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La Tercera

La fuerza del relato

El corazón del 'ideario woke' provoca situaciones totalitarias, que son peligrosamente asimiladas por la sociedad como algo ya natural y legítimo

¡Que no quiero verla!

La cruel dictadora

Nieto

Luis María Ferrández

Un vídeo muestra a uno de los últimos veteranos de la II Guerra Mundial, llorando mientras asegura que esto en lo que nos hemos convertido no es por lo que ellos habían luchado. Mientras Occidente se desangra por la herida de su propio discurso, asistimos a la decadencia de todo aquello que se construyó con el sacrificio de generaciones enteras que dieron su futuro para que nosotros pudiéramos tener nuestro presente. El mismo que ahora nos hemos empeñado en destruir en nombre de un falso progresismo envuelto en un relato de ficción emocional.

La evidente degradación de las instituciones, la política, la educación, la información, los valores y de la cultura occidental se origina en un relato que pretende imponerse en todos los sectores para terminar empobreciendo al individuo en lo intelectual, lo informativo, lo económico y lo cultural. Todo ello, gracias a un pensamiento mágico disfrazado de una falsa capa de chocolate democrático que se impregna en el ideario colectivo como una epidemia global. Vivimos en una sociedad cada vez más sensible y vulnerable, que ve el mundo desde una perspectiva cinematográfica asumiendo el lenguaje de la narrativa de ficción, como la manera normal de comunicarse y de entender nuestro entorno cotidiano. La expansión masiva de las plataformas de contenidos ha provocado la 'netflixización' social, una especie de internalización del lenguaje propio de la ficción que distorsiona nuestra percepción del contexto para crear una falsa realidad paralela.

El relato es toda construcción narrativa capaz de modificar la verdad y sustituir la realidad utilizando un lenguaje emocional para adecuarla a nuestros intereses y necesidades. Este discurso se posiciona en el lado correcto de la historia para ejercer un supremacismo moral e intelectual que ni tiene, ni le corresponde. Es una manera de contar lo que queremos imponer, utilizando las herramientas de la dramaturgia y el poder de las emociones sobre el inconsciente.

Esta narrativa de ficción emocional somete al individuo a una nueva moralidad, imponiendo formas de pensamiento que se terminan asimilando como un discurso único, incontestable, omnipotente y omnipresente. Un contexto construido en un lenguaje psicomágico, hipnótico y embaucador, que deforma la realidad y asfixia al disidente. Todo este relato se fabrica desde la ilusoria terminología del bien común, donde una tríada mágica formada en los términos de lo democrático, lo progresista y lo social, se complementa con otros satelitares como lo inclusivo, lo identitario, lo diverso, lo sostenible, lo justo o lo igualitario.

Tan solo media docena de conceptos para construir un discurso capaz de vender cualquier idea proyectando en el imaginario colectivo una percepción de haber caído en el lado correcto de la historia. Esto conforma el corazón del 'ideario woke', provocando situaciones totalitarias y que son peligrosamente asimiladas por la sociedad como algo ya natural y legítimo. Profesores despedidos por enseñar libros que ofenden. Profesionales condenados a una leprosería social por ir contra el discurso único. Linchamientos en redes y medios de comunicación sin pruebas y carentes de fundamento y garantía legal. Mutilaciones y censura de obras artísticas tachadas de inapropiadas.

La priorización de los intereses identitarios o la destrucción del Estado de derecho a través de relatos victimistas para construir espacios subyugados a un catecismo moral en manos de un fanatismo irracional. En definitiva, la pérdida progresiva de libertades al tratar al individuo como un ser incapaz, amoral, vulnerable e inmaduro. La muerte del ser renacentista a manos de un victorianismo inquisitorial que oficializa los más bajos instintos de la condición humana construyendo un vasto imperio de terror.

El relato se oficializa colonizando y parasitando las instituciones para darle una falsa verosimilitud de cara al imaginario colectivo. Con él, se construyen los discursos ideológicos en la batalla cultural. Así, el discurso oficial contemporáneo se fabrica en torno al uso de la narrativa de la política-ficción para dar forma a los relatos con los que nos quieren gobernar: la narrativa de la victimización y de la cancelación, para implementar las 'políticas woke', o la narrativa del consumo automático para imponer una psicosis consumista gracias a la teoría de las cinco ces: consumo, control, confusión, censura y coerción.

Somos testigos de una nueva doctrina social donde proliferan los mesías narrativos, verdaderos flautistas de Hamelin, alquimistas de la palabra, autoproclamados garantes de la democracia y los derechos sociales. Tras sus discursos, alimentados por el explosivo cóctel resultante de un narcisismo acomplejado, se esconde la insoportable necesidad de tener razón. Pretenden destruir las libertades y derechos fundamentales aglutinando a desaforadas masas hambrientas de culpables y chivos expiatorios. Se condena, señala y ejecuta al disidente a una muerte civil construida en un argumentario feroz, visceral y autoritario. Es así como el relato se convierte en un virus insoportable que arrasa los valores de Occidente devorando su propio corazón a dentelladas. Así, se llenan las urnas de emociones en vez de hacerlo de razones. Desde ese discurso, se reparten los roles de víctima y verdugo en tertulias, artículos y mentideros políticos destruyendo la presunción de inocencia en autos de fe paralelos que sustituyen a los jueces como verdaderos garantes del Estado de derecho.

Se habla de regenerar la democracia mientras es arrastrada por el suelo, enfangando a la sociedad en una lucha fratricida y polarizada. Así es como se gobierna hoy. Con un relato de ficción emocional que sólo se sustenta en lo identitario como único mérito para validar cualquier comportamiento bajo el sacrosanto manto del victimismo y por encima del esfuerzo y el sacrificio. Conviene volver a la lectura de 'El nombre de la rosa' y no dejar de vernos reflejados en el dogmatismo ciego de Jorge de Burgos, apresurado a esconder la maravillosa poética de Aristóteles y su elogio de la risa, o en la proclive tendencia de Bernardo de Guy por quemar brujas y herejes en nombre de un Dios que aprieta y ahoga. Esta es la tendencia que, en su fervor digital, se impone a mordiscos devorando a la sociedad civil, política, educativa, mediática, cultural y empresarial. Por ello, tenemos un compromiso individual y colectivo fuera del relato. Hay una esperanza enraizada en una verdadera evolución fuera de ilusionismos narrativos e ideologías intransigentes. Es tiempo de liberarse de esa esclavitud mental, moral y política fabricada en las narrativas propias de la ficción emocional que se imponen sin más argumento que el de destruir toda opción alternativa. Hay futuro y esperanza. Hay voluntarios para ello. Y, a pesar de que los últimos de Normandía lloran un presente por lo que ellos no habían luchado, aún es tiempo de convencerles de que todo aquello habría merecido la pena.

SOBRE EL AUTOR
Luis María Ferrández

es cineasta

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