EL PLACER ES MÍO
Precarización
Todo lo que el hombre actual proyecta como aspiración es deseo de precariedad, aunque no lo sepa
¿Qué hay en común en todas esas tendencias sociales? El nomadismo y la exaltación del concepto de experiencia, que promueve una actitud vital desenraizada y proclive al cambio y al descubrimiento. Las relaciones abiertas, que trasladan al territorio sentimental este mismo espíritu aventurero y ... experimental. El beyourself, que nos conduce a una constante autoexploración y redefinición de nuestras motivaciones, a no dejar nunca de averiguarnos, hasta provocar la insatisfacción y el deseo de cambiar de vida. La apelación al gran propósito que justifique nuestra vida, que nos hace pensar que una existencia cotidiana, con sus responsabilidades y sus placeres, no es suficiente razón para seguir viviendo. El fomento del emprendimiento, con toda su retórica presta a hacer de la necesidad virtud y de cualquier crisis una ventana de oportunidad. El coliving y el coworking, como soluciones habitacionales que se alían con la indeterminación y la flexibilidad, con la facilidad de poder empezar de cero en cualquier momento. La pasión por las mascotas, que sacia el deseo de dedicación y cuidados fuera de nosotros mismos, pero sin vínculos incapacitantes, debajo de nosotros, que limiten la sed de movimiento y apertura. El olvido de las personas mayores, menos familia ya que los animales de compañía, que también nos descarga de obligaciones, derribando por arriba los obstáculos a la variación. La desvaloración del compromiso, que anticipa la ruptura y en cierto modo la provoca, porque la espera y la desea. El reemplazamiento de la duración por el coleccionismo de nuevos comienzos en casi todos los ámbitos de la vida: trabajo, amor e incluso aficiones. La depreciación de la voluntad, incapaz de sobreponerse a la tentación erótica de probar cosas nuevas y cortar raíces. La exaltación de lo disruptivo, con todo el desprecio que traslada hacia aquello a lo que tenemos apego precisamente por conocido y habitual. El anhelo de viajar y conocer mundo, que disuelve el afecto por lo cercano, volviéndolo insuficiente. El ocio y la amistad a través de las pantallas, que rebaja la intensidad de los lazos y hace indiferente dónde vivir y trabajar. Toda la cultura digital, que promueve una actitud espídica ante la vida: al mismo tiempo, expectante y deprimida, insatisfecha e insaciable. La mirada frívola, irónica y desencantada, que nos vuelve espectadores resignados y casi gozosos de nuestros fracasos. La expansión de la descreencia, en un sentido no ya religioso sino personal, como atmósfera blanda necesaria para el contorsionismo vital: esto soy, pero mañana puedo ser otra cosa, porque en nada me afirmo y nada en el fondo me importa.
¿Qué hay en común, preguntaba al principio, en todo esto? Se resume en una palabra: precarización. Todo lo que el hombre actual proyecta como aspiración es avidez de precariedad, aunque no lo sepa. Es la estructura narrativa necesaria para hacer soportable, haciéndola deseable, una vida insegura, escasa y provisional, en un sentido no solo económico pero también económico. Es, como decía hace poco en X el filósofo David Cerdá, relato de ricos para la aceptación entusiasta y masiva de una sociedad sin clases medias.
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