LIBROS
Olive Kitteridge ataca de nuevo
Elizabeth Strout vuelve a hacer gala de su elegante prosa y eficaz talento en «Luz de febrero»

Siempre me consideré muy afortunado por haber leído El resplandor (entonces con el título de Insólito esplendor ) de Stephen King años antes de que se estrenara la muy personal versión cinematográfica de Stanley Kubrick . Me explico: de este modo, mi ... Jack Torrance no tuvo, inicialmente, la sonrisa y las cejas y la voz de Jack Nicholson . Igual suerte tuve cuando leí Olive Kitteridge , novela-en-relatos de Elizabeth Strout (Portland, 1956) y ganadora del Pulitzer 2008. Entonces Frances McDormand aún no le había trasplantado para siempre su rostro vía miniserie galardonada de la HBO. Ahora, leyendo, Luz de febrero (título original más explicativo y preciso, Olive, Again , y escogido por el club de lectura de Oprah Winfrey lo que, a no dudarlo, es mucho más rentable que un Pulitzer) eso ya no me es posible. Y así este retorno incluye fisonomía de esa actriz quien, cada vez que sube a recoger un premio de un zarpazo, pone a temblar a toda la concurrencia; incluido a su marido, Joel «Hermano» Coen , quien suele contemplarla desde la platea con una mezcla de inquietud, resignación y amor.
Y está bien que así sea -y gran acierto de «casting»- porque el personaje de Strout provoca exactamente ese mismo efecto: temor, incomodidad, tolerancia y afecto. Y, sí, aquí más de lo mismo y de la misma. Y está bien que así sea. Un delicado pero resistente engarce de relatos configurando un nuevo retrato (más aumentado que corregido) de una mujer inquieta que se niega a posar .
Y que -siempre nerviosa- te pone de los nervios. Y, aún así, no se puede dejar de mirarla y de seguirla y de leerla (lo mismo sucede con su «contracara» complementaria: la escritora Lucy Barton , suerte de Dra. Jekyll para esa Mrs. Hyde que es Olive, la otra heroína recurrente de Strout, de quien pronto llegará una tercera entrega, Oh, William! , luego de Me llamo Lucy Barton y de su participación en Todo es posible ). El mérito, claro, es la elegante prosa y el eficaz talento de Strout. Una gracia nunca reñida con la emoción que Strout comparte con Richard Russo y un lenguaje encendido que, por momentos, recuerda al de John Updike en sus historias del matrimonio Maple (y cabe preguntarse si será pura casualidad o guiño-homenaje el que una octogenaria Olive acabe sus días en una residencia geriátrica llamada Apartamentos Maple Tree).
Antes de eso, pequeños acontecimientos con potencia de sismo a lo largo y ancho del pueblo costero de Crosby, Maine , con la protagonista a veces en su epicentro y otras experimentando réplicas desde la periferia: hombres huyendo de la ahora viuda Olive; partos inesperados, adolescente que se desnuda ante un anciano ; hijo furioso ante el nuevo amor de su madre; ex alumnas de Olive con mejor o peor suerte; aparición sorpresa de personajes de la novela madre-hija Amy e Isabelle y del gran «thriller»-familiar-legal, Los hermanos Burgess , ambas de Strout; parejas que no se hablan desde hace años; y la despedida para ya no volver (o al menos eso ha advertido su creadora) pero, antes, intentando comenzar a teclear «autobiografía».
Recuento que una triunfalmente derrotada Olive -inexacta como sólo puede serlo quien alguna vez fue rígida profesora de Matemáticas - empieza a la vez que resume con la siguiente frase: «No tengo la menor idea de quién he sido. Sinceramente, no entiendo nada».
De ser esto verdad, de verse ella así, lo cierto es que se trata de todo lo contrario de lo que siente todo aquel que haya acompañado de nuevo a la formidable Olive Kitteridge . Alguien quien, seguro, no va a descansar en paz hasta -como nosotros acerca y cerca de ella- entenderlo todo acerca de quien fue y sigue y seguirá siendo.
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