Atrevimientos de Cuaresma
Sin las cofradías, las iglesias estarían vacías
Las hermandades han mantenido la capa fértil del suelo cristiano cuando la erosión era más que evidente
Nacen estas letras -o al menos, esa es la intención con que ven la primera luz- con un ánimo provocador, desafiante, para dar que hablar. No, mejor, para dar que pensar. Otra cosa es que lo consigan, pero de eso va el título: de atreverse ... a poner escrito muchas de las ideas que a los cofrades -y a los que somos simples devotos- nos rondan la cabeza sin que nadie haya intentado pasarlas al papel. Por supuesto, el autor busca volcar en ellas algunas reflexiones, algunas ocurrencias y algunas perogrulladas. Pero se dará por pagado si a alguien alguna vez le da por discurrir a partir de ellas.
En el fondo, en el frontispicio de este ejercicio cuaresmal, casi a modo de principio y fundamento, está la invitación del Papa Francisco (cuya salud Dios guarde muchos años) a los jóvenes a hacer lío en cualquier ambiente eclesial en el que se encuentren. Desde luego. A ello vamos, a hacer lío, y ya puestos, que sea lío que merezca la pena, lío de enjundia, no lío de polémica de andar por casa a cuenta de un cartel, de un vestidor o de una marcha. Ni por supuesto lío a cuenta de protagonismos, envidias, celos, orgullos heridos y toda clase de pecados no tan veniales que el Maligno inocula en las juntas de gobierno.
El primer tema da para mucho. «Sin las cofradías, las iglesias estarían vacías», así como un pareado que todos damos por seguro. Y el autor, que peca de inconsciente y se tira de cabeza contra los muros de la incomprensión y el prejuicio, dice que no. Que de ninguna manera. ¿Datos? No los traigo encima, estoy chungo de papeles, como dijo aquel director general de la RTVA 'in illo tempore'.
Pero el miércoles de Ceniza, en la parroquia de la que soy feligrés canónico, no se cabía en la misa de ocho de la tarde. Y no había ninguna función principal, ninguna protestación masiva de fe ni ningún concierto de banda. Se imponía la ceniza del inicio de la Cuaresma. Uno recuerda sus años mozos, cuando aquello era un rito sobrepasado y nos hacíamos los modernos -y los curas, que tampoco se van a librar de estos atrevimientos, se las daban de progres- y desdeñábamos esos símbolos de la penitencia, la conversión y, en último término, la propia finitud de la vida terrena.
Pero eso ha pasado de moda a su vez. Y ahora, lo que se lleva es que un secretario de Estado norteamericano con mi mismo apellido salga a hablar con la frente signada con ceniza. Ahorro al lector los juicios morales porque el Evangelio de esa fecha es bien clarito al respecto. Pero sí que podemos observar que hay un 'revival' de lo religioso: una vuelta al rebaño como ovejas descarriadas que retornan a la casa del Padre. Si hablo tan descarnado es porque yo fui una de ellas.
Será una moda pasajera, como todas las modas, o será algo más perdurable en el tiempo, pero en Sevilla, en su archidiócesis, el problema ahora mismo es dónde alojar a las personas que quieren hacer retiros. Pasa como con la nómina de la carrera oficial, pero de esto no se escribe y parece que no existe. Todo lo contrario al minutado de las cofradías, del que sabemos pelos y señales. Pues no hay sitio para más.
No hay fin de semana disponible en Betania, entre Emaús, de hombres y de mujeres, Effetá de jóvenes y Bartimeo de adolescentes. Los de Cursillos tienen su propia casa, con listas de espera para entrar. Los seminarios de vida en el Espíritu menudean aquí y allá, casi vivaqueando. Los del Proyecto de Amor Conyugal andan ya por el antiguo seminario menor de Pilas y las comunidades de religiosos están descubriendo un filón poniendo sus antiguas curias o noviciados a disposición de los laicos. ¿Se puede decir que Sevilla vive una efervescencia espiritual? Ahí lo dejo.
Que la salida de un retiro de jóvenes convoque a medio millar de personas la tarde del domingo es algo que no conviene perder de vista. Ya digo: sin bandas, sin cirios alumbrando el templo a oscuras y sin izquierdo por delante.
Lejos del ánimo de este arbitrista menospreciar o despreciar a las hermandades de la archidiócesis. Ellas han mantenido la capa fértil del suelo cristiano cuando la erosión era más que evidente. Toda la Iglesia de Sevilla tiene que estar eternamente agradecida por ello, por servir de semillero de vocaciones y por ser la tierra abonada en que cayeron las semillas del Verbo.
Pero a lo mejor puede que estemos en otra fase (o que todo sea producto de la sugestión o la imaginación del autor) y las cofradías están quedándose rezagadas. Tiempo habrá de discutir esto en próximas entregas. Las parroquias ven cómo los retiros de impacto les llenan los bancos de las misas de diario en los meses duros del tiempo ordinario sin tener que recurrir a los cultos extraordinarios de las hermandades.
No, de verdad. Sin las cofradías, las iglesias de Sevilla (no todas, por supuesto, pero sí muchas) no se quedarían vacías. Pudo ser cierto -y de hecho lo fue- treinta o cuarenta años atrás, cuando el terremoto del Vaticano II sacudió las estructuras eclesiales y laicales y las propias cofradías se ataron al palo del legado vivificador para sortear los escollos de Escila (hacer tabla rasa) y Caribdis (fosilizarse). Lo consiguieron, bendito sea Dios. Pero ahora tienen alrededor otro ecosistema religioso en el que, para sobrevivir, tendrán que adaptarse, como siempre han hecho por otro lado. De eso podríamos hablar en un próximo atrevimiento de esta Cuaresma rezagada.
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