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El Parque del Perdón: el 'confesódromo' abarrotado de jóvenes de la JMJ de Lisboa

Cada día 16.000 personas se confiesan en las instalaciones portátiles en las que se escucha en más de 50 idiomas

De 31 años, con estudios universitarios y de misa dominical: así son los jóvenes que participan en la JMJ de Lisboa

Miles de jóvenes se confiensan en el parque del Perdón construido en Lisboa para la JMJ Reuters
José Ramón Navarro-Pareja

José Ramón Navarro-Pareja

Enviado especial a Lisboa

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Si hubiera que definir a qué suena una Jornada Mundial de la Juventud ruido, cánticos y risas pugnarían por los primeros puestos. Por eso sorprende llegar al Parque do Perdâo de Lisboa y comprobar cómo todos ellos se van apagando, aplacando, hasta casi hacerse imperceptibles. El Parque del Perdón, el 'confesódromo' como lo bautizaron los jóvenes en otras JMJ, es el lugar donde la multitud se individualiza, donde la masa se desgrana para hacerse uno.

En Lisboa son ciento cincuenta confesionarios abiertos, construidos en madera para la ocasión, que llenan un parque cercano a la zona Belem, junto al Tajo y el monumento de los Descubrimientos. Hasta allí han llegado este miércoles dieciséis mil jóvenes con la intención de practicar el sacramento menos común y que más les cuesta a las nuevas generaciones: la confesión.

O sin la intención. Como Inés, una joven estudiante de Medicina sevillana que llega en autobús hasta el lugar. «Ya estuve ayer -nos cuenta- y hoy repito. Ayer no pensaba confesarme, pero cuando llegué, me pareció tan superemotivo, cuando vi al santísimo expuesto, con todo el mundo muy recogido, al ver tantos confesionarios… todo». «Se me pusieron los pelos de punta y me dije: aquí me tengo que confesar. Y me encantó», confiesa.

Hoy llega junto, a otros jóvenes sevillanos de Equipos de Nuestra Señora, con la intención de visitar la Ciudad de la Alegría, una feria vocacional donde las diferentes congregaciones han montado estands donde cuentan su estilo de vida. «Vamos a hablar con las monjitas, con toda la gente», nos cuenta Inés. «Luego iremos a un concierto, después a una adoración de Effetá en el centro, a una charla con testimonios de Equipos y por la noche a un concierto de Hakuna», nos devela su apretada agenda.

Una joven comprueba como le quedaría el hábito en uno de los estands de la Ciudad de la Alegría Navarro Pareja

Las «monjitas» de las que habla Inés, son las protagonistas de la Feria vocacional. Unas practican una animada coreografía que replica un grupo multiracial enfrente de su estand. Otras ofrecen la posibilidad de verse vistiendo su hábito con la figura de una monja con la cara recortada para que cada uno ponga la suya. Otras, la mayoría, reparten folletos y estampitas de sus fundadoras. Lo que no falta en ningún rincón son los corros de jóvenes alrededor de un religiosa y religioso, que les cuenta como es su vida y responde a sus preguntas.

Entre ellas destacan algunas religiosas de Iesu Communio, el Instituto fundado por sor Verónica Berzosa en 2010 como escisión de las clarisas de Lerma. El hábito azul desgastado de tela vaquera, su evidente juventud (tan poco habitual entre las monjas) y la sonrisa perenne sirven de irresistible atractivo para los jóvenes, que parecen escucharlas sin sentido del tiempo.

Carlota es alta, y su largo pelo rubio, aunque recogido, lo lleva descubierto, signo de que todavía se encuentra en el tiempo del noviciado. Lo que no le impide dialogar durante más de media hora con unas jóvenes argentinas, que no paran de hacerle preguntas. El secreto de su éxito, y el de todas, nos lo da Myriam, también de Iesu Communio: «Lo que veo, bueno, y lo que vivo porque yo también soy joven aunque sea consagrada, es que aquí comprobamos que el anhelo de los jóvenes es Cristo». «Nos venden que buscamos la vida fuera, pero la sed que tienen los jóvenes emerge en estos eventos, aparece la verdad», añade.

Volviendo a la zona de las confesiones acompañamos a Carlos, de la parroquia de la Consolación de Córdoba. «Quiero confesarme, si no hay mucha cola», nos dice. Conforme vamos acercándonos a la entrada descubrimos los 150 confesionarios, perfectamente alineados en un descampado del parque, entre árboles. Construidos en contrachapado, con forma de casita, tienen dos asientos. En uno, los curas revestidos con la estela morada, esperan a los jóvenes, que son acompañados por los voluntarios en función de su idioma.

En efecto, en la zona de entrada, cinco carteles con las banderas de las lenguas más usadas, ejercen de improvisado triaje y cada joven escoge la fila que se corresponde, con el idioma en que quiere confesarse. Aunque hay cinco filas, las confesiones pueden ser en más de cincuenta lenguas. La de español, es la más larga. El temor de Carlos, que no quería esperar mucho tiempo. Aún así, decide quedarse y se pone a la espera.

Y es que el español es la lengua franca en la zona. A que la delegación española sea la más numerosa, con ochenta mil registrados, se suman otros tantos de todas las delegaciones iberoamericanas y el esfuerzo por hacerse entender los portugueses, mucho más duchos con nuestra lengua, que los españoles con la suya. La JMJ de Lisboa habla español.

Ya en la cola, Carlos cuenta que «hubo un periodo en que me separé de la Iglesia y sí veía la confesión como algo residual, antiguo, que no me servía para nada en el día a día». «Luego hice un retiro, con Effetá, que me hizo volver a la Iglesia y desde entonces intento confesarme más a menudo», nos explica. Para él, la confesión es como un diálogo. «Ante cualquier cosa que veo mal, por mínimo que sea, intento hablarla y buscarle un remedio», añade.

Dejamos a Carlos en la cola, que se nos antoja será por largo tiempo, y nos encontramos con Edson un joven sacerdote «valenciano», pero «de Venezuela», nos dice entre risas. Lleva dos horas condensado «pero se me ha hecho corto», cuenta. «¡Me encantó!», responde efusivo cuando le preguntamos por la experiencia. «Es la primera vez que participo en una celebración tan masiva del sacramento y lo que más me ha llamado la atención es que a pesar de los idiomas, los colores, la razas y todas las diferencias que nos podemos encontrar aquí, hablamos un mismo idioma, el lenguaje de la fe».

Imagen principal - Arriba, sor Carlota cuenta la vida en Iesu Communio a un grupo de jóvenes argentinas. Debajo, José, María, Inés y Reyes, de los Equipos de Nuestra Señora de Sevilla, acuden en autobús hasta la zona del 'confesódromo'. A la derecha, Edson, un joven sacerdote venezolano, después de dos horas de confesar
Imagen secundaria 1 - Arriba, sor Carlota cuenta la vida en Iesu Communio a un grupo de jóvenes argentinas. Debajo, José, María, Inés y Reyes, de los Equipos de Nuestra Señora de Sevilla, acuden en autobús hasta la zona del 'confesódromo'. A la derecha, Edson, un joven sacerdote venezolano, después de dos horas de confesar
Imagen secundaria 2 - Arriba, sor Carlota cuenta la vida en Iesu Communio a un grupo de jóvenes argentinas. Debajo, José, María, Inés y Reyes, de los Equipos de Nuestra Señora de Sevilla, acuden en autobús hasta la zona del 'confesódromo'. A la derecha, Edson, un joven sacerdote venezolano, después de dos horas de confesar
Los protagonistas de la jornada Arriba, sor Carlota cuenta la vida en Iesu Communio a un grupo de jóvenes argentinas. Debajo, José, María, Inés y Reyes, de los Equipos de Nuestra Señora de Sevilla, acuden en autobús hasta la zona del 'confesódromo'. A la derecha, Edson, un joven sacerdote venezolano, después de dos horas de confesar Navarro Pareja

Edson se queda en una sombra, quitándose la estola y el alba que ha usado durante la confesión, mientras los jóvenes esperan en la cola, al sol, su turno. El joven cura se ríe cuando le digo que parece que los jóvenes estén haciendo la penitencia antes de confesar sus pecados. Pero ahí siguen. Carlos, el joven cordobés, ya queda lejos, en la cola, cuando seguimos el camino y nos adentramos por el camino que lleva a los confesionarios, marcado por voluntarios para mantener la privacidad de cada una de las confesiones.

Quienes acaban, se dirigen a una gran carpa en una esquina del parque. Allí, una custodia sobre el altar, muestra al santísimo en permanente exposición. Ante él los jóvenes toman diversas posturas de recogimiento. Unos se sientan en los bancos provisionales, otros en el suelo. Muchos se arrodillan. Es el lugar que estremeció a Inés, que le animó a confesarse. Lo cierto es que asombra ver cómo, en medio del parque y al abierto, con la cercana feria de las vocaciones, el bullicio se amortigua, se dulcifica hasta emular el silencio. Es, verdaderamente, uno de los lugares más sorprendentes, por el contraste con una ciudad que destila juventud y bullicio.

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