Puntadas sin hilo
Me cago en la inteligencia artificial
Cuando veamos a alguien hablar inglés ya no sabremos si domina la lengua de Shakespeare o el Samsung
Tengo 56 años y llevo 48 intentando aprender inglés. Dedicado afanosamente a domeñar un idioma hostil en una larga batalla en la que he empleado todas las armas que la tecnología iba suministrando: libros, casettes, VHS, CDs y cursos on line. Fui a una academia ... de niño, cuando las escuelas de idiomas de Sevilla se podían contar con los dedos de una mano, sacrificando juegos infantiles tras la jornada escolar. Leí novelas en inglés avanzando trabajosamente a golpe de diccionario para mejorar la sintaxis y enriquecer el vocabulario. Durante la carrera, en Madrid, me hice habitual del cine Alphaville para ver las películas en versión original, una afición que ya en Sevilla extendí al Avenida Multicines. Más tarde, me gasté un dinero en vídeos de 'Speak Up' para ver en casa las mismas películas subtituladas con aburrida reiteración. Compré también unos casettes con programas radiofónicos de la BBC adaptados para estudiantes que escuchaba en el coche, aprovechando viajes o el tiempo muerto en los atascos. Estuve seis semanas sin ver el sol en Inglaterra siguiendo un curso intensivo de seis horas diarias. Malcomí un sandwich en el periódico durante meses para asistir a las clases de un profesor de Birmingham que la empresa contrató para los redactores. Todavía hoy me acuesto algunos días con dolor de cabeza por seguir las series de Netflix en versión original subtitulada en inglés, una opción de aprendizaje eficaz pero mentalmente agotadora. Todo ello para mantener un nivel de conversación que supera solo ligeramente el chapurreo. Una de las múltiples profesoras que tuve me dijo una vez que aprender inglés era 'a life-time work', un trabajo para toda la vida, y yo me agarraba a ese concepto para no desfallecer y perseverar con moral alcoyana en tan ímprobo esfuerzo.
Ahora ha salido una aplicación que convierte al más garrulo de los hablantes en un perfecto anglófono. No es un traductor, sino un programa que reproduce tu propia voz en otro idioma. Las redes se han llenado de vídeos de Belén Esteban, El Fary o Chiquito de la Calzada hablando inglés con acento de Knightsbridge. Lo que logra la Inteligencia Artificial, en definitiva, es convertir en innecesarias miles de horas de esfuerzo. A partir de ahora, cuando veamos a alguien hablar inglés será difícil discernir si domina a la perfección la lengua de Shakespeare o el Samsung. Lo malo de estos avances tecnológicos no es la injusticia de esta tabla rasa idiomática, sino el efecto desalentador para cualquier otro reto intelectual. Para qué estrujarse las neuronas si el cerebro digital lo va a hacer mejor. La IA nos facilita la vida, pero ojo con el efecto secundario de arrebatarnos la capacidad de pensar. Por lo que a mí respecta, tras 48 años de estudiar inglés para nada, debo admitir que me cago en la IA y en su maldita estampa. Y que lo traduzca al inglés, porque yo no sé.
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