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El épico esplendor maya y colonial en uno de los países con más color de América

Un viaje por Guatemala en la que pasear por una ciudad del siglo XVI anclada en el tiempo, por el mercado más deslumbrante del continente o por sus templos mayas

Antigua conserva una imponente de iglesias, palacios, conventos y casas con fachadas de variados colores

Javier Jayme

Guatemala es país propicio para ser visitado por gente que desea vivir experiencias nada frecuentes. Por ejemplo, aprender que la historia del mundo tiene mil caminos y que uno de los más interesantes lo recorrió un pueblo, el maya, que dialogó con los cielos hasta crear uno de los calendarios más exactos de cuantos existen. O quizá participar en una celebración popular donde los huipiles de las mujeres exhiben más colores que el arcoíris y donde es imposible separar lo místico de lo festivo y el ritual indígena del cristiano. O también acercarse a la naturaleza y comprobar que, cuando ésta se desborda y exagera, el resultado se llama Guatemala.

He aquí cinco de sus destinos, cada cual de distinta índole al resto, poseedores de una fuerza inconmensurable para seducir a cualquiera:

1

La ciudad de Antigua Guatemala fue fundada por Pedro de Alvarado en 1543 con el nombre de Santiago de los Caballeros

La ciudad de Antigua Guatemala

El caso de Antigua no admite parangón. Constituye el paradigma más acendrado de los épicos esplendores del periodo virreinal. Una ciudad con duende. Emana de ella una vibración inescrutable, atemporal, que se siente en la piel y nos enamora el pensamiento y el alma. El ayer, como la vida, está a la vuelta de cada una de sus esquinas. Como si su pasado fuera a regurgitarse de pronto, dispuesto a redimirnos de irrefrenables nostalgias. Imposible, por otra parte, sustraernos al embrujo telúrico de su más soberbia atalaya, el volcán de Agua (3.766 metros), «ombligo guatemalteco, mirador de los dioses primeros. Su sonrisa la llamamos alba en Guatemala», escribe el ensayista y diplomático Luis Cardoza.

Fundada por Pedro de Alvarado en 1543 con el nombre de Santiago de los Caballeros, fue la primitiva capital del país, la cual, en sus tiempos de gloria, se ganó el título de 'Ciudad más bella de las Indias'. Por entonces era uno de los grandes núcleos urbanos de los españoles en América (llegó a contar con 60.000 habitantes), a la altura de México, Lima o Quito. Con una diferencia sustancial: que a partir del violento terremoto de 1773 quedó anclada en el tiempo, fue abandonada y permaneció dormida dos siglos. Así perdió su juventud, pero no su elegancia. Vuelta a poblar, su trazado urbano no se alteró. No hubo nuevas construcciones, ni cambios en las existentes. En las últimas cuatro décadas se han restaurado bastantes de sus viejos edificios. Permanece, como museo, el original de la que fuese tercera universidad de América, la de San Carlos de Borromeo, fundada en 1676.

En la actualidad, Antigua es una colección imponente de iglesias, palacios, conventos y casas con fachadas de variados colores, puertas de madera y hierro y rejas en las ventanas. A través de su monumentalidad exenta de añadidos modernos, muestra lo que fue una metrópoli barroca hispanoamericana del siglo XVIII, una reliquia arquitectónica única en todo el continente. En 1979, la Unesco la incluyó en su lista del Patrimonio Mundial.

2

En primer plano, el lago Atitlán; al fondo, el volcán San Pedro

El lago Atitlán

Aposentado a más de 1.500 metros de altitud, de él no dudó Aldous Huxley en afirmar que era el más hermoso del mundo. Y quizá no le faltase razón. Desde dondequiera que lo contemplemos su presencia se nos revela infaliblemente majestuosa, si bien los 125 kilómetros cuadrados de su sereno y bellísimo espejo acuático son inabarcables en un solo golpe de vista. De igual modo, el eslogan 'Guatemala, el país de la eterna primavera' debió nacer en sus orillas, porque sus 15º de latitud norte, unidos al efecto termorregulador de tan enorme superficie líquida, proporcionan a esta caldera volcánica un microclima de lo más agradable.

Tres son los conos, todavía activos, que, asomados a sus márgenes, le recuerdan su origen eruptivo: el San Pedro (3.020 m), el Tolimán (3.158 m) y el Atitlán (3.537 m). Durante el crepúsculo sus sombras se proyectan sobre los quince pueblos ribereños -bastantes con los nombres de los apóstoles-, donde la vida sigue un ritmo pausado en el que subsiste lo más profundo y acrisolado de la Guatemala indígena.

3

En Chichicastenango se celebra el mercado más colorido de toda Iberoamérica

Chichicastenango

Es la más importante de las actuales comunidades aborígenes de Guatemala. Fue aquí donde, en 1700, fray Francisco Ximénez encontró el Popol Vuh, el libro sagrado de los maya quichés, cuyas páginas relatan el principio del mundo. La visita a Chichicastenango es una experiencia caleidoscópica, a caballo entre la vida diaria, las costumbres ancestrales, el sincretismo religioso y cierto orgullo étnico que hunde sus raíces en el pasado.

Los jueves y los domingos, gentes de toda la región acuden a su mercado al aire libre, que goza justa fama de ser el más colorido de toda Iberoamérica. Se celebra alrededor de la iglesia de Santo Tomás, construida en 1540, la cual queda cercada por los tenderetes. El griterío de voces se distribuye por doquier entre paseantes y vendedores. A la par que éstos ofrecen sus productos -cerámica, bordados, alimentos y artesanías variadas- aquéllos queman incienso y rezan en las gradas del templo o se entregan a rituales pagano-cristianos en el interior del mismo. Aunque quizá el atractivo mayor resida en contemplar a las mujeres artesanas, que lucen los típicos huipiles y tocoyales -cintas trenzadas sobre el pelo-, mientras hilan, tejen y tiñen la lana.

4

Tikal fue fue la más grande de las metrópolis mayas del periodo clásico (200 al 900 d.C.)

Tikal

Lugar de las Voces, en lengua vernácula- se mantiene, hasta el presente, como el yacimiento arqueológico más extenso jamás excavado en América. Se trata de la que fue la más grande y conspicua de las metrópolis mayas del periodo clásico (200 al 900 d.C.). Comprende un área de 60 km², de los cuales sólo 16 han sido limpiados y excavados. En estos últimos existen casi 5.000 estructuras que van desde tumbas, estelas y altares hasta grandiosos edificios civiles y religiosos. Los más complejos son los llamados templos, seis en total. El de la Serpiente bicéfala, con 70 m de elevación, es la pirámide más alta de toda la América prehispánica. Desde sus estrecheces cimeras se contempla a vista de pájaro el inmenso, tupido y verde tapiz de la jungla del Petén.

Deambular por Tikal es abrir la puerta por donde un pasado insondable porfía por regresar y amontonar sus glorias al buen tuntún. En un lugar tan cargado de historia y de misterio, todo resulta un tanto especial. Entre los caobos, canelos y ceibas -las últimas representan el árbol nacional guatemalteco desde 1955- que prestan vida y color al recinto, los mayas levantaron las piedras y les insuflaron vida. Su trabajo de cantería está a la altura de las filigranas de la joya más exquisita. Estas extraordinarias ruinas dan fe de la grandeza del alma humana y continúan hoy maravillando al mundo.

El yacimiento de Tikal fue declarado por la Unesco en 1979 como el primer sitio Patrimonio de la Humanidad con la calificación de Bien Cultural y Natural.

5

Castillo de San Felipe, del siglo XVII

El castillo de San Felipe

Construido por los españoles a mediados del siglo XVII en la embocadura del río Dulce con el lago Izabal, sirvió de defensa contra las correrías de los piratas ingleses que infestaban el Caribe. Aparte de sus funciones militares, oficiaba como prisión y centro aduanero. En la actualidad es uno de los sitios turísticos más importantes de la zona y cuenta con servicio de guías. Alberga un museo con despojos castrenses hallados en el fondo del río y del lago. En sus exteriores y en lo alto de sus murallas exhibe 19 cañones -dos de puro bronce- conquistados en combate a los corsarios, cuyo alcance es de 300 m.

Declarado Monumento histórico Nacional, San Felipe forma parte de un corredor de castillos en las costas del Atlántico.

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