Lo que muere con los Coen, los últimos guardianes del cine clásico

En el cine hay toda una clase media que está desapareciendo, una clase media que los Coen encarnan como pocos

Joel Coen (izquierda) y Ethan Coen (derecha), en una imagen de archivo ABC

Miguel Á. Delgado

Aunque, técnicamente, no exista el divorcio entre hermanos, la noticia de que Ethan se baja , ya veremos si momentáneamente, de la marca creativa que desde los ochenta han firmado los hermanos Coen, ha sacudido a la comunidad cinéfila. Sobre todo porque, más allá de ... las especulaciones morbosas, también puede interpretarse como un indicio más de que toda una era del negocio cinematográfico está desapareciendo ante nuestros ojos.

Porque, no lo olvidemos, los hermanos aparecieron en el radar en los ochenta, esa década mágica en la que la primera generación criada audiovisualmente por la televisión tomó el poder y protagonizó su propia revolución. 'Sangre fácil' (1984), su debut, financiado gracias a lo que hoy llamaríamos 'crowdfunding', ya marcaba lo que serían las constantes de gran parte de su obra (aparte de la presencia de Frances McDormand , la entonces flamante esposa de Ethan, claro): inspiración en el cine clásico (en este caso, del 'noir'), con una adecuada dosis de humor y desmitificación, e incluso unos contundentes guiños al gore. Un bautizo nada extraño, sobre todo si tenemos en cuenta que en sus primeros pasos tuvo mucho que ver una figura como Sam Raimi: Joel había participado en el rodaje de la película de este, 'Posesión infernal' (1981), y los tres firmaron los guiones de 'Ola de crímenes... ola de risas' (Raimi, 1985) y de 'El gran salto' (de los Coen, 1994).

Sin embargo, a la primera ocasión que tuvieron, los hermanos (aunque su autoría siempre se consideró un caso de libro de bicefalia, Ethan se encargaba de la producción y Joel de la dirección, al parecer porque era el que tenía más facilidad de trato con los actores) demostraron que lo suyo no iba a ser una nueva muestra de un desinhibido cine con espíritu de serie 'B'. No, en realidad, como el tiempo ha demostrado, los Coen se convirtieron en los últimos guardianes del legado del cine clásico, por mucho que lo disfrazaran de revisionismo.

El primer aldabonazo fue, en 1990, 'Muerte entre las flores' (absurda traducción del título original, porque no había una sola flor en toda la cinta, y sin embargo mucho mejor que el soso 'Miller's Crossing'), un homenaje no ya al cine negro, sino a la literatura de la que esta bebía. Y luego, la faceta más pensada para la crítica, 'Barton Fink' (1991), en cuyo relato del bloqueo de un guionista del Hollywood clásico atrapado por las exigencias de la industria era imposible no ver un espejo de cómo se sentían ellos mismos. Esta película, por cierto, les mereció la Palma de Oro en Cannes; definitivamente, pasaron a compartir, con Woody Allen y Clint Eastwood , la condición de lo más parecido a un cineasta europeo que era posible encontrar en Hollywood. Años después intentarían repetir la jugada en '¡Ave, César!' (2016), aunque con resultados más flojos.

Sobriedad y frescura

A partir de ahí, no hicieron más que crecer. Aunque la pulsión desmitificadora y burlona nunca se fue (ahí está 'El gran Lebowski', de 1998, que la miope crítica del momento consideró como algo fallido que nadie recordaría), ese retorno a lo clásico siguió presente. Y quizá ningún título lo demostró más que 'Crueldad intolerable' (2003), su primer guion de encargo, y que fue un taquillazo gracias a la presencia de dos superestrellas como George Clooney y Catherine Zeta-Jones , desdeñada por «comercial». Sin embargo, uno no puede evitar pensar que los Coen mostraban más su verdadera naturaleza en sus guiones para otros, donde al estar camuflados podían ser clásicos sin problema. Ahí están los ejemplos de 'Invencible' (2014), para Angelina Jolie , o de 'El puente de los espías' (2015), de Spielberg y que, de tan clásica que es, es casi experimental para lo que se estila en nuestros días.

Quizá, por eso, sigue siendo 'Fargo' (1996) la cinta en la que alcanzaron la mayor perfección entre la sobriedad y la frescura. Un tono que luego buscaron en otras películas de su carrera, como 'No es país para viejos' (2007), la consagración definitiva en forma de varias estatuillas de la Academia y éxito de taquilla, pero que nunca voló más alto que esa historia sobre el absurdo al que puede llevar lo más rastrero de la condición humana, y que bajo su contención ocultaba unas bombas de relojería que te dejaban estremecido en la butaca en cuanto aparecían los títulos de crédito con la maravillosa música de Carter Burwell , otro de los responsables de que reconozcamos la 'marca Coen' en una película (no es extraño que haya sido el propio Burwell el que haya hecho saltar la noticia de su divorcio creativo).

'Fargo' contiene tantas posibilidades, que incluso la revisitación que ha firmado Noah Hawley en su serie televisiva del mismo título, que en sus cuatro temporadas hasta ahora nos ha ofrecido un viaje único de hacia dónde puede llevarnos el abordar el remake de un remake de un remake, en un prodigioso ejemplo de metacine, no hace más que engrandecer la fuente de la que bebe.

No es casual, tampoco, que la primera incursión de los Coen en el nuevo ecosistema creado por las plataformas retornara al wéstern. Porque sus aportaciones al género (ahí está el remake de 'Valor de ley' que firmaron en 2010) no pueden ser más canónicas. De hecho, 'La balada de Buster Scruggs' (2018), filmada para la todopoderosa Netflix, vuelve de hecho a las historias narradas al calor de la lumbre, y son esos momentos de raíz más clásica los que perduran frente a los ocasionales arrebatos creativos que parece que los hermanos incluyen más porque es lo que se espera de ellos, que por verdadero convencimiento. Y no deja de ser sintomático que sea la primera producción en la que abandonan el celuloide para trabajar directamente en digital, porque se trata de una obra que pide a gritos una superpantalla como las que tenían las salas que estrenaban las grandes producciones del wéstern, ya desaparecidas y carne de nostalgia.

Nueva industria

Cuando, en el próximo Festival de Nueva York, se estrene 'The Tragedy of Macbeth', la primera cinta en solitario de Joel, tendremos ya una pista de si sigue reteniendo la mirada y el espíritu que forjaron los hermanos más trascendentes en el plano creativo del cine norteamericano de las últimas décadas, junto con las Wachowski . Aunque la separación ha estado cubierta por el mismo halo de discreción que les ha acompañado siempre, quizá conozcamos datos que nos digan si se trata de un agotamiento por parte de Ethan, a quien le gustaría probar con otros formatos alejados del audiovisual, o de algo más definitivo.

En todo caso, lo seguro es que, más allá del hecho puntual, el fin de la 'marca Coen' nos dice mucho sobre la transformación de la industria audiovisual. Nadie sabe muy bien en qué se terminará convirtiendo, pero todo parece indicar que ya no se parecerá a lo que hemos conocido durante los últimos cincuenta años. En el nuevo ecosistema, las hiperproducciones y los creadores de escaso presupuesto pueden encontrar un hueco; sin embargo, los autores con un universo propio, y que manejan presupuestos decentes y con el concurso de grandes estrellas, parecen hallarse en tierra de nadie. Como ocurre en tantos otros aspectos, en el cine hay toda una clase media que está desapareciendo, una clase media que los Coen encarnan como pocos.

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