Isi, el «mena» guineano que llegó en patera y se hizo sanitario: «España no es racista; en Sevilla conocí a mi segunda madre»
Trabaja en el Hospital San Juan de Dios de Sevilla y juega de delantero en un equipo local: «Ojalá haga carrera como futbolista, pero en todo caso estudiaré Enfermería o Fisioterapia para poder seguir ayudando a los demás como me han ayudado a mí»
Isi: «Soy musulmán pero comparto los valores de aquí por encima de cualquier religión»

A Issiaga Bangoura todos le llaman «Isi» en el Hospital San Juan de Dios de Sevilla, donde trabaja desde hace 28 meses como técnico de cuidados auxiliares de enfermería (TCAE). Ahora tiene 24 años, un contrato indefinido y el reconocimiento de jefes, compañeros y pacientes (« ... es un gran trabajador, tiene muchos valores humanos y su entrega a los demás es absoluta», dice Angela López Tarrida, médico de Urgencias), pero para él nada fue fácil y menos llegar hasta aquí. El viaje de Isi comenzó en Conakry hace diez años cuando decidió abandonar a su familia (tiene seis hermanos, tres niños y tres niñas, de los que él era el mayor) buscando un futuro que se le negaba en la capital de República de Guinea, un país africano riquísimo en minerales que tiene a más del 60 por ciento de sus habitantes por debajo del umbral de la pobreza. Esta antigua colonia francesa fue uno de los países asolados por la epidemia de ébola de 201, que causó la muerte de miles de sus habitantes. «No tenía ningún futuro en mi país ni posibilidades de estudiar ni de formarme. Me fui sin despedirme porque sabía que mi madre no me hubiera dejado marchar», cuenta en un estupendo español con acento francés, idioma oficial en su país natal. El día que salió de su casa sin poder decir adiós no imaginaba que tardaría más de cuatro años en volver a ver a sus padres.
Isi tardó veinticuatro meses en llegar a Marruecos cruzando Mali y Argelia, entre otros países. Durante ese largo periplo de varios miles de kilómetros hizo algunos amigos y sobrevivió trabajando de albañil y de montador en varias empresas y en una fábrica de azulejos. «Con el dinero que gané en todos esos trabajos pude pagarme la patera para cruzar el Mediterráneo y llegar a Europa, que era mi objetivo«. Esa plaza en una patera le costó 1.500 euros y varios meses de dudas porque tuvo que vencer su miedo al mar. «Creía que nunca superaría ese miedo, pero la cosa se complicó en Rabat, porque una banda de narcotraficantes captó a uno de mis compañeros de piso. No quería entrar en ese tipo de cosas y eso me dio la fuerza para subirme a la patera».
Ese viaje por el Mediterráneo duró 26 horas y estuvo a punto de costarle la vida. «El mar estaba muy picado y nos quedamos prácticamente sin gasolina. Si no nos hubiera rescatado Salvamento Marítimo de España, los 28 de la patera estaríamos ahora en el fondo del mar. Todos volvimos a nacer«, cuenta.
Llegaron al puerto de Almería sanos y salvos y allí empezó su nueva vida con sólo 16 años. Cualquier imagen de las que sale habitualmente en los telediarios del puerto de la isla del Hierro refleja con bastante fidelidad lo que se encontró Isi cuando desembarcó en la costa almeriense: la Guardia Civil, la Cruz Roja, las mantas rojas, los sanitarios, las botellas de agua que sacian la sed de unos náufragos exhaustos. En Almería no dijo que era guineano sino marfileño porque su país acababa de firmar un convenio con España para repatriar a sus ciudadanos. «Me hubieran devuelto y tener que volver a mi país, después de todo lo que me había costado llegar a Europa, era lo peor que me podía pasar».
De camino a Francia
Su idea inicial no era quedarse en España, sino seguir hasta Francia, cuyo idioma conocía, pero varias circunstancias y la inesperada acogida -por buena- que tuvo aquí le hicieron cambiar de planes y aprender español de forma acelerada. «Primero estuve en un centro de Tarifa y luego me trasladaron a otro de La Rinconada, ya en Sevilla. Aquí la gente fue muy simpática conmigo y empecé a hacer amigos, hasta pude enrolarme en un equipo de fútbol, una de mis grandes pasiones desde que era pequeño en mi país».
En el centro del SAMU de Montequinto, a donde llegó casi con 18 años, lo ayudaron con el idioma y acabó la ESA. También pudo empezar a trabajar como mediador intercultural y a acompañar a algunos pacientes de la clínica y a aprender un oficio en la cocina. Y entre fogones conoció a Marta, cocinera del centro, que ahora tiene 53 años, y es madre de dos hijas, Marta y Paula, con edades parecidas a las de Isi. «Me cayó genial nada más verla y creo que yo también a ella», dice sonriente. A los pocos meses, le invitó a dejar el centro los fines de semana para pasarlos con ella y su familia en la localidad sevillana de Castilblanco, donde tienen su hogar. Y ahora lo ha adoptado con todas las de la ley. «Marta es ahora mi segunda madre y todos ellos me han tratado como uno más de su familia, sin ninguna distinción. Puedo decir que tengo dos familias, mi familia biológica guineana y mi familia adoptiva española», cuenta orgulloso.
Su tercera familia son sus compañeros y pacientes del Hospital de San Juan de Dios de Sevilla, donde lleva trabajando desde noviembre de 2022. No hay más que darse una vuelta por este centro sanitario y preguntar por él para darse cuenta del aprecio y admiración que ha despertado allí, donde no sólo desarrolla su actividad laboral como TCAE (que estudió en Bellavista), sino un incomparable acompañamiento emocional con enfermos y mayores, como el hermano Francisco, enfermero jubilado de San Juan de Dios: «Es un chico extraordinario. Todos le queremos».
A pesar de su juventud, su extraordinaria experiencia vital desde que con 14 años dejó su hogar en Konacry y cruzar medio continente africano y el mar Mediterráneo, le he proporcionado una madurez muy difícil de alcanzar para cualquier chico de su edad. «He tenido disciplina y me he formado aprovechando las oportunidades que me han dado, que es lo que creo que deberían hacer todos los inmigrantes que vienen a Europa. Hay que formarse y trabajar, aportar a la sociedad para poder recibir -dice con una sonrisa contagiosa-. Estoy encantado de poder ayudar, especialmente a las personas mayores y vulnerables, porque a mí también me han ayudado mucho en España. He comprobado que muchas veces una buena palabra sienta mejor que cualquier pastilla, especialmente en personas que pueden sentirse solas».
-¿Qué se puede hacer para evitar que más chicos como tú se lancen al mar en una patera y se jueguen la vida? Y la pierdan...
-La emigración puede ser buena o mala. Hay inmigrantes que se meten en cosas malas, drogas, etcétera, y también hay gente que se aprovecha de ellos para esas cosas o la prostitución. Yo salí de mi país por la situación económica y llegué en patera porque a los guineanos no nos facilitan visados para poner venir legalmente a España. Nadie quiere lanzarse al mar, mucha gente muere, pero en Internet se ve cómo se vive en Francia o España, y tampoco nadie quiere morirse de hambre. Si el mundo se uniera para ayudar a los países más necesitados y hubiera más igualdad, entonces nadie se subiría a una patera.
Isi no tardó mucho en darse cuenta de que lo que se ve en Internet desde Ghana, Guinea, Mali o Costa de Marfil, no refleja completamente la realidad de la vida europea y menos aún para los que como él entran en el continente de forma no reglada. «Es mucho más duro de lo que uno cree, pero sé que muchos compañeros lo han pasado mucho peor que yo y me siento, por tanto, afortunado», dice sin querer contar los peores momentos de estos últimos diez años. Tardó más de cuatro en volver a ver a sus padres y hermanos tras ese largo viaje que inició con 14, cuando un niño español cursa segundo de la ESO. Todos ellos fueron a recibirle al aeropuerto. «Fue muy emocionante y casi no pudimos dormir esa primera noche porque no dejaban de hacerme preguntas sobre todo, mi estancia en España y mi trabajo en el hospital. Estuve hablando durante muchas horas seguidas», ríe.
Isi mantiene una excelente condición física y adora el fútbol, que se le da muy bien. Empezó con los juveniles de La Rinconada y ha estado en otros equipos de Primera, Segunda y Tercera Andaluza como San Pablo-Pino Montano, Montequinto y Cantarrana, en La Puebla del Río. «Muchos compatriotas tienen problemas para jugar porque sin papeles no te pueden hacer la ficha, pero yo finalmente pude recuperar mi pasaporte».
Su ídolo es el brasileño Ronaldo Nazario, delantero centro como él.
-Dice Vinícius, otro futbolista brasileño, que España es un país racista. ¿Cúal es tu opinión?
-España no es un país racista. Pero es cierto que aquí, como en todas partes, hay personas racistas. También las hay en mi país, Guinea Konacry, donde se sufre etnocentrismo. Yo sólo lo he sufrido una vez en España, fue en un partido de fútbol que jugué en Huelva. Esa persona de la grada hizo algunos gritos racistas contra mí, pero las que le rodeaban se pusieron en su contra y lo callaron.
Isi ha sido padre hace dos meses. Su hija, española, se llama Mbemba, un nombre que no aparece ni en el Corán (él es musulmán) ni en la Biblia. «Lo pasamos mal algunas noches pero es un cansancio feliz. Es una niña preciosa. Me siento feliz y muy integrado y estoy muy agradecido a la Orden de San Juan de Dios por todo el apoyo que me vienen dando desde el principio».
Aunque su gran ilusión es poder hacer carrera en el fútbol, Isi no le puede dedicar todo el tiempo que le gustaría por su trabajo en el hospital. Y la competencia sobre el césped es enorme y global. «La mayoría se dedican exclusivamente a tratar de mejorar como futbolistas, pero yo lo seguiré intentando en el tiempo libre que me queda. De todas maneras, tengo claro que seguiré formándome en el campo sanitario y estudiaré Enfermería o Fisioterapia. Quiero seguir ayudando a los demás como me han ayudado a mí».
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