arte
El álbum iluminado del Sorolla que atrapó las luces de Sevilla
El artista, del que se conmemora un siglo de su muerte, visitó la ciudad en varias ocasiones para pintar escenas del campo y los jardines del Alcázar
Sorolla, luminoso retrato de España en un paisaje

Intentó atrapar las luces rotundas de Sevilla, vio la Giralda como encendida y quedó deslumbrado por «el color soberbio de las gentes al sol destacando sobre paredes azules y blancas». Joaquín Sorolla (1863-1923), el pintor de albuferas, playas, ropas soleadas, espuma y arenas ... mojadas, fue un visitante asiduo de Sevilla y sobre la ciudad compuso un sorprendente álbum de iluminaciones. Sólo hubo algo que se le escapó: la huidiza hora del atardecer.
Este año se cumple el centenario de su muerte y el artista valenciano protagonizará varias exposiciones y publicaciones. Uno de los episodios más interesantes fue la relación que el artista mantuvo con una de las ciudades de la luz. Sorolla residió en numerosas ocasiones en Sevilla para pintar a los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, los jardines del Alcázar, escenas de la Semana Santa, el ambiente de los cafés cantantes o paisajes del campo. Pero sobre todo intentó desentrañar el secreto de la luz.
A pesar de su fascinación con la ciudad y, sobre todo, con el hechizo de sus luces cambiantes, el pintor mantuvo una curiosa relación de amor y odio con Sevilla. «Ya está vista Sevilla, la famosa y cacareada Sevilla, no es para tanto… La fama de gracia y belleza sevillana es otra lata convencional…», cuenta en una carta a su esposa Clotilde en su primer viaje en 1902.

En esta primera llegada sufre cierto desengaño, quizás porque Sevilla es a comienzos del siglo XX una ciudad que había sido ya archinarrada por los forasteros y sufría el peso de su leyenda, convertida en una falsa postal de tópicos y clichés. Sin embargo, poco a poco esa impresión comenzará a cambiar cuando el artista descubra el artificio de la luz: los colores que huían de las cosas, las luces esquivas, el sol con horas que hieren y una asombrosa paleta de sombras.
Epistolario
Hay un libro que descubre esta curiosa relación entre el pintor y la ciudad de las luces: 'Sorolla y Sevilla', del investigador Juan Carlos Montes Martín, publicado en 2015 dentro de la colección Arte Hispalense de la Diputación de Sevilla. Esta obra se convierte en un viaje en el tiempo que permite escuchar la voz del pintor gracias al rescate de las cartas en las que relataba a su esposa Clotilde los pormenores de sus estancias sevillanas.
Están las cartas emocionadas en las que confiesa sus problemas con los modelos de los cuadros pero también el hechizo de las luces del Sur. En una de las cartas describe a Clotilde un momento mágico sucedido al atardecer: «Ayer cuando ya puesto el sol, quedaba la luz crepuscular iluminando la Giralda, descubrimos que tiene la torre muchos ladrillos dorados pues parecía que estaba encendida. La tranquilidad de la hora, el ambiente cálido asalmonado de la atmósfera». Sorolla quiere pintar «esa preciosa hora», pero es tan rápida que no logra atraparla en sus lienzos.

La primera visita se produjo en 1902, pero luego se sucedieron otras estancias en 1908 para pintar a la reina Victoria Eugenia y en 1910 para inmortalizar al rey Alfonso XIII. En 1914 permanecería en la ciudad centrado en el encargo que recibió de la Hispanic Society de Nueva York para representar en una paleta impresionante de matices la imagen de España. En el caso de los lienzos dedicados a Andalucía, Sorolla sólo incluyó escenas sevillanas, salvo el cuadro 'Ayamonte. La pesca del atún'. Este proyecto le obsesionó hasta el punto de cuestionar si sería posible plasmar en un lienzo la psicología de cada región. «¿Cómo se puede pintar toda Castilla en sólo catorce metros? ¿Galicia en tres metros?», aseguró.
En febrero de 1908 llegó a la ciudad con el encargo de pintar un retrato a la reina Victoria Eugenia que colgaría de una exposición individual que tenía prevista en Londres. El año anterior había pintado a la monarca en La Granja posando vestida de mantilla, pero sufrió ciertas censuras por parte de la corte británica ante la pintoresca imagen de la reina. Así que viaja a Sevilla donde Victoria Eugenia pasa una temporada en los Reales Alcázares para pintar 'Retrato de la reina doña Victoria Eugenia de Battenberg con manto de armiño'.
En una carta a su esposa cuenta una anécdota sucedida sobre las particularidades del pecho de la reina: «No estoy contento pues no me dejan pintar ciertas cosas, por ejemplo, como buena alemana tiene, como los Rubens, el pecho muy alto, y eso tenía su gracia; ella hoy me dice que es feo y que debido a su estado se ve así, pero que no lo tiene tan alto, así que tengo que quitar todo el trozo hermosamente modelado para dejar una tabla lisa».
Siempre se alojaba en el Hotel París. En otro de sus viajes instaló su taller en el convento de San Clemente
Otro malestar que transmite Sorolla es el largo tiempo que permanece sin pintar el retrato real. En esas horas perdidas se distrae realizando pinturas 'alla prima' de los jardines del Alcázar. El artista creará una sorprendente galería donde aparecen las albercas, las fuentes, los patios o los jardines de Carlos V. En esa época Sorolla estaba construyendo su casa de Madrid —el actual Museo Sorolla— donde reproducirá el jardincillo del Grutesco. También se llevará de Sevilla cerámicas, macetas y jarrones comprados en la ciudad para decorar su residencia madrileña. Otro detalle de los Reales Alcázares serán las flores cortadas en los jardines que guardará en las cartas que envía a Clotilde.
Uno de los cuadros sevillanos más conocidos de Sorolla es 'Sevilla. Los nazarenos'. El pintor siempre que venía se instalaba en el Hotel París de la plaza de la Magdalena. En las primeras ocasiones había pintado en los Reales Alcázares, pero este lienzo de gran tamaño le obligará a instalar su taller en el convento de San Clemente.
En el epistolario que mantiene con su esposa desvela algunas de las anécdotas vividas durante la gestación de esta obra como la dificultad en la búsqueda de modelos a los que acusaba de falta de formalidad e impuntualidad. Sorolla confesó lo complicado que fue encontrar al penitente que aparecía en primer plano en el cuadro. Cuando finalmente consigue encontrarlo se da cuenta de un detalle que no había tenido en cuenta: «Ayer vino el hombre, se puso el traje y cuando me disponía a trabajar me entero que estos llevan la cabeza tapada, ¡imagínate la plancha y el tiempo perdido, gastado, para buscar una cabeza joven que tuviera interés!».
El campo andaluz
Dentro de la serie que realiza para la Hispanic Society destacan también las escenas del campo andaluz. En el otoño de 1914 se dedica a pintar a 'plein air' con pinceladas sueltas hijas del impresionismo. Elige un lugar privilegiado para realizar los apuntes de toros y mansos del cuadro 'Andalucía. El encierro' en la finca Las Delicias de la ganadería de los Miura. Mientras que para los estudios de piteras, garrochistas y campos de olivos se recrea en Tabladilla. En alguna ocasión que se encuentra con un día nublado que le impide pintar se lamenta: «Sevilla sin sol es un pájaro mojado».
Sobre el lienzo 'El encierro' comentará a su esposa su satisfacción en una carta asegurando que «será el mejor cuadro que quizás habré hecho». Desde luego, se trata de un lienzo con intrahistoria porque Sorolla sufrió algunos percances con los toros, pero el resultado es espectacular. El pintor consigue captar el instante de una prodigiosa escena de campo de cielos luminosos. Todo el secreto de las luces del sur.
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