'Gilda', el escándalo erótico de una «paisana» española en el Hollywood dorado
Rita Hayworth, de estirpe sevillana, protagonizó el 'striptease' más breve y erótico del cine en esta película, de cuyo estreno se cumplen 75 años

Como cualquier leyenda de Hollywood, tiene un misterio, una gran frase y una tragedia. También una canción, la seductora ‘Put the blame on Mame’ , con la que Rita Hayworth, nacida Margarita Carmen Cansino y de ascendencia española , se convirtió en el mito ... erótico del siglo. Si ‘nunca hubo una mujer como Gilda ’, de cuyo estreno se cumplen 75 años, tampoco una como la actriz de estirpe sevillana, capaz de recibir un bofetón inmortal, alegoría de todos los hombres que la explotaron o se aprovecharon de ella durante su vida, incluidos su padre y Orson Welles, de quien se estaba divorciando en mitad del rodaje, y de encender a medio mundo quitándose solo un guante. Nunca nadie había seducido enseñando tan poco.
Suyos fueron el striptease más breve y la torta más sonora , aunque en realidad, en la escena fetiche de la película de Columbia, era una doble quien ‘desenfundaba’ la mano, la voz de la canción era la de Anita Ellis y la bofetada más fuerte se la dio ella a Johnny Farrell, haciendo que a Glenn Ford le volaran dos dientes hasta que se encontró la toma buena . O eso dice la leyenda.
Decía Valle-Inclán en ‘La cara de Dios’ que «la mujer fatal es la que se ve una vez y se recuerda siempre» . Maldecida con la fama de ese personaje que bailaba enfundado en un vestido de satén diseñado por Jean Louis, el prestigioso modisto que vistió a Marilyn Monroe para que le susurrara el ‘Happy Birthday, Mister President’ a JFK, Rita Hayworth terminó sepultada bajo el estigma de ‘femme fatal’ que nunca fue más allá de la pantalla. Podía recordar a Marlene Dietrich, pero era tan frágil como Marilyn Monroe.

Si a su amigo, y amante, Glenn Ford, le dolió el golpe, más le dolió a ‘la diosa del amor’ el corsé con el que bailaba para disimular su reciente alumbramiento durante la película dirigida por Charles Vidor y, sobre todo, tener que escupir, con rabia, esa frase con la que desmembraba su mito: «Los hombres se acuestan con Gilda pero se despiertan conmigo». «¿Qué es la bofetada de Glenn Ford comparada con ese latigazo?» , se preguntaba Oti Rodríguez Marchante en el obituario del actor publicado en ABC.
Nunca le guardó rencor su Johnny Farrell , a quien conocía desde adolescente y con quien protagonizó cinco películas. La quiso tanto, a pesar de las bofetadas y el amor que no le dio del todo, que al recibir el Premio Donostia del Festival de San Sebastián en 1987 lloró la muerte de su Rita en España, el país del que Hollywood borró todo rastro con electrolisis y tinte.
Mezcla de melodrama y cine negro, ‘Gilda’ se escribió a trompicones. Como tantas joyas clásicas. Los actores acudían al plató sin saber qué les iba a deparar la siguiente escena. Parte de los diálogos se incorporaron en el doblaje y, tras bastidores, hubo una guerra judicial por ver quién era más tirano, si Charles Vidor, el director de la cinta, o Harry Cohn, el mandamás de Columbia . El casino de ‘Gilda’ se pareció, por momentos, más al de Scorsese, sin tanta droga ni armas pero con más dramas. Y, aún así, a pesar del paso del tiempo y de estar ambientada en esos bajos fondos que se disfrazan de opulencia, el filme sigue conservando el poder de algunas de las imágenes más elegantes y sugerentes de la historia del cine, y su trama, eclipsada por todo el ruido, resuelve con presteza la alta tensión, intriga y misterio del argumento.
« Destila, sobre todo, magia . Es de esas películas, como ‘Casablanca’, cuyo ambiente te atrapa. No se puede dar una explicación lógica, aparte de la maravillosa presencia de Rita Hayworth, de por qué es una película tan especial. Hay que verla y sentirla para entenderlo. Al fin y al cabo eso es la magia, algo inexplicable», reflexiona Guillermo Balmori, fundador junto a Enrique Alegrete de Notorious Ediciones , que publica un libro por el aniversario de la película.
«Es el ejemplo perfecto de cine como antropología universal», destaca David Felipe Arranz, escritor y profesor de Comunicación en la Universidad Carlos III de Madrid. «Con ella muchos aprendimos a amar a una manera de ser mujer, detrás de la fatalidad. Gilda es, ante todo, víctima de sí misma, una mujer extraordinaria profundamente enamorada de un pícaro al que trata de recuperar de la peor manera posible: mediante el despecho y los celos. La bellísima cancionista nos enseña que enamorarse tantísimo de alguien es un error. De manera que Gilda llevaba consigo el cielo y el infierno, el amor y el odio , arrastrando al abismo a todo el que se le acercaba en un mundo de lujo y oropel, que bien podría haber sido el de Buenos Aires o el del Casino de Madrid».
Además del embrujo de un baile, una canción, un guante y una bofetada, la película estuvo marcada por el escándalo. Por culpa, en parte, de la cascada pelirroja, con cuya foto envolvieron la bomba atómica americana que se lanzó sobre las Islas Bikini porque, según el general, «era tan explosiva como la actriz».
Escándalo en España
A España llegó casi íntegra –con la censura tapando algo de carne en los carteles–, a pesar de las reticencias de la Iglesia, que retrasó su estreno hasta el 22 de diciembre de 1947 y la calificó con el 4 de Grana, es decir, «peligrosa». Tal y como se publicó en el Boletín del SIPE, la crítica oficial de la Iglesia, « Rita tiene un papel de vampiresa a su cargo , que cumple todas las exigencias -y todos los inconvenientes- del título. Por el argumento y, sobre todo, por la actuación intrigante y de una sugerencia excesiva de la protagonista , por varias situaciones de gran dureza y por las abundantes escenas en que impera la inconveniencia y la ligereza de las ropas, ‘Gilda’ es una película moralmente peligrosa».

Entre los obispos que prohibieron su visionado bajo excomunión y los españoles indignados por un desnudo que nunca llegó (en el malagueño cine Echegaray, varias personas lanzaron tinta azul y negra), la actriz se convirtió en 'el pecado hecho mujer', una «bomba anatómica» que, sin embargo, debió convencer a Francisco Franco por su pasado patrio, que permitió que se anunciase su llegada como «¡El estreno más arrollador de las Navidades!» .
Para la prensa de la época, la actriz podía ser Gilda, ‘la diosa del amor’ o el mito erótico del Hollywood dorado, pero no dejaba de ser «sevillana». Al menos así se refirió ABC en una crónica de la época, que centró la crítica en su interpretación, que tildó de «maravillosa». «Su figura atrae tanto, o seguramente más, que su trabajo. Porque nuestra paisana está sencillamente arrebatadora . Muy bella, con una figura de modelo, estupendamente vestida –o medio vestida, que tal se presenta en algunas escenas–, con su linda cabellera suelta».
Ciertamente, nunca hubo una mujer como Gilda, aunque tampoco como Rita Hayworth, consumida por el aura de mito y el alcohol, exprimida por el amor que dio a sus cinco maridos y, finalmente, maldecida con esa cruel enfermedad que borró los recuerdos de alguien que tanto había vivido. Entre tantas vidas, Rita, Gilda o Margarita Carmen Cansino... olvidó también quién era.
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