Tony Leblanc, el pícaro español que nació en el Museo del Prado
El actor, galán de la comedia castiza, cumpliría cien años este sábado
El actor Tony Leblanc
Quien diga que el artista nace y no se hace no conocía la vida de cuento de Tony Leblanc , director, guionista, humorista, actor y compositor de más de 300 canciones a pesar de no saber nada de música y, sobre todo, un hombre ... destinado a ser quien terminó siendo desde la cuna.
No podía ser de otro modo llegando al mundo como lo hizo, con otro nombre, Ignacio Fernández Sánchez , pero rodeado de grandes cuadros. Tony Leblanc nació en el Museo del Prado , en la sala de tapices de Goya, hace hoy justo 100 años. Hace algo menos presumía de la gesta en una entrevista con Julio Bravo en este periódico , donde aseguraba ser «la única persona en el mundo que ha nacido en un museo».
La casualidad quiso que apareciera en el momento oportuno . Su padre era bedel de la pinacoteca y su madre había ido de visita. O eso dice la leyenda, difundida por él mismo. En sus pasillos se curtió como botones y ascensorista y, antes de convertirse en el galán de la comedia castiza , jugó a imaginar, a través de los lienzos, esa vida de repuesto que dice José Luis Garci que es el cine. Luego, por cambiar de aires, se pasó a los deportes. Fue portero de fútbol y también un buen púgil, el Tigre de Chamartín , y aprendió sobre el cuadrilátero que las victorias no siempre lo son por KO sino a los puntos, gancho a gancho, pasito a pasito. De ahí que cultivara su reputación sin descanso, a veces sin dormir y con más de una función al día, esculpiendo en las tablas al gran pícaro español del siglo XX que terminaría siendo en sus películas.
Tony Leblanc y Concha Velasco en 'Los tramposos', de Pedro Lazaga
Paradoja de sí mismo, demostró que no hace siempre falta empezar por el principio. Debutó en el cine con 'Los últimos de Filipinas', a las órdenes de Antonio Román, solo para convencerse de que para dramas ya estaban la historia y la vida y que él prefería hacer reír, que también era una cosa muy seria.
Lo hizo a partir de entonces, sobre todo en la segunda mitad de la década de los cincuenta y durante los sesenta, en esas comedias bizarras, facilonas, de la época; un cine popular, sin ambages, que abarcaba desde 'Los tramposos' (1959), de Pedro Lazaga, a 'Tres de la Cruz Roja' (1961), de Fernando Palacios. «Yo inventé el galán cómico, y convencí de que podía enamorar a una chica siendo un golfo» , contó en ABC con motivo de la medalla de Oro que le concedió Madrid al madrileño «más astuto y chispero» de todos hace 22 años.
Películas sin sexo
También recordó lo difícil que era hacer esas películas inocentes y castas, sin picardías, sexo o política, en las que el mayor atrevimiento era un roce de labios con Carmen Sevilla, con quien coincidió en 'La revoltosa' . O ver menear la hucha a Concha Velasco, con su vestido rojo de lunares, su gran pareja artística en películas como 'Las chicas de la Cruz Roja' (1958), El día de los enamorados' (1959), 'Los tramposos' (1959), 'Vida sin risas' (1960), 'Amor bajo cero' (1960) o 'Mi noche de bodas' (1961).
Su otro gran aliado en el cine fue Pedro Lazaga , con quien coincidió en ocho ocasiones y a cuyas órdenes se puso en su despedida del cine, en 1975, con ' Tres suecas para tres Rodríguez' .
Leblanc en 'Cuéntame cómo pasó'
Como todo artista polifacético, inquieto por naturaleza, alternó las pantallas con el teatro. No descuidó nunca la televisión, primero con especiales de humor a mitad de siglo y luego con programas en TVE como 'La Goleta o 'Gran parada'. Pero su papel más popular fue en la serie 'Cuéntame cómo pasó', donde dio vida al entrañable quiosquero Cervan.
Casi una década después de su 'retirada', Tony Leblanc sufrió un accidente de coche que le incapacitó durante años y le obligó a rechazar un prometedor regreso a las órdenes de Luis García Berlanga o Antonio Mercero. El cine no se olvidó de él a pesar de la excedencia forzosa y pagó su deuda con el genio de la comedia popular con su primer 'cabezón', el Goya de Honor, que recibió en 1993.
Su gracia quizás era de otra época, pero su talento era universal y, por tanto, inmune al paso del tiempo. Lo demostró con un regreso inesperado en 'Torrente, el brazo tonto de la ley', la primera película como director de Santiago Segura, artífice de otra nueva comedia, también cómplice con el espectador, que le valió a Leblanc el segundo Goya de su carrera. Y a Segura, fiel como en sus inicios, volvió a acompañarle Tony Leblanc en todas las correrías de su policía políticamente incorrecto, exponente del humor grueso que, por cómo se encajaban los golpes, el Tigre de Chamartín no pudo librar en sus comienzos.
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