TIEMPO RECOBRADO
Hopper, el artista de las sombras
Sus cuadros son transparentes. Nacen de su infelicidad, de su insatisfacción, de un sufrimiento interior que aflora en las imágenes que salen de su pincel
Calígula
Líderes fuertes
Hay un cuadro de Edward Hopper en el que se ve una habitación vacía por la que entra la luz de mediodía. Un crítico le preguntó qué buscaba con esa obra y él respondió: «A mí mismo». Hopper no pintaba lo que veía sino ... cómo lo veía. Creía que el arte sirve para plasmar un estado de ánimo, no para reflejar la realidad. Su pintura es engañosa en la medida que su realismo oculta un misterio que jamás queda desvelado al espectador. Era una persona solitaria, huraña, ensimismada en la creación. Como reflejan los diarios de su esposa, se pasaba días en silencio y era terriblemente egocéntrico. No le interesaban los demás, sólo le importaba pintar. Empleaba días e incluso semanas imaginando cómo serían sus cuadros y planificando hasta los menores detalles.
En su primera etapa, Hopper pintaba los edificios de Gloucester, donde vivía con su mujer. Jamás representaba personas. Estaba obsesionado por la luz y la geometría de la representación. Sus trabajos fueron evolucionando. Cuando se trasladó a Nueva York comenzó a pintar personas en los bares, los cines y en habitaciones de hoteles.
Se ha dicho que Hopper es el retratista de la soledad. Es cierto porque esos individuos de sus cuadros están solos o no interactúan. En 'Nighthawks', su obra más notoria, vemos a tres personas en la barra de un bar a través de una cristalera. Están enfrente de un camarero y hay una puerta que lleva a la cocina. No sabemos quiénes son, qué hacen ni por qué están allí. La escena produce una sensación de desolación, como la imagen de un sueño.
Hopper era un creador atormentado, dado a los estallidos de violencia y arisco con sus vecinos. No tenía amigos. Apenas hablaba y era incapaz de expresar sentimientos fuera de su entorno íntimo. Le gustaba ir al cine y de allí surgían probablemente muchos de sus cuadros. Hitchcock le fascinaba e inspiraba. Hay consenso en que Hopper, nacido en una familia de clase acomodada y con una educación puritana, es el pintor estadounidense más grande del siglo XX. Muchas de sus imágenes han contribuido a la iconografía que hoy identificamos con el «way of life» americano. Era sincero cuando decía que la pintura es la búsqueda de uno mismo. Sus cuadros son transparentes. Nacen de su infelicidad, de su insatisfacción, de un sufrimiento interior que aflora en las imágenes que salen de su pincel. Su desgracia fue la fuente de su creatividad.
Lo que más me gusta de sus cuadros son los detalles que sólo emergen si uno se concentra en la contemplación. Retrata a una mujer con un vestido blanco saliendo de una casa y resulta difícil percibir su pierna esbozada a través de la falda. Hay que fijarse mucho para darse cuenta. «La vida interior está llena de sombras», decía. Y eso es lo que pintaba: las sombras de su alma atormentada.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete