Quemar los días
Sevilla, octubre de 2024
La luz de la primavera sevillana acapara todo el prestigio, pero prefiero su luz de otoño
He llegado antes de tiempo, porque la Feria del Libro Antiguo, el fin de semana, abre a las 11. Así que pido un café en El Picadero, en General Polavieja, y lo tomo en la terraza, de pie. A esa hora, ya hay bastante tránsito. ... Mientras doy un buche a mi café, pasa junto a mí una pareja de jóvenes enamorados. Son jovencísimos, de hecho: a ella no le echo más de dieciocho o diecinueve, los mismos que a él. Cuando están a punto de rebasarme, él le da un beso a ella, bien fuerte, en la cara. Sin parar de caminar, ella sonríe. Entonces él dice: «Me encanta dar besos por la mañana».
He venido en Metro, pero para llegar hasta aquí, en lugar de pararme en la estación de Puerta de Jerez, lo hice en la de Blas Infante, la primera estación de Sevilla. Quería venir caminando para disfrutar del paisaje. Pero sobre todo quería atravesar el puente y encontrarme de lleno con la luz.
La luz de la primavera sevillana acapara todo el prestigio, pero desde hace ya bastantes años pienso que la mejor estación para vivir Sevilla es el otoño. También tiene la mejor luz: no es esa luz de sábanas blancas oreándose al sol tan propia del abril sevillano, sino esa otra luz, más cobriza y anaranjada, que convierte en casi metafísicas las salidas y puestas de sol. El aire del otoño es otra cualidad única en Sevilla: un barrunto de lluvia y tierra mojada, un ungüento que tamiza los rigores del sol, todavía implacable a determinadas horas del día.
Me encanta dar besos por la mañana. Mientras me entretengo en los stands de la Feria del Libro, la frase no se me va de la cabeza. Cuando rebusco entre los libros antiguos, siempre tiendo a sentirme un poco explorador, un cazador de pepitas de oro. A veces es oro lo que encuentro. Hoy, por ejemplo, he cazado, entre otras, una de las novelas de Manuel Puig inencontrables (4 euros), Días de guardar, de Pérez Merinero, en la estupenda edición de libros grises de bolsillo de Bruguera (3 euros), y San Camilo, 1936, de Camilo José Cela (3 euros), en edición de Alianza Alfaguara.
Ya de vuelta, hojeo el libro de José Cela, del que mi amigo Fernando Royuela me ha hablado maravillas. Estuve tentado de adquirirlo nuevo en una librería de Vitoria este verano, pero es mucho mejor comprarlo en esta edición, que parece más viva, más verdadera, más sabia. Al abrir una de las páginas, aparece una fotografía de dos niños. Es, en verdad, una felicitación navideña. Cualquiera de esos dos niños pude ser yo, a finales de los ochenta, que es de cuando parece datar la foto. Se ven llenos de vida, y aunque sabes que el tiempo habrá pasado por ellos, te afilias a esa juventud, como si fuera la tuya de ahora mismo. Como la de esta mañana de octubre en Sevilla, cuando dos jóvenes enamorados despiertan con ganas de matarse a besos.
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