LA TALAVERANA
Leer para contarlo
De cuantas vanidades existen hay una muy específica que es la vanidad lectora
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La vanidad puede ser una virtud. Es cierto que de pequeños nos instruyeron en una pretendida autonomía y en la capacidad de aislar nuestra acción del juicio ajeno, pero sólo un idiota o un asocial, que vienen a ser lo mismo, podría vivir de espaldas ... a la opinión de los demás. Las comunidades humanas se rigen por una observación recíproca en la que podemos cumplir o frustrar las expectativas que otros tienen sobre nosotros. Es más, no es imposible sabernos objeto de observación propia y la proximidad de cada uno de nosotros con aquello que somos, que se lo digan a San Agustín o a Descartes, nos lleva a conocernos y por ello, también, a exigirnos. El 'conócete a ti mismo' del oráculo de Delfos exige que para saber de nosotros tengamos que mirarnos antes.
De cuantas vanidades existen hay una muy específica que es la vanidad lectora. Hay una coquetería bien orientada por la que nos gusta sabernos lectores capaces. Uno puede tener muchos motivos para leer un libro. A veces escogemos títulos por vocación o por trabajo, por apetito o incluso por necesidad, pero en ocasiones optamos por una lectura para demostrarnos que también somos capaces. Recuerdo cuando de chaval cogí por primera vez 'La rebelión de las masas' de Ortega. No entendí nada, pero agradecí que en casa me hicieran admirar a la gente que leía libros doctos, lo que me llevó a fingir que yo también era uno de ellos, aunque sólo fuera un adolescente con el juicio entorpecido.
Agradecí que en casa me hicieran admirar a la gente que leía libros doctos
Hay personas que leen para contarlo, y me parece bien. En un mundo en el que la gente se retrata en Instagram sudando en el gimnasio o cocinando un rodaballo, la vanidad mínima de los que leen me parece saludable. Quien se ha metido 'En busca del tiempo perdido' tiene todo el derecho del mundo a recordarlo cada poco, y quien haya fatigado algunos clásicos se ha ganado el derecho a tomar la palabra con un extra de legitimidad. Me gusta la vanidad mínima bien entendida y el apetito de mejora. La persistencia que demuestra quien lee y subraya las peores páginas de Husserl merece al menos la recompensa de una pequeña admiración.
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