No ni Ná
La desmesura
Esta ciudad atiborrada y sin medida está desafiando a su metabolismo
Vamos camino de perder la categoría. De descender a otra división que no es la primera. La ciudad, que se vanagloriaba de poseer el sentido de la medida, hace tiempo que vive en la desmesura.
La Avenida, que siempre se ha utilizado como unidad de ... medida para calcular el éxito o fracaso de las manifestaciones, ya es un sambódromo, donde la que decimos 'la ciudad' se expresa en nuevas celebraciones como el encendido de las tradicionales (por repetitivas) luces de Navidad o para despedir el año y tomar las uvas delante de las cámaras de televisión. No conozco a nadie que hubiera apostado a que 20.000 personas se concentrarían allí en Nochevieja para recibir al año con unas campanadas prestadas del reloj de la Puerta del Sol madrileña. Pero así fue, para marcar otro récord del que hablar, con el que sentirnos ilusamente más, mientras siguen inmutables en el menos las estadísticas de renta, paro o infraestructuras.
Siempre pensamos que hay mucho foráneo en esas fotos de lo masificado. Pero la desmesura parte sin duda desde dentro. Qué me dicen de las cabalgatas y cortejos de heraldos, carteros y demás miembros del séquito de los Reyes Magos que desde hace días se reproducen por todos los distritos como una excursión de Gremlins en Guadalpark. Cortejos con carrozas como aquella del Pali del Heraldo de Los Remedios que se ha convertido en la mejor metáfora de la ciudad desmesurada, pues en el objetivo de rendir tributo a sus esencias la empequeñece desde la vulgaridad.
Irremisiblemente hemos perdido el sentido de la medida sin que nadie lo remedie. El alcalde entrega las llaves de la ciudad por las esquinas de todos los barrios, como si el secreto de acceder por su puerta grande al alma de Sevilla estuviera de saldo. Es más fácil gestionar la ilusión que arreglar aceras. Sevilla lleva dopándose con falsas ilusiones desde hace décadas.
Los excesos se pagan. Y esta ciudad atiborrada y sin medida está desafiando a su metabolismo. Sumamos por miles turistas, asistentes a eventos y hasta nazarenos, conscientes de que representan una exageración para la que la ciudad no se ha preparado. Y se intenta meter ese hilo argumental de la lógica atracción de la ciudad más bella del sur de Europa por el ojo de la aguja de esa Sevilla inmutable en sus dimensiones, sus infraestructuras y servicios, para recoser las costuras de un traje que a falta de tela estallará. Y no quedan sastres que recuerden las medidas que garantizaban, sobre todo, su elegancia.
Ahora, en este esplendor de lo hiperbólico, y por gracia del Gobierno, nos llega la imposición de un puente exagerado para salvar la SE-40 de forma tan vasta como barata. Nos dirán que va a ser el nuevo icono sevillano del futuro. Es cierto. En ese despropósito tendremos el monumento que la ciudad merece por haber perdido la voz de la reivindicación, el sentido de la medida y el respeto a sus cánones.
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