Garantías y sospechas
Ahora toca ver si las condenas se cumplen o hay privilegios para todos
Encima se hacen los ofendiditos, los avasallados, las víctimas propiciatorias de esa conjura de necios que, según sus caprichos, orquesta el Estado contra los libertadores de Cataluña. Los oyes hablar tan indignados que parece que les hubieran sometido a la pena de bajada de pantalones ... en público, no quedándote más opción que preguntar: ¿qué esperaban estos tipos después de la que formaron? ¿No intentaron, ya fuera soñando o despiertos, un golpe de mano al Estado y limpiarse lo innombrable con la Constitución? ¿No han dividido en dos mundos enfrentados y, me temo que irreconciliables, a familias, amigos, compañeros de trabajo, universitarios, trabajadores, ciudadanos cargándose la paz social de Cataluña? ¿No han introducido en el tejido social y emocional catalán el virus fatal del supremacismo donde o eres independentista o eres una mierda española? ¿Qué esperaban después de haber firmado y perpetrado todo esto y mucho más? ¿Un premio? ¿Una mona de Pascua? ¿Una ración de caracoles a la brasa al modo leridano? Lo mismo el que está averiado y tiene desconchado el entendimiento soy yo. Y estos chicos, tan malos y traviesos, tan mentirosos y peligrosos, estaban en su derecho de recibir carantoñas en las espaldas, vitorearlos en la plaza de San Jaime y vestirlos de payeses para que le dieran la vuelta olímpica al Nou Camp mientras a coro se le cantaban Los Pajaritos. Lo mismo, repito, esperaban honores y no que su causa, ya fuera una ensoñación ya fuera un acto de plena conciencia, tuviera la respuesta contundente que le ha dado el Supremo. Es verdad que hay quien entiende que los diferentes actos del proceso, desde el referéndum de pacotilla hasta la proclamación de la República más estúpida del mundo, son merecedores de una condena más severa, al considerar que en todos estos actos hubo violencia en grado suficiente como para que no fuera un delito de sedición, sino de sublevación con acento en la o de bóveda. Ahí está la sentencia del Supremo. Guste más o menos. Ahora lo que hay que ver es si se cumple o los privilegios existen… incluso para los declarados enemigos del Estado
De eso se trata de ahora en adelante. Porque, personalmente, no estoy mucho por creer que la vía política sea capaz de arreglar lo que no ha sabido arreglar hasta ahora. ¿Se puede llegar al entendimiento entre dos partes que son la noche y el día, el aceite y el agua, la sal y el azúcar? ¿Cómo se ponen de acuerdo dos en la que uno detesta al otro y solo es feliz insultándolo, desprestigiándolo y escribiéndole internacionalmente el tercer acto de una leyenda negra tan vil y pestilente como la que ya nos escribieron ingleses, holandeses y franceses, con su «puntata» italiana entre medio? ¿Hay posibilidades de un apretón de manos, un acuerdo racional y democrático, con esa peste política que empuja a sus comandos callejeros a imitar a Hong Kong en el metro y en el aeropuerto, en las calles y en las facultades, y que tan brutalmente proceden con aquellos ciudadanos que osen lucir una bandera de España sin que nadie lo libre de una talibanesca bofetada? ¿Hay tan siquiera un resquicio donde se cuele la razón y desbanque a la sentimentalidad letal como libro de cabecera de las élites soberanistas que han manado incendiar las calles y reventar aeropuertos y estaciones de AVE de la misma forma que escrachean en vivo y en directo a una periodista de Tele 5 que hace su trabajo?
Los cerca de tres millones de catalanes constitucionalistas, españoles y europeos esperan que esta segunda parte del partido tenga, por parte del Estado, la misma determinación, al menos, que la demostrada por los magistrados del Supremo. Eso sí. Existe una duda recurrente que sobrevuela nuestras más sombrías inquietudes. ¿Qué garantías tienen los condenados de cumplir las penas íntegramente, como se le ha llenado la boca de piñón al presidente en funciones para espantar las dudas del común? No es aconsejable darles la llave de la cárcel a los amigos de los delincuentes. Suelen caer en la tentación de utilizarla para que les lluevan los privilegios. Y convertirles la condena en una temporada en Marina d’Or. Hay antecedentes. Oriol Pujol, cuyo apellido va manchado con grasa de la ITV, los gozó sin haber penado ni la cuarta parte de su condena. Dicen que el Supremo tendría en esos casos la última palabra. Lo veremos. Hasta entonces tengamos claro que la violencia es común en las algaradas callejeras de Cataluña y un mal día saldrán de la ensoñación con una víctima envuelta en papel de aluminio. Es solo cuestión de grados en la caldera…
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