sucesos
La historia del guarda sevillano que volvió a nacer de la mano de dos guardias civiles
El pasado 20 de noviembre un vecino de Albaida del Aljarafe recibió un disparo accidental en el vientre; si no hubiera sido por la intervención de dos agentes de la Benemérita, habría muerto

El título de benemérita de la Guardia Civil adquiere todo su sentido con auxilios como el que se desencadenó el pasado 20 de noviembre en un coto de caza de Olivares. Un desgraciado accidente pudo costarle la vida a un guarda que recibió un ... disparo de escopeta a tres metros de distancia. La actuación de dos agentes del Instituto Armado fue providencial. Así lo atestiguaron los facultativos sanitarios que atendieron en un primer momento al herido. De no haber sido por ellos, «me habría muerto desangrado», relata la víctima.
Gustavo García, de 40 años, tiene cinco hermanos y desde hace unas pocas semanas, dos más que visten de uniforme. A ellos los esperaba este jueves en su casa de Albaida del Aljarafe. Los guardias Javier Galván y Manuel García van a visitarlo como un familiar más para comprobar cómo va recuperándose. «Qué alegría me has dado, hoy tienes mejor color de cara. Eso es muy buena señal». A este agente que le agarra con fuerza la mano al guarda convaleciente, le costó conciliar el sueño el pasado 20 de noviembre y eso que lleva 14 años en el Cuerpo y no era la primera vez que sacaba del umbral de la muerte a una persona. Pero aquella mancha roja...
Aquel día, sobre las 10.20 de la mañana, Gustavo estaba con una tirada de zorzales. Aún no había arrancado la cacería y su trabajo en ese momento era comprobar el cupo asignado a cada tirador. Había revisado la documentación de doce de ellos cuando ocurrió el accidente. «Uno de los cazadores estaba sentando con la escopeta entre las piernas. Cuando estaba apenas a tres metros de él, el hombre vio en el aire un zorzal y sin perder de vista la pieza, cogió el arma, metió el dedo en el gatillo y por error disparó«. El arma estaba apuntando al guarda. El cartucho le impactó en la zona del bajo vientre, muy cerca de la ingle. «A tan poca distancia, el daño fue como si me hubieran disparado con una pistola». El taco (la parte del cartucho que separa la pólvora del perdigón) se había quedado incrustado cerca de la pierna.

Los socios del coto avisaron a los servicios de emergencia mientras uno de los cazadores subía a la parte trasera de un vehículo pickup a Gustavo, que ya sangraba abundantemente por la parte inferior de la cintura. La zona del accidente estaba en mitad del campo con un carril de tierra como único acceso. «Decidieron llevarme hasta la carretera para ir ganando tiempo porque la ambulancia no podía entrar hasta allí». El guarda se mantuvo consciente en todo momento, sintiendo cómo las fuerzas le iban abandonando en mitad de un dolor cada vez más intenso.
A varios kilómetros de distancia, a la patrulla de Salteras le saltaba el siguiente aviso: «A un cazador le han pegado un tiro en la barriga». Ante un mensaje de esa naturaleza, los dos experimentados guardias civiles se esperaban cualquier escenario y apretaron los dientes. Llegaron antes que los servicios sanitarios. «Nos encontramos con Gustavo tumbado en la parte de atrás del vehículo y le vi de inmediato una inmensa mancha roja de sangre a la altura del abdomen. Le dije a mi compañero que cogiera el botiquín y unos guantes de plástico». Manuel García iba a poner en práctica la formación que por su cuenta había adquirido en primeros auxilios en combate. Un tipo de adiestramiento muy específico en situaciones críticas como la atención a heridos por arma de fuego.
Un litro de sangre perdida
«Introduje dos dedos en la herida para palpar dónde estaba la hemorragia. En seguida noté como una especie de chorro salía sin parar. Le fui metiendo vendas hasta consumir un rollo y medio y después presioné con fuerza para taponar«. Mientras Manuel le aplicaba unos primeros auxilios que le iban a devolver la vida al guarda; su compañero Javier Galván pedía la activación del helicóptero del 061.
El trabajo de estos dos agentes fue fundamental, como reconocieron después los médicos, porque la asistencia sanitaria no llegó de manera inmediata. «Las primeras indicaciones que le dieron a la ambulancia sobre dónde había ocurrido todo no fueron correctas y tardó unos tres cuartos de hora en llegar. Y el helicóptero de Sevilla estaba en Algeciras y tuvo que venir el de Córdoba«. Cuando una persona se está desangrando, cada segundo cuenta. El guardia Javier Galván no puede remediar emocionarse cuando recuerda aquellos momentos. Y eso que es todo un »caimán« -como se llaman a los agentes veteranos del Cuerpo- con casi 30 años de servicio. »Yo le cogía la mano para que sintiera la compañía de alguien y él no paraba de preguntar por sus hijos. Le veíamos la cara cada vez más blanca y los labios azulados. Nos temíamos lo peor«. Después supieron que el guarda había perdido casi un litro de sangre.
En la cabeza, al borde del desvanecimiento por la falta de sangre, las imágenes a las que se aferraba el guarda eran para sus pequeños de 3 y 5 años. Era la primera vez en sus dos décadas en la profesión que sufría un accidente tan grave. Ya ha pasado casi un mes de aquello y su hijo mayor todavía se asusta. «Y las pesadillas que aún nos despiertan a más de uno en esta casa«, dice Nereida, la esposa de Gustavo que se enteró que a su marido »le habían pegado un tiro« por teléfono. »Me volví loca«.
Cuando llegaron los sanitarios al coto, se hicieron cargo del guarda y lo estabilizaron hasta que fue evacuado en helicóptero al Virgen del Rocío. Nada más ingresar en Urgencias, fue intervenido. En mitad de la evacuación, uno de los sanitarios golpeó con sus nudillos una de las ventanillas del coche patrulla de los guardias civiles, que ya se disponían a regresar a Salteras porque les acababa de entrar un nuevo servicio. Manuel bajó el cristal: «Te lo voy a decir yo porque seguro que nadie te lo dirá, pero les habéis salvado la vida a ese hombre».
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