Los recursos en la Tierra se agotan, pero ¿puede ser el espacio nuestra nueva mina de oro?
La minería espacial vive un nuevo resurgir y los asteroides, la Luna o incluso Marte se postulan como nuevos mundos para extraer recursos que son finitos aquí, en la Tierra, o para abastecer 'in situ' a los futuros asentamientos humanos
La Luna, campo de pruebas para Marte

El mundo, tal y como lo conocemos en la actualidad, depende de metales preciosos como el platino y el oro que, más allá de su aplicación ornamental, se utilizan para crear diferentes componentes presentes en todos nuestros teléfonos y dispositivos electrónicos; o el níquel y ... el cobalto, básicos para la tecnología de catalizadores y pilas de combustible, presentes en nuestros vehículos y en los tan de moda coches eléctricos. El principal problema de todos ellos, aparte de que son raros y de difícil extracción, es que existen de una manera finita en nuestro planeta. Y las nuevas tecnologías no hacen sino demandar más y más.
Este desequilibrio es un problema real: según los cálculos de un estudio liderado por un equipo de investigación del CREAF, la Universidad Autónoma de Barcelona y el CSIC y publicado en 'Trends in Ecology and Evolution', de seguir a este ritmo de explotación es posible que las reservas de algunos de estos elementos, como el molibdeno (ampliamente usado en la industria) o el zinc (presente desde en la construcción a las baterías) se agoten en menos de 100 años; o incluso en la mitad de tiempo si hablamos de otros como el oro (cuya presencia se encuentra desde la medicina a la industria, pasando por alimentos y bebidas) y el antimonio (un compuesto básico para que los plásticos no ardan).
Por supuesto, ya hay quien está buscando alternativas a estos componentes, investigando la forma de conseguir las mismas funciones con otros materiales más comunes (y, por tanto, más baratos). Pero también otros que, ante este problema, miran para otro lado: concretamente, para arriba, al espacio. Porque se sabe que existen asteroides que contienen algunos de estos metales preciosos en grandes cantidades y se han contabilizado más de un millón de rocas en nuestros alrededores. ¿Sería entonces posible usar los asteroides como una suerte de yacimientos mineros para nuestras futuras necesidades terrestres?
«Tenemos que intentarlo»
Eso es lo que piensan empresas como AstroForge, una startup americana que ha conseguido recaudar hasta la fecha 55 millones de dólares para hacer realidad la minería espacial. Su primera incursión más allá de nuestras fronteras fue en abril de 2023 con la misión Brokkr-1, que debía demostrar que su tecnología era capaz de refinar platino en condiciones de microgravedad, algo que no consiguió.
La segunda oportunidad ocurrió el pasado mes de febrero, cuando lanzó en un Falcon 9 -junto con el malogrado aterrizador lunar Athena de Intuitive Machines- su propia sonda para investigar alrededor de 2022 OB5, un asteroide cercano a la Tierra de unos 100 metros de diámetro cuya composición se cree que es metálica. Esta misión serviría de avanzadilla para recopilar datos acerca de la roca, de cara a futuras misiones de extracción de material.
«Tenemos que intentarlo», dijo antes del lanzamiento Matt Gialich, cofundador y director ejecutivo de AstroForge cuando fue preguntado acerca de la premura con la que se creó la sonda, bautizada como Odín. «Otros no tuvieron el coraje de intentarlo. Nosotros sí. Ojalá tengamos la inteligencia suficiente para lograrlo», afirmó refiriéndose a empresas como Planetary Resources, Deep Space Industries, Origin Space o Asteroid Mining Corporation, compañías que en la pasada década se volcaron en la minería espacial pero que acabaron en la bancarrota tan solo unos pocos años después de su creación.
De momento, el devenir de AstroForge no pinta de manera muy diferente: desde que se separase del cohete Falcon 9 que le alzó a la órbita terrestre, los controladores en tierra no pudieron comunicarse con Odín, del que no se sabe si pese a todo continúa en su camino hacia 2022 OB5 o se encuentra flotando errático alrededor de la Tierra. «El éxito en la industria aeroespacial y el capital de riesgo se basa en la gestión del riesgo, no en su eliminación –señaló Gialich en un comunicado–. Optamos por reintentarlo una y otra vez para maximizar nuestro ritmo de aprendizaje».
Un negocio complicado
«La minería espacial como tal ahora mismo es algo muy complicado y caro: aparte de viajar al lugar donde quieres sacar el producto, necesitas una tecnología que funcione en el vacío y luego regresar ese material a la Tierra. De momento, eso no es rentable y no creo que lo sea a no ser que ocurra algo muy disruptivo», opina Mariella Graziano, directora ejecutiva de Estrategia y Desarrollo de Ciencia de la compañía española GMV, referente en el sector aeroespacial europeo. Graziano sabe de lo que habla: su empresa está involucrada en la Mars Sample Return, una ambiciosa misión de la NASA en colaboración con la Agencia Espacial Europea (ESA) que pretende recoger las muestras recopiladas en Marte por el rover Perseverance y traerlas a la Tierra.
Sin embargo, del planteamiento inicial, en el que se contaba con otro rover armado con un brazo robótico cuyo sistema de visión estaba ideando GMV, se pasó a tan solo un aterrizador con otra extremidad articulada que también contaría con tecnología española. No obstante, en los últimos meses la incertidumbre se ha cernido sobre la misión después de que la NASA anunciara que se estaba replanteando el proyecto entero porque se habían disparado los costes y los retrasos. «Nosotros seguimos trabajando, pero no sabemos qué va a pasar. Y la nueva administración es una incógnita para todos».
Explotación 'in situ'
No obstante, existe otro tipo de explotación, llamada 'in situ', en la que los materiales se extraen para utilizarse en el propio espacio. «Si queremos asentamientos por ejemplo en la Luna o Marte, es necesario sacar recursos de allí. De hecho, hay muchos proyectos en torno a esta idea», explica Graziano. Así, no es casualidad que la gran mayoría de las nuevas misiones lunares tengan como objetivo los polos de nuestro satélite: allí se cree que hay agua en forma de hielo, lo que sería una ventaja de cara a futuras 'colonias' humanas, como planea el Programa Artemis.
Deudor del Apolo, estas nuevas misiones capitaneadas por la NASA pero con colaboración de otras agencias, incluida la ESA, la nipona JAXA o la canadiense CSA, tienen como objetivo crear bases lunares con la idea no solo de seguir investigando la Luna, sino también de utilizarla como un campo de pruebas y una parada intermedia antes de colonizar Marte, el siguiente gran objetivo a conquistar por la humanidad.
«La economía espacial tiene un problema: la gravedad»
Tampoco la idea ha pasado desapercibida para las compañías privadas. La startup Karman+, nombrada así en honor a la línea de Karman el límite a partir de los 100 kilómetros sobre nuestras cabezas en el que se ha estipulado el comienzo del espacio–, está en busca de asteroides de los que pueda extraer agua. Pero, ¿por qué ir tan lejos a por agua si ya tenemos en la Tierra? «La economía espacial tiene un problema: la gravedad», explican desde la compañía.
«La gravedad implica que lanzar cualquier cosa desde la Tierra al espacio requiere mucha energía, lo cual cuesta mucho dinero y causa un gran daño ambiental (...) Aquí en Karman+, vamos a extraer materia prima de asteroides para que puedas usarla allí mismo en el espacio». La idea es descomponer el agua en oxígeno e hidrógeno y que este último elemento sirva para crear combustible para las naves. Algo así como convertir los asteroides en gasolineras.
Su primera misión, prevista para 2026, tendrá como objetivo «demostrar las capacidades de minería y establecer una base para la ampliación de futuras misiones». Sin embargo, habrá que esperar a futuros viajes para ver cómo recuperarán el material para traerlo a casa.
¿De quién es el espacio?
En realidad la humanidad ya ha conseguido rescatar material del espacio. Además de los miles de meteoritos que caen a la Tierra, las misiones Apolo y las soviéticas Luna recolectaron muchos kilos de rocas lunares que aún hoy se conservan y estudian. Más recientemente, en los últimos cinco años, China ha conseguido en dos ocasiones traer nuevas muestras de nuestro satélite, incluidos los primeros restos de la misteriosa cara oculta. En cuanto a asteroides, la JAXA y la NASA han demostrado con éxito el concepto de minar rocas espaciales y devolver materiales a la Tierra mediante sus misiones Hayabusa2 y OSIRIS-REx, respectivamente.

En todos estos casos la motivación era científica. Pero, ¿qué ocurrirá cuando empresas privadas como AstroForge o Karman+, o países como EE.UU., China (que, de hecho, acaba de presentar un robot minero listo para trabajar en nuestro satélite) o cualquier otro quieran explotar los recursos espaciales? ¿A quién le pertenece la Luna? ¿Y este o aquel asteroide?
«El espacio no es de nadie», indica Efrén Díaz, responsable del área espacial del bufete Mas y Calvet. «La primera regla del espacio está en el Tratado de Espacio Exterior del año 1967, una norma antigua pero vigente y muy clara en sus conceptos: la 'no apropiación' se establece como uno de los principios fundamentales», prosigue el experto, quien participó recientemente en el Small Satellites & Services International Forum (SSSIF) celebrado en Málaga y que versó precisamente sobre 'Industrialización y sostenibilidad en el espacio', algo que toca de lleno el debate sobre a quién pertenece y qué se puede hacer (o no) más allá de las fronteras terrestres.
Pero los tiempos han cambiado mucho desde los años sesenta. «En aquel momento se planteó el universo como un todo y había un contexto que hoy día no se produce. En aquel contexto, en el que no habían pasado ni 20 años de las guerras mundiales, estaba presente la necesidad de un consenso. Incluso al principio de la carrera espacial había un entendimiento», dice Díaz. «Pero es algo que hoy en día no se da». De hecho, algunos países como EE.UU., Estados Unidos, Japón, Emiratos y Luxemburgo, todos firmantes del mencionado tratado, han creado sus propias normas al respecto. Además, los desacuerdos han quedado patentes en la firma de los Acuerdos Artemis, una iniciativa impulsada en el anterior mandato de Donald Trump para regular la actividad minera en la Luna y que no han sido ratificados por potencias espaciales como China o Rusia (aunque sí por otra veintena de países, incluida España).
El punto más conflictivo en esta norma (que no es vinculante pero sí necesaria para participar en el Programa Artemis de la NASA) es que, a pesar de que se estipula que «la extracción de recursos espaciales no constituye inherentemente una apropiación nacional», sí se establecen las llamadas «zonas de seguridad» en torno a las minas que, de facto, le otorgan una especie de soberanía sobre el lugar a quien lo explote. «El espíritu de la norma es que se aproveche en beneficio de todos, pero habrá que ver las aplicaciones finales», sentencia Díaz.
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A pesar de los dilemas tecnológicos, judiciales e incluso éticos, el sector de la minería industrial sigue siendo tentador para muchos. «El primer billonario que existirá será quien explote los recursos naturales de los asteroides», vaticinó el famoso astrofísico y divulgador Neil deGrasse Tyson. Sin embargo, y de momento, la nueva 'fiebre del oro' espacial sigue siendo una promesa.
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