Lucha y rezos para abrir la mina de Aznalcóllar
El alcalde, el comunista Juan José Fernández, y el cura, Ignacio del Rey, unen fuerzas para que el municipio vuelva a ser referencia económica en España con la apertura de la mina
A falta de los últimos trámites para la reapertura de la mina

Tan distintos, y tan iguales, con miradas que se dirigen al mismo lugar. La bravura de uno contrasta con la ternura del otro, mezcla sin parangón. Los dos caminan despacio, entendiéndose, marcados por los sueños rotos de su gente, la de Aznalcóllar, pueblo angustiado, territorio ... sin oxígeno que se ahoga contando días para la reapertura de su mina desde que la Junta diera el visto bueno al reinicio de la actividad, cerrada tras la rotura de la balsa en 1998. Demasiado tiempo. Y mucho dolor. Como un pueblo pesquero sin mar, como un pueblo agrícola sin tierras. Como unos padres sin hijos, Aznalcóllar es hoy el reflejo de su gente, hiriente, con el convencimiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor, y con la esperanza de que su referente, el comunista Juan José Fernández, como alcalde, y el apoyo entre otros de Ignacio del Rey Molina, como cura, le terminen dibujando un futuro mejor. Y así está ocurriendo: unidos por un objetivo común, ambos le han enseñado al pueblo que la lucha es sólo una, la misma, desde un Ayuntamiento con gobierno de Izquierda Unida, a la Iglesia, o viceversa.
«La última reunión que tuvimos con la Junta de Andalucía fue justo antes de las Navidades. Estuvimos los dos. Hablamos con el consejero de Política Industrial y Energía, Jorge Paradela. Fue en el Parlamento. Salió todo bien, ¿verdad?», dice el alcalde mientras mira al cura en pleno paseo por la Plaza de los Mineros. Ignacio del Rey, que apenas lleva un año y medio de pastorado en Aznalcóllar, le responde con complicidad: «Quién me iba a decir a mí hace unos años que iba a leer libros sobre minas. Yo no tenía ni idea de este asunto. Y claro, qué podía hacer. La necesidad del pueblo es la necesidad de la Iglesia. Lo que has hecho con tu lucha es un ejemplo para todos. Tu entrega, sin rendirte, tu fidelidad, es admirable», responde mientras Juan José Fernández mueve la cabeza de arriba a abajo con satisfacción y orgullo. El alcalde se suma a los elogios. «También quiero agradecerte toda la ayuda que nos has dado».
Cada uno a su manera, y con experiencias de vida muy distintas, también por edad puesto que el cura es 25 años menor que el alcalde, ambos, se entienden a la perfección. En el pueblo todos los saludan, sabedores de que el final del agobio y la incertidumbre está más cerca. El alcalde no puede evitar emocionarse: «Yo he dado la vida por la mina, y por mi pueblo. A mi hija, que tiene 17 años, no la he visto crecer. Menos mal que mi mujer es tan buena, y siempre me ha entendido. Hice lo que tenía que hacer. No me caso con nadie. Hicimos huelgas, me encerré en La Catedral en tres ocasiones, lo que fuera... Mi mujer se tuvo que ir a casa de sus padres porque el dinero no llegaba». El sentimiento se multiplica en los silencios. Lo explica bien el cura: «Es que este pueblo no se puede entender sin la mina. Es su identidad, su forma de ser. Yo antes de llegar al pueblo tampoco lo podía entender. Pero Aznalcóllar se muere sin su mina. Es su motor económico, pero también vital. Yo le rezo a Dios todos los días para que se abra la mina de nuevo».
El alcalde escucha, y sigue aprobando cada frase del párroco. Termina añadiendo un nuevo testimonio: «Hace ya muchos años yo decía una cosa, y ahora digo otra. Se lo explico. Teníamos carteles con esto que le estoy diciendo: 'el corazón de Aznalcóllar volverá a latir'. ¿Sabe lo que puedo decir ahora? '¡El corazón de Aznalcóllar ya está latiendo'», manifiesta alzando la voz. Ignacio del Rey lo comprende. «La Iglesia tiene que estar donde está la gente. Yo no puedo tener la cabeza del párroco, por ejemplo, de Los Remedios, de Nervión, o donde sea. Cada lugar tiene su realidad. Vivimos en la esperanza de la reapertura de la mina. Necesitamos que vuelva la ilusión, la alegría de los vecinos, que llevan esperando muchísimo tiempo».
El que mejor lo puede explicar, sin duda, es el alcalde, minero de toda la vida: «Empecé a trabajar siendo muy joven. Por la mañana iba al Instituto, y por la tarde, desde las dos, me iba a la mina. También en verano cuidaba cochinos. pero esa es otra historia», explica, para romper luego con otra frase lapidaria: «Siempre supe que íbamos a ganar». El alcalde mira el reloj, y coge el teléfono. Parece esperar la llamada del ok definitivo de la Junta. «Quedan algunos trámites. Eso nos han dicho». El cura le replica. «Sí, sí. Dicen que ya está casi. Pero con el casi no vale. Nos dicen que estamos a un paso. Bueno. Hay que esperar un poco más».
El alcalde saluda a un vecino, y el tema de conversación, como no puede ser de otra manera, gira en torno a la mina y los puestos de trabajo que puede crear. «Hay una fase inicial de unos tres años en la que se van a crear unos 2.000 puestos de trabajo directo; luego bajará algo, pero muy poco. La cifra estará luego en torno a los 1.200. La mina nos va a dar la vida de nuevo. Nos estamos preparando para lo que viene. Después de tantos años, y tanto dolor, nuestros vecinos no se van a tener que ir a trabajar a otros lugares. También los jóvenes van a poder crecer en su pueblo». Ignacio del Rey Molina insiste en la necesidad de reflotar el pueblo con la mina: «La gente debe estar orgullosa de su localidad. El pueblo de Aznalcóllar lleva mucho tiempo paralizado sin la mina»
Desde el ayuntamiento se trabaja en el nuevo PGOU: «Estamos en la fase provisional. Tenemos un plan de construcción de casi 400 viviendas de iniciativa privada. Queremos acondicionar Aznalcóllar para ser un referente económico», resalta el alcalde mientras se acerca al cura y parece susurrarle algo al oído. Se van. Juan José Fernández sonríe y se despide mientras invita a Ignacio del Rey a subirse a su coche. El corazón de Aznalcóllar ya está latiendo.
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