LIBROS
Palahniuk entre las piernas
Gamberro, feroz, salvaje. Cualquier adjetivo se queda corto al hablar de lo último de Palahniuk. El autor de «El club de la lucha» vuelve a hacer lo que mejor sabe: llevarlo todo al límite

Artículo 216 de la línea Eres Hermosa: el Cortador Erótico de Verduras. Un procesador de alimentos que convierte cualquier hortaliza cruda en instrumento sexual . Las cuchillas de su interior se pueden ajustar para que el juguete resultante sea más largo o más corto, más grueso o más fino, o para que tenga la superficie lisa o estriada. Con las berenjenas obra milagros. Y con las patatas.
Artículo 241 de la línea Eres Hermosa: el Cañón de Chorro. Un vibrador que contiene hasta cuatro cavidades internas, cada una de las cuales se puede llenar de líquido. El usuario programa el aparato para que, durante su uso, expulse cantidades ilimitadas de fluido, ya sea de café, en plan tentempié rápido, o de jarabe contra la tos , si se busca un efecto calmante. También existe la opción de llenarlo de antibiótico. O de algún aceite esencial que mejore la lubricación. Es la mar de práctico: la punta del vibrador expulsa el chorro en el momento deseado.
Gran Clímax
Hay más, muchos más artículos: el Lagarto del Amor, una prótesis de silicona de lengua extensible que alcanza cualquier recoveco, por escondido que esté; la Libélula, que te encajas cómodamente entre las piernas y, al batir sus alas, te pone a cien ; la Bola Feliz de Miel, la Varita de Amor de Margaritas..., artilugios inventados todos por Cornelius Linus Maxwell, a quien, gracias a su línea de -y cito- «productos de ayuda íntima», y porque sus iniciales lo ponen a huevo -C.Li.Max-, la prensa no tarda en apodar Gran Clímax.
«Mejor que el amor», asegura la campaña publicitaria de Eres Hermosa. Y lo que es peor: «Hay millones de maridos a punto de ser reemplazados». Algo que será una realidad en cuanto Eres Hermosa abra su primera tienda en la Quinta Avenida : miles, millones de mujeres haciendo cola para comprar una de esas bolsitas de color rosa chillón que son el distintivo de la marca.
De oro, C. Linus Maxwell empieza a hacerse de oro. Y lo que empiezan a hacerse las mujeres del mundo entero es adictas. Yonquis de Eres Hermosa. Mientras abandonan a sus maridos y se encierran entre cuatro paredes , dispuestas a gastarles las pilas a los artilugios de Gran Clímax. Hablando de pilas, en el mercado negro su precio alcanzará sumas astronómicas. Lo nunca visto.
El mejor alumno de Tom Spanbauer se ha venido arriba, dispuesto a divertirnos y asombrarnos
«Mil millones de esposas o de mujeres solitarias matándose a pajas en su resignada soledad. Sin molestarse en intentar encontrar pareja. Viviendo y muriendo sin más compañía íntima que sus chismes de Eres Hermosa. En vez de escoger entre ser putas o santas, se convertirían en célibes que se tocaban todo el tiempo». Solteras, casadas. Abuelas, madres, hijas. Una epidemia .
¿A quién sino a Chuck Palahniuk se le podía ocurrir algo tan delirante? Aunque, bien pensado, retiro el adjetivo: ¿qué tiene de delirante regalar -bueno: vender- magníficas experiencias sexuales ? Maxwell se frota las manos: «Jóvenes o viejas. Gordas o bajitas. Millones de mujeres aprenderían a amar los cuerpos en los que vivían. Eres Hermosa sería una bendición para todo el género femenino». El verdadero progreso social.
Y es que ¿qué mujer no querría que le garantizaran orgasmos como terremotos? La contrapartida es un poco más sombría: adiós a los hombres , cuyos renacuajos languidecerán dentro de sus pantalones.
Pero la estrategia comercial de Eres Hermosa encierra un pérfido plan diseñado, como los artilugios sexuales, por Gran Clímax, a quien, por cierto, sus conquistas le duran exactamente 136 días, ni uno más ni uno menos. Entre esas conquistas, la actriz Alouette D’Ambrosia, ganadora en seis ocasiones de la Palma de Oro de Cannes y galardonada con cinco Oscar, o la presidenta de Estados Unidos, Clarissa Hind. Y, ahora, Penny Harrigan. Será con ella con quien Maxwell perfeccione sus juguetitos antes de lanzarlos al mercado; y será ella quien se convierta en el gran oponente del magnate. En un juicio final -sin mayúsculas- lleno de orgasmos.
Insisto: sólo al autor de novelas tan excepcionales como «El club de la lucha«, «Monstruos invisibles», «Asfixia», «Nana», «Fantasmas» y «Snuff» se le podía ocurrir un argumento así, increíble -porque las novelas de Palahniuk no hay quien se las crea-, pero original y gamberro y despiado y feroz y salvaje. La locura.
Después de unos cuantos títulos bastante flojitos («Pigmeo», «Condenada«, «Maldita»), el mejor alumno de Tom Spanbauer se ha venido arriba, dispuesto a divertirnos y asombrarnos con un libro en el que se aleja del estilo de su padre literario, circular y reiterativo -y en esta frase ni «circular» ni «reiterativo» son cualidades negativas, todo lo contrario; y si no, lean «Ahora es el momento» o «Yo te quise más».
Un ruidito húmedo
Pero aunque se aleje de su mentor y amigo, Palahniuk vuelve a hacer lo que mejor sabe: llevarlo todo al extremo. Como en esa escena en la que Penny no encuentra su diafragma y, tras advertirles a sus compañeras de piso «Voy a apagar las luces y contar hasta diez. No haré preguntas», se oye un ruidito húmedo y una risa. Al encender la luz, ahí está su diafragma, «todo reluciente, perlado de gotitas de los saludables flujos vaginales de alguien».
Al límite, Chuck Palahniuk lo lleva todo al límite.
Su crítica a la sociedad de consumo , presa de repente de esa moda compulsiva de leer sólo novelas románticas de vampiros. Por ejemplo.
Su crítica al mundo de la moda , entre vestidos de Vera Wang y Chanel y Dolce & Gabbana y...
Su crítica a la fama, al sexo, a las relaciones de pareja . A todo lo que se le ponga por delante.
Imposible resistirse.
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