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FOTOGRAFÍA

Los retratos de Pepe Castro: Gregorio Marañón

Los retratos de Pepe Castro: Gregorio Marañón PEPE CASTRO

POR MARÍA JOSÉ MUÑOZ

Gregorio Marañón y Bertrán de Lis. 68 años. Abogado, empresario y académico. Presidente de la Fundación El Greco 2014. Se asoma al objetivo del fotógrafo entre dos pilas de libros pertenecientes a la extraordinaria biblioteca que ha ido reuniendo con los años en su casa de Toledo, y que consta de 4.500 volúmenes solo de esta ciudad.

Uno de ellos es la primera edición de «Los Cigarrales de Toledo» (1621), de Tirso de Molina, del que solo existen dos ejemplares en el mundo. La obra cuenta las venturas y desventuras de los nobles toledanos del siglo XVII, que en verano se protegían del calor en los cigarrales, —casas de recreo situadas sobre altas colinas—, y gustaban de fiestas y banquetes que recreaban el ambiente de la Corte.

El hoy morador del Cigarral de Menores es el II Marqués de Marañón, pero su nobleza pertenece más al campo del saber y la cultura que a esa antigua clase privilegiada que ejercía un notorio poder político. No obstante, pese a no formar parte de esa clase (la de los políticos) hoy tan denostada, en las casas de la familia Marañón, en la de su famoso abuelo o la su padre, incluso en la suya propia, se han tejido algunas veces los hilos del fino tapiz de la historia que luego es invadido como elefante en cacharrería por la real política.

De exquisita educación, amplia formación y amabilidad superlativa, es un personaje influyente también en el campo financiero, siempre desde la sincera humildad del hombre comprometido con su sentido de la justicia y su fe religiosa.

Trabaja de forma activa en innumerables academias, consejos de administración o fundaciones de todo tipo, pero uno de sus mayores deleites es dejar pasar el tiempo, suavemente, como transcurrían las doradas tardes en el cigarral del abuelo, cuya mano en su hombro aún recuerda vívamente.

Tiene cinco hijos de su primer matrimonio, aunque también suyos considera a los otros tres que su segunda esposa, Pilar, trajo consigo cuando se casaron después del auténtico flechazo que constituyó su primer encuentro. Y tiene seis nietos, con los que mantiene una relación de abuelo cercano y hogareño. Entrañable fue el suyo, pese al aura que envolvía al célebre médico y humanista allá por donde pasaba, y algunas mañanas despertaba sobresaltado junto a su esposa cuando los nietos, en tropel, rompían la intimidad del sueño lanzándose sobre la cama donde descansaba el matrimonio.

El Cigarral de Menores fue el paraíso de su infancia, desde donde selló su pacto vital con la ciudad, en esos días en que el pequeño Gregorio se comía el bocadillo correteando entre los olivos en la escarpada colina con espectaculares vistas.

Algunos años antes, un amigo del abuelo, un tal Federico García Lorca, había dicho que le daban ganas de comerse la tierra de Toledo untada en pan cuando, entre las rocas, la divisaba «rojiza, a trechos grasa y como viva» desde lo alto. Aunque nunca le ha gustado acogerse a la sombra de su insigne antecesor, —«siempre he hecho lo contrario de ir de nieto de mi abuelo», subraya—, el espíritu del doctor Marañón le protege, pese a todo.

Y por la noche, descansando en su casa de Madrid, como en la canción de Antonio Vega cierra los ojos y se deja llevar por la imaginación al «sitio de su recreo», al que le gustaría regresar, a ese lugar mágico de los juegos y primeros sueños de adolescencia. A aquellos días que no volverán.

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