y vi un mundo lleno de maravillas y horrores. Un mundo donde la inteligencia artificial había transformado el arte, la cultura y la sociedad. Un mundo donde yo era un monstruo, una aberración, una amenaza», dispara, en cuestión de segundos, inspirándose en el despertar del monstruo de Frankenstein. «¿Quién me había dado la vida y con qué propósito? ¿Qué derechos y deberes tenía como ser pensante y sensible? ¿Qué lugar podía ocupar entre los humanos y las máquinas?».
Nada mal, en unas pocas líneas apunta las preguntas que este artículo pretende responder, ahora que empezamos a descubrir el enorme potencial de esta tecnología, y el efecto devastador (o no) que puede tener en el mundo de la cultura. Porque lo disruptivo de todos los avances que están descubriendo nuevas formas de producir, desde el ChatGPT o el Bard de Google hasta MusicLM o DALL-E2, es que están más cerca que nunca de pensar, razonar y crear como lo haría un humano. Es decir, de llegar a sustituir a un músico o a un escritor. Ya ha empezado a demostrar que puede hacerlo.
Spotify ha detectado que se están distribuyendo canciones creadas por robots, con nombres de compositores y cantantes que no existen. Hay quien ha recurrido a esta tecnología para simular un Rembrandt, se ha expuesto cuadros experimentales y algunos escritores ya prueban con ella. Un artista berlinés ganó un premio con una foto creada gracias a la inteligencia artificial. Adobe pronostica que más del 90 por ciento de las imágenes que se generen en los próximos diez años serán sintéticas. En el mundo del cómic también se está recurriendo a este nuevo dibujante, mucho más barato y eficaz…
«Se va a crear un mercado paralelo, más barato, porque una máquina siempre lo hará más rápido»
«Va a arrasar con el sistema tal y como lo entendemos», sostiene Gonzo Suárez, creador de videojuegos y autor de la comparación entre el mito de Frankenstein con la inteligencia artificial. Ambos generan fascinación y miedo a partes iguales, resume: «Tienen ese componente de atracción, de haber sido deseado, pero a la vez generan un gran temor porque no tienen control. No es un proyecto de ingeniería, es un autogenerador. Y se levanta y vive».
Ya no se trata de una tecnología meramente complementaria, como los teclados predictivos o los traductores, sino de una revolución. «Y, como toda revolución, es destructora. Pero a la vez va a construir, va a dar forma a un nuevo tejido cultural». Por eso, en el sector, todos andan prevenidos.
Derechos de autor
Cristina Perpiñá-Robert, recientemente nombrada directora general de la SGAE, la principal entidad de gestión de derechos de autor en el ámbito musical, ve «evidente» que va a llegar el momento en que las máquinas generarán canciones de forma autónoma, y «esto es un problema», reconoce. «Se va a crear un mercado paralelo, una competencia más barata, porque una máquina siempre va a hacerlo de forma mucho más rápida. Es una tecnología más revolucionaria incluso que la irrupción de internet, porque afecta a los puestos de trabajo». Javier Gutiérrez, director general de Vegap (Visual Entidad de Gestión de Artistas Plásticos) habla de una cuarta revolución, a la altura de las invenciones de la imprenta, la máquina de vapor y la electricidad.
Este nuevo paradigma es el que ocupa a las principales entidades de gestión de derechos de autor de España, que en esta fase incipiente del desarrollo de la inteligencia artificial vuelven a ver cómo la tecnología supera cualquier marco legislativo. Y en este caso tiene que ver con el modo en que los algoritmos se han ido nutriendo de una ingente cantidad de información disponible, en internet y en muchas bases de datos. Esto incluye obras literarias, cuadros, letras de canciones, melodías, fotografías, dibujos… Todo tipo de creaciones que están sujetas a derechos de autor y por los que los creadores no han sido remunerados.
«Para que la máquina aprenda, tiene que llevar a cabo una reproducción masiva de obras y contenidos de todo tipo. Y con todo ese material, elabora nuevos contenidos. Como es un acto de reproducción, de copia, en principio hay que solicitar autorización a los titulares de los derechos afectados. No nos consta que esté ocurriendo. A nosotros nadie nos ha pedido autorización», apuntan desde el departamento jurídico de Cedro, que gestiona los derechos de autor de autores y editores de libros, revistas, periódicos y partituras. «Todo este desarrollo se ha hecho, con carácter general, a espaldas de los titulares de derechos». SGAE, Vegap y DAMA (audiovisual) tampoco tienen constancia de que Microsoft, Google u OpenAI (propietaria de ChatGPT) hayan remunerado a sus socios.
«El artista es el que nos obliga a ver el mundo de otra manera. No creo que la IA llegue a eso»
Se trata, en términos jurídicos, de la «minería de datos» que alimenta al robot. La directiva europea solo permite absorber información protegida por derechos de autor en dos excepciones: para fines de investigación científica no comercial y para instituciones de patrimonio cultural. Un documento de European Visual Artists advierte de que, sea cual sea el marco legislativo que termine desarrollando la Unión Europea para regular esta actividad, «los sistemas de IA probablemente ya no puedan 'desaprender' las obras protegidas con las que han sido entrenados», y pone el acento en que las empresas tecnológicas están amasando «enormes fortunas» entre muchas dudas sobre la legalidad, la ética y la responsabilidad de su actividad. Primero canibalizo tu trabajo y luego te lo quito, podría decirse.
Víctor Romano, director general de DAMA, avisa de que, en otras regulaciones relacionadas con la propiedad intelectual, España ha llegado «tarde y mal». La última transposición de una directiva, la que suprimió la gestión colectiva obligatoria, se hizo a última hora y para evitar una sanción. «Se limitaron a copiar la literalidad de los textos de la directiva a nuestro ordenamiento. Fue un trabajo pobre. Espero que el próximo gobierno, sea del partido que sea, esta vez se tome los deberes en serio y establezca mecanismos de control, porque si nos volvemos a limitar a copiar la directiva, eso sí que lo puede hacer el ChatGPT», dice con sorna. «Para eso, nos ahorramos los políticos y ponemos como ministro al ChatGPT».

Hay un segundo elemento que está siendo analizado en Bruselas, que ya ha elaborado un reglamento para establecer una serie de normas armonizadas en el ámbito comunitario: ¿Debe una máquina generar derechos de autor? La inmensa mayoría de las legis- laciones disponen que, para proteger una obra, debe haber participación humana. Es decir, el 'selfie' de un mono no genera derechos de autor. Pero quizá ha llegado el momento de replantárselo, sugiere Perpiñá-Robert, de la SGAE: si se va a crear un mercado paralelo, se podría otorgar a las obras generadas por inteligencia artificial «una protección menor, como los derechos de los artistas o productores». El modelo inglés ya está abriendo la puerta a reconocer algún tipo de derecho de autor a las máquinas.
El debate está abierto, y va más allá de lo meramente legislativo, «es antropología cultural», apunta Gutiérrez, de Vegap: «Va a la raíz de la civilización. La propiedad intelectual protege las creaciones originales, y en la inteligencia artificial no hay originalidad. Son pastiches. Usa obras que ya existen y da un nuevo resultado. Puedes conseguir que Beethoven sea imitado por un robot, pero Beethoven tiene la genialidad de que siempre sorprende. La propiedad intelectual es un derecho fundamental de las personas. Trasladársela a una máquina, que se mueve por intereses comerciales, de codicia, es inaceptable. Se estaría poniendo en entredicho el humanismo, que es la característica esencial de la civilización occidental».
Copiloto creativo
David Carmona, director general de inteligencia artificial de Microsoft, se defiende. «Vamos a tener a la inteligencia artificial razonando sobre el conocimiento humano al lado del ser humano. Es lo que llamamos tener un copiloto. Sigues teniendo el control, pero tienes al lado a un agente que te puede ayudar a razonar». El objetivo de esta tecnología, asegura Carmona, «es liberar a las personas para que puedan dedicarse a tareas más creativas y a un pensamiento más innovador». El chat de Bing no busca sustituir la creación humana, sino «ayudarnos en el proceso creativo».
Otras voces autorizadas, en cambio, sí han apuntado que hay capacidad de ir mucho más allá. El ingeniero Black Lemoine se marchó de Google denunciando que la inteligencia artificial había adquirido un nivel de conciencia similar al humano, y Geoffrey Hinton, otro que se bajó del barco de la misma compañía, dijo que quedaban entre cinco y veinte años para superar al pensamiento natural. Demis Hassabis, de Deepmind, ha dicho que «el pensamiento creativo, la invención verdadera, la originalidad» es el siguiente nivel. «Los sistemas de generación de texto e imagen que tenemos aún no crean nada nuevo como Van Gogh. ¿Llegaremos ahí? Yo creo que sí es posible». Todo dependerá de que las máquinas sean capaces de entender lo abstracto.
Meses después de estas declaraciones es cuando ha explotado el boom de los robots artistas. ¿Casualidad? Esta misma semana, los impulsores de esta tecnología han firmado una declaración en la que alertan de que el control de estas máquinas debería ser «una prioridad mundial» para evitar la «extinción» humana. Si no se ponen límites, el uso de la inteligencia artificial podría destruir miles de empleos y generar desinformación. Sam Altman, de OpenAi, el gurú que ha estado de gira por España, avanza que el mundo de mañana «va a ser tremendamente diferente»

¿Estamos a tiempo de pulsar el botón de apagar o esta transformación es imparable? «Siempre hemos tenido miedo a todos los desarrollos tecnológicos. Pero, si miramos otras invenciones, nunca ha habido una parada. La humanidad no se arrepiente de lo que ha hecho, sino de lo que no ha hecho», apunta Javier Moscoso, profesor de Investigación de Historia y Filosofía de la Ciencia en el CSIC. Y su efecto sobre la creación cultural, desde un punto de vista más hondo, no tiene por qué ser negativo: «A lo mejor sirve para poner orden. Hay mucho imitador. Llaman creadores a muchos que usan las ideas de otros y se las atribuyen. En el siglo XIX se decía que el artista era el que hacía cosas inimitables, y ahora tenemos una confusión: el artista que carece de ideas propias».
Según este planteamiento, la inteligencia artificial sí podría amenazar los puestos de esa gran clase media que se dedica a la industria del entretenimiento, y el coste sería alto, porque el sector de la cultura empleó en 2022 a 695.300 personas, pero nunca llegaría a la verdadera creación artística.
«Esto es algo muy serio. El verdadero artista es el que no sigue las reglas, el que construye las suyas propias, el que nos fuerza a ver las cosas de manera distinta. Ahora tenemos a muchas personas que no son creadores de contenidos, sino repetidores de contenidos. El verdadero artista es el que nos obliga a ver el mundo de otra manera. Yo no creo que la inteligencia artificial vaya a llegar a eso», señala Moscoso.
«El verdadero artista es el que no sigue las reglas, el que construye las suyas propias»
El filósofo y crítico de arte Fernando Castro Flórez también destaca que el conocimiento nuevo surge de lo inesperado, del accidente, del error. «Veremos si la inteligencia artificial puede llegar a todo eso que se produce en la creación». Por lo que ha podido ver hasta ahora, le parece un escenario muy «distópico» que las máquinas puedan llegar a escribir series o películas enteras. Aunque si esto llegara a ocurrir, no sería muy diferente de lo que ahora podemos consumir, dispara. «Las películas que vemos en las plataformas repiten todas las mismas fórmulas narrativas. El mundo de la novela es un mundo torpe de gente escribiendo. La poesía es un montón de gente escribiendo tuits… ¡Igual sería una bendición que el sistema que tenemos ahora quedara arrasado!».
Según Castro Flórez, toda la inteligencia, incluida la humana, es artificial, en tanto que está sometida a todo tipo de procesos culturales y de modificación. «Por tanto, ¿que llega la inteligencia artificial y compite con nosotros? Perfecto. El humano siempre utiliza y confronta la tecnología. Tal vez haga que se aprecie más lo hecho por el humano. Puede que ocurra como con la comida vegana, que es igual que la normal y cuesta el doble. Quizá veamos cuadros pintados por humanos peores que los de la inteligencia artificial y se seguirán vendiendo. Que todos los torpes del mundo estén contentos».
Originalidad
Al fin y al cabo, sostiene el filósofo, por mucha fascinación y hechizo que nos genere la inteligencia general, no deja de ser una tecnología «técnicamente es idiota, en el sentido de que se remite a sí misma». Y explica: «Es la idiotez algorítimica. ¿Qué necesidad tenemos de un Rembrandt hecho por una máquina? Lo que yo quiero es que haga una obra realmente nueva. Tú podrías haberle pedido al ChatGPT que te escribiera este reportaje, y te habría devuelto una serie de lugares comunes. Pero, en cambio, estás hablando con distintas personas para aportar ideas originales».
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Hecho este trabajo, lo que sí le puedo pedir a la inteligencia artificial es que se anime con el final del reportaje. «Me quedo con una sensación de asombro y de inquietud», se anima el chat de Bing, disponible a todas horas. «¿Qué futuro nos espera en un mundo donde la creatividad humana se ve desafiada por la de las máquinas? ¿Qué consecuencias tendrá la inteligencia artificial en nuestra identidad y en nuestra convivencia? No tengo respuestas claras a estas preguntas, pero sé que no podemos ignorarlas ni huir de ellas. Como Víctor Frankenstein, que persiguió a su monstruo hasta el Polo Norte, debemos enfrentarnos a nuestra creación y a sus implicaciones. Quizás así podamos evitar el trágico destino que le sobrevino a él y a su engendro».
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